viernes, 30 de septiembre de 2011

JESÚS ROMPE NUESTROS ESQUEMAS

Enrique Martinez Lozano

Jesús se está dirigiendo a los “sumos sacerdotes” y a los “ancianos” (o senadores). A ellos, máxima autoridad y referencia religiosa para todo el pueblo, les dirige una advertencia que no debió resultarles fácil de encajar: “Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el camino del Reino”.

¿Quién se atrevía a hablarles de ese modo? Más aún, ¿quién era ese predicador que tenía la osadía de cuestionar de modo tan radical el lugar de cada grupo en la estructura religiosa? ¿Qué validez podía abrigar una propuesta tan subversiva? Únicamente podía tratarse de una locura o de una blasfemia, que contravenía, no sólo al “sentido común”, sino incluso a la propia religión, que tenía bien establecido el estatus de cada cual dentro de ella.

Indudablemente, Jesús era, en el sentido etimológico de la palabra, un provocador (pro-vocar = llamar hacia delante, desinstalar), que obligaba a ver las cosas desde una perspectiva diferente a la que era habitual.

Pero a todos –y, sobre todo, a la autoridad- nos cuesta cambiar de perspectiva. Solemos aducir, como motivo, que la nuestra es la verdadera; pero, en realidad, incluso a veces sin darnos cuenta, lo que estamos haciendo es proteger nuestra precaria seguridad. La experiencia viene a confirmar que, con frecuencia, los humanos valoramos la seguridad por encima de la verdad.

Si nos moviera el gusto sincero por la verdad, por encima de cualquier otra cosa, no sólo no tendríamos inconveniente en modificar nuestra perspectiva, sino que lo buscaríamos intencionadamente, desde nuestra motivación por ver con mayor claridad. La pasión por la verdadno permite que nos “instalemos” en lo ya adquirido; al contrario, actúa como un dinamismo que busca abrir la mente y ensanchar el corazón.

Pero, cuando no es la búsqueda de la verdad la que nos mueve, caemos fácilmente en la hipocresía, entendida como la fractura entre el “hacer” y el “decir”, y la incongruencia va adueñándose de nuestra persona.

Esa incongruencia es denunciada por la parábola de Jesús. Decir sí, pero no ir… puede ser una característica bastante común en el comportamiento humano. Pero quizás más, o al menos de un modo más visible, en el de no pocas personas religiosas.

En la parábola que comentamos, el primer hijo representa a la persona religiosa observante y cumplidora; el segundo, a quienes viven, aparentemente, al margen de cualquier preocupación religiosa. Y, provocativamente, Jesús se pone del lado de estos últimos. Sin embargo, a poco que conozcamos a Jesús, no debería extrañarnos: lo que encontramos en él es un hombre radicalmente íntegro y coherente –sin distancia entre lo que dice y lo que hace-, apasionado por la verdad (“la verdad os hará libres”: Juan 8,32).

La incongruencia denunciada no es, evidentemente, exclusiva de la religión judía. Como decía, no es fácil que los humanos nos veamos libres de ella. Pero, cuando se da en la religión, empiezan a ocurrir cosas visiblemente paradójicas que, inevitablemente, empobrecen la vida de la persona y falsean la propia religión.

Así, no es extraño el fenómeno de quien, simultáneamente, se declara miembro decidido de una determinada confesión religiosa y está manifestando opiniones o comportamientos que chocan frontalmente con las enseñanzas que sus textos religiosos contienen.

En nuestro propio medio sociocultural, suele decirse que abundan muchos “católicos” que no son “cristianos”. Sin entrar en ningún tipo de valoración de la conciencia de cada cual, parece claro, sin embargo, que, cada vez que nos acercamos a la religión “buscando” algo –aunque sea de un modo inconsciente-, corremos el grave peligro de absolutizarla y de instrumentalizarla en beneficio de nuestros propios “intereses”. Podemos (consciente o inconscientemente) buscar seguridad, poder, deseo de imponer las propias ideas… Pero, en esa misma búsqueda, nos estaremos alejando de la pasión por la verdad, que confundiremos –quizás, de un modo inadvertido- con nuestras particulares creencias.

Sólo en este sentido, y volviendo a la diferencia antes enunciada, “católico” sería quien se ha posicionado en los intereses de la institución religiosa; “cristiano” sería quien, como Jesús, busca apasionadamente la verdad y la coherencia, desde las actitudes que subraya el mensaje evangélico: amor, compasión, servicio, no juicio, integridad, pobreza…

La parábola denuncia la “instalación” en las creencias, en la idea de que ellas nos van a salvar. Pero si eso no es así, ¿qué propuesta se nos hace?

Tanto el judaísmo como el cristianismo coinciden en el criterio del “hacer” –por oposición al “decir”-, a la hora de evaluar la actitud correcta. Basta recordar las palabras del propio Jesús, en otro lugar: “No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mateo 7,21).

Se trata, por tanto, de un “hacer” en consonancia con la voluntad del Padre, que no es otra cosa que el bien de las personas: “que no se pierda nadie” (Juan 6,39).

En este sentido, no todo vale. Hay “modos de decir” que pueden ser habituales en determinados círculos –políticos, periodísticos…-, y “modos de hacer” que rigen en determinadas instituciones, que no podrían tener cabida en personas y grupos que dicen remitirse al mensaje del evangelio. Insultos, descalificaciones, juicios apresurados, condenas, prepotencia, racismo, machismo… chirrían agudamente cuando provienen de personas o de medios (prensa, TV, blogs…) que “presumen” de ser católicos.

Probablemente, la parábola –en línea con la sabiduría de Jesús- nos está invitando a que seamos capaces de reconocer y abrazar al “publicano” y a la “prostituta” que cada cual llevamos en nuestro interior. El sentido sería el mismo que el de aquella otra que habla del “fariseo” y del “publicano”: hasta que no reconocemos a nuestro propio “publicano interno” –nos decía en ella- no podremos estar reconciliados.

Históricamente, “publicanos y “prostitutas” eran prototipos de pecadores y herejes. Y, sin embargo, Jesús los coloca como “modelos”, mostrando su admiración hacia ellos. ¿Qué hacemos nosotros –qué hace nuestra Iglesia- con quienes son etiquetados como pecadores o herejes?

Simbólicamente, “publicanos y “prostitutas” es aquella parte de nosotros que tenemos reprimida y oculta, nuestra propia sombra. Es claro que, mientras no la reconozcamos, atacaremos en los demás lo que en nosotros mismos hemos rechazado. Sólo cuando abrazamos nuestra “negatividad”, nos humanizamos, porque nos abrimos a la humildad. Y únicamente entonces puede emerger la bondad y la compasión hacia los otros.

Los “sacerdotes” y los “ancianos” –esclavos de su propia imagen de “religiosos observantes”- eran incapaces de reconocer y aceptar su “publicano” y su “prostituta” interiores –que viven en todos nosotros-. Eso mismo los incapacitaba para amar a los otros –publicanos y prostitutas- y para entrar en el Reino.

“Los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos”, es una sentencia que aparece en otras parábolas. Aplicada a nuestro caso, podríamos entenderla de este modo: cuanto mejor (por encima de otros) te crees, más atrás estás; por el contrario, cuanto más te reconcilias con tu debilidad y fragilidad, más cerca estás de la verdad.

Una cosa parece clara: abrazar a nuestros propios “publicano” y “prostituta” nos permitirá abrazar a cualquier persona que se cruce en nuestro camino, sin necesidad de ponerle ninguna etiqueta previa. Eso es lo que hacía Jesús.



jueves, 29 de septiembre de 2011

LA TERCERA HIJA

Flavia (Comunidad de Antioquía)

Estábamos leyendo en la comunidad una copia del manuscrito en que Mateo había consignado muchos hechos y dichos de Jesús y, al llegar a la parábola de los dos hijos, a todos nos dejó pensativos la posibilidad de creernos que vivíamos según la voluntad del Padre y llamándole “Señor”, cuando en realidad los verdaderos señores de nuestra vida eran otros (el dinero, la fama, el honor…)

En cambio el hijo que en principio se negó a obedecer a su padre pero terminó por ir a trabajar a la viña, nos pareció que era el que de verdad había acertado. Sólo Livia, la mujer de Antipas, levantó la voz para decir que no estaba de acuerdo y que, en su opinión, lo que le faltaba en la parábola era una “tercera hija” y que le parecía estaba también ausente en otra parábola, una del evangelio de Lucas que leían los cristianos de Roma pero que también había llegado a nosotros. Era aquella en la que aparecían también dos hijos, no se sabía cuál de los se había comportado peor con su padre.

– “Porque el pequeño – dijo Livia- le pidió la herencia como si tuviera prisa por acelerar su muerte y la despilfarró de mala manera y, si volvió a su casa fue porque tenía hambre, y pensó que junto a su padre no le faltaría nunca un plato caliente, aunque fuera trabajando como un asalariado. En cuanto al mayor, peor aún, porque ni se había enterado de cuánto le quería su padre y se sentía como un criado en su propia casa, a pesar de que el padre le había dicho lo más grande que alguien puede decir a otro: “Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo…”

Así que creo que esos dos padres de las historias que cuenta Jesús se merecían tener una hija que le quisiera de verdad, que no dudara ni un momento de su cariño y que, cuando su padre le pidiera algo, lo hiciera a la primera y además con alegría. Porque era así cómo muchos personajes de la primera Alianza habían respondido a Dios: cuando Él llamó a Abraham a salir de su tierra, a Samuel en medio de la noche y a Isaías enviándole a ir a su pueblo en su nombre, ello le respondieron: “¡Aquí estoy!”, usando esa preciosa expresión hebrea hinnení de disponibilidad y prontitud.

Soy tímida y no suelo atreverme a hablar en público pero doy muchas vueltas en mi interior a las cosas cuando tocan mi corazón. Y cuando oí lo de “Hinnení” recordé la respuesta de Maria, la madre de Jesús, cuando recibió el anuncio del ángel: “Aquí está la esclava del Señor”, dijo.

Ella era la verdadera hija de Abraham que ella había sido siempre un “sí” a Dios y cuando escuchó lo que le pedía, expuso ante Él su existencia como una tierra vacía y pobre y esperó silenciosamente que fuera Él quien sembrara en ella a su Hijo. Acogió mansamente aquello que no comprendía, lo guardó en su corazón y esperó en las horas de oscuridad a que llegara la luz.

Supo estar atenta a la música que Dios tocó en cada momento de su vida y danzó a su ritmo, con la despreocupada confianza de quien no pretende conducir, sino ser conducida. Se abandonó como la arcilla en manos del Dios Alfarero, para que fueran sus manos las que modelaran su vida, aceptó los sorprendentes caminos de su hijo, le acompañó de lejos y cuando le oía, sus palabras eran para ella como el amanecer para el centinela. Y le escuchaba como lo haría el último de los discípulos, como si de todos ella fuera la más pequeña, la más sedienta por aprender, la más necesitada de sabiduría.

No había en ella ni un rastro de mirada hacia sí misma, nada que no fuera pura receptividad y el secreto júbilo de estar siendo enseñada por aquél a quien había llevado en su seno y de poder decir: Aquí estoy, hágase en mí según tu palabra…

Me llené de alegría al darme cuenta de que en María, Dios ha encontrado por fin, esa “tercera hija” que todos nosotros estamos llamados a ser. Y entendí también por qué, de entre todos los que Jesús había proclamado bienaventurados, a ella, la más dichosa, íbamos a llamárselo todas las generaciones.

Dolores Aleixandre



miércoles, 28 de septiembre de 2011

¡ADIÓS A LA IGLESIA!

Carlos Olalla 

En estos tiempos de visitas papales, de fastos religiosos, de lujo y oropeles, de hipocresía, de mentiras y de multitudinarias demostraciones de la llamada fe cristiana en un Estado que se define a sí mismo como aconfesional, son muchas las preguntas que uno puede hacerse sobre la Iglesia y sobre el papel que la Iglesia juega en nuestra sociedad. La primera, no lo puedo evitar, es ¿Cómo es posible gastar 50 millones de euros para una visita del Papa a Madrid de tres días cuando están muriendo miles de niños de hambre en Somalia, y tantas y tantas partes más?; ¿Es esta la caridad cristiana que predican desde las más altas instancias de la Iglesia?; Una Iglesia que prohíbe dogmáticamente el uso de preservativos aún a riesgo de contribuir a propagar el sida en África, que no castiga ni persigue a los curas pederastas y sí castiga y persigue a los curas que han tomado partido por los pobres y que viven y practican su fe de forma consecuente y sincera; Una Iglesia que oficialmente ha apoyado sistemáticamente todas las dictaduras fascistas del siglo XX y que siempre se ha alineado con los ricos y poderosos, en lugar de hacerlo con los pobres ¿puede considerarse realmente seguidora del mensaje de Jesús?; ¿Cómo reaccionaría hoy Jesús viendo que el sucesor de San Pedro vive como vive en el Vaticano; viendo que su Iglesia es ideología fundamentalista, poder económico y tiene hasta su propio Estado; viendo el daño y las barbaridades que la Iglesia oficial ha hecho en su nombre en los últimos dos mil años?

Hace ya muchos años que no creo en la Iglesia oficial, ella misma se encargó de dinamitar los últimos resquicios de fe que yo pudiera haber tenido. Me considero agnóstico y no soy creyente, sino firme y convencidamente “dudante”. Sin embargo hay unas palabras en el mensaje de Jesús en las que sí creo profundamente: las del Sermón de la Montaña y todas las que dijo para tomar siempre partido por los pobres y los marginados, por los más desfavorecidos, por los que más le necesitaban. En esas palabras sí creo y además me considero practicante. Cuando miro a la Iglesia oficial y veo lo que ha llegado a alejarse de esta Palabra, del eje mismo sobre el que Jesús construye su mensaje, cuando veo el daño que la Iglesia oficial está haciendo a la verdadera iglesia, siento asco, repugnancia y unas ganas irrefrenables de oponerme a ella con todas mis fuerzas. Pero sé que hay otra iglesia, una iglesia que sí sigue el mensaje de Jesús, una iglesia que ha tomado y toma cada día partido por los pobres y por los más desfavorecidos. Y en esa iglesia sí creo, porque la admiro y merece mi más profundo respeto. Es la iglesia de la Teología de la Liberación, de los Gustavo Gutiérrez, Camilo Torres, Monseñor Romero, Ignacio Ellacuría, Juan N. García-Nieto, Jon Sobrino, Leonardo Boff, Pere Casaldáliga, Enrique de Castro y tantos y tantos otros…

El origen de la llamada Teología de la Liberación puede encontrarse en el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez que, viviendo junto a los más pobres, conoce la realidad de un continente en el cual más del 60% de la población vive en la pobreza y el 82% de esta se encuentra en pobreza extrema. Es a partir de esta realidad cuando Gutiérrez empieza a analizar a fondo la situación y elabora las bases de lo que luego se conocerá como Teología de la Liberación: La pobreza es para la Biblia un estado escandaloso que atenta a la dignidad humana y, por consiguiente, contrario a la voluntad de Dios. Para poder llegar a esta conclusión Gutiérrez realizó un exhaustivo trabajo de investigación de la condena de la pobreza en el antiguo y en el nuevo testamento.

Para Gutiérrez la pobreza no es una fatalidad, es una condición; no es un infortunio, es una injusticia. Es el resultado de estructuras sociales y de categorías mentales y culturales, está ligada al modo como se ha construido la sociedad. Esta es la clave de su pensamiento, considerar a la pobreza como lo que realmente es, una consecuencia de un orden mundial injusto y cruel, y no como una especie de plaga inevitable con la que hay que convivir y de la que nadie tiene la culpa. La culpa la tiene nuestro sistema económico, un sistema económico que se fundamenta en hacer a los ricos cada vez más ricos y a los pobres más pobres; que está regido por las leyes de la especulación más salvaje; que no considera que existan seres humanos sino recursos y consumidores; que antepone los derechos del consumidor a los derechos humanos; que criminaliza al pobre y al diferente; y que perpetúa este stau quo injusto y criminal mediante los políticos títeres, sus leyes, sus cuerpos represivos, su ejército, sus medios de comunicación encargados de mantenernos desinformados, aborregados y sumisos…

Hartos de tanta injusticia y tanta violencia, sacerdotes de todo el mundo tomaron partido por los pobres y se enfrentaron, cada uno a su manera, a la Iglesia oficial, que, invariablemente, les sancionó, ninguneó y marginó. Hubo quienes, como Camilo Torres, entendieron que la violencia solo podía pararse con violencia y se fueron a la guerrilla para combatir a un ejército torturador y asesino. Uno de los primeros mártires de la Teología de la Liberación fue Monseñor Romero. De carácter y formación más bien conservadora, Romero fue radicalizando su toma de posición a favor de los más desfavorecidos conforme iba viviendo la realidad de su pueblo, el pueblo salvadoreño. Llegó a convertirse en un referente, en un ídolo de masas, en un héroe del pueblo que se enfrentó al poder establecido. Y eso el poder establecido no lo podía permitir. El 24 de Marzo de 1980 un asesino a sueldo le asesinó de una balazo mientras decía misa. Los sicarios del poder acabaron con su vida. La Iglesia oficial nunca le canonizó. Da igual, para el pueblo salvadoreño, Monseñor Romero es el Santo de América.

Han sido muchos los sacerdotes que han dado su vida por defender a los marginados y a los más desfavorecidos. Los jesuitas de la Universidad Centroamericana que fueron asesinados en El Salvador en 1989, entre los que se encontraba Ignacio Ellacuría, son una muestra más. Ellacuría fue uno de los sacerdotes más comprometidos dentro de una Iglesia en la que, una y mil veces, fue represaliado por la curia romana. De una talla intelectual formidable, sus análisis sobre el papel de la iglesia y de la teología en la sociedad en la que vivía fueron siempre respetados y admirados en todo el mundo. Su influencia en el pensar de una parte importante de la iglesia no oficial es cada día mayor, y el ejemplo de su vida dedicada y entregada a defender siempre a los más débiles le han convertido en uno de los referentes más importantes del mundo actual. La Iglesia oficial tampoco le canonizó ni le santificó, sino que le ignoró y le ninguneó continuamente.

Jon Sobrino es otro de los más comprometidos y lúcidos teólogos de la liberación, posiblemente uno de los más conocidos defensores de la opción por los pobres, junto a Monseñor Romero y a Ignacio Ellacuría. Sobrino fue el único superviviente de los jesuitas de la Universidad Centroamericana asesinados por los militares en El Salvador. La casualidad, o la providencia, quisieron que aquel día él estuviese dando una conferencia en el extranjero.

Jon Sobrino es un hombre pequeño y sencillo, enjuto, que desde la humildad, la lucidez y la experiencia de su propia vida, hace un diagnóstico del mundo actual certero y necesario. Él habla de la necesidad de la utopía, entendida como vida, como negación de la muerte, muerte a la que cada año condenamos a 50 millones de seres humanos en el mundo, un mundo que cada día ahonda más la injusticia y el abismo que separa a ricos de pobres (según la ONU pasamos de un rico por cada 30 pobres en 1960 a uno cada 60 en 1990 y a uno por cada 74 en 1997. En 2010 2.600 millones de seres humanos vivían con menos de 2 dólares al día). Sobrino habla de los sin voz, de esa abrumadora mayoría de seres humanos a los que, por quitarles, les hemos quitado hasta la palabra. Siempre señala que libertad de expresión no es sinónimo de voluntad de verdad, porque la libertad de expresión cuesta dinero, compra de medios y espacios publicitarios. Nos dejan, a veces, gritar en las calles lo que sentimos, nuestra verdad, pero eso, sin el acceso a los medios de comunicación, no es libertad de expresión. Para él utopía también es tener palabra.

Y junto a los sin voz están los sin nombre, porque los pobres no tienen medios para mostrar su identidad, y en un mundo como el de hoy no tener nombre es no existir. Sobrino pone un ejemplo muy claro que explica perfectamente lo que significa esto: 11 de septiembre es una fecha que con solo nombrarla ya lo dice todo, como el 25 de diciembre, pero ¿y el 7 de octubre? El 7 de octubre no nos dice nada, a pesar de que ese fue el día en el que las bombas empezaron a caer en Afganistán en una criminal guerra que dura ya diez años. Para Sobrino, utopía también es tener nombre. Y ¿Qué podemos hacer frente a la injusticia y la violencia sobre la que se basa nuestro orden mundial? Para tratar de esto Sobrino analiza los errores que todos hemos cometido hasta ahora y que nos han llevado hasta aquí: la religión centrándose en el pecado y en la culpa, en lugar de hacerlo en el sufrimiento, lo que le ha llevado a perder la sensibilidad por los que sufren. Las democracias poniendo al ciudadano en el centro, y no al pobre, al excluido, han apartado el poder del pueblo y cada día se alejan más de los que quieren representar. Nunca en la historia de la humanidad se ha puesto al pobre, al débil, al marginado, en el centro, y si seguimos globalizando el mundo sin hacerlo, irremediablemente iremos a la globalización de los desposeídos.

El camino de la pobreza, del amor, de la solidaridad, del compartir, es la solución para Sobrino. Caridad no es suficiente, porque caridad es dar, y lo que el mundo necesita es solidaridad, dar y recibir: dar lo que tenemos (recursos, medios, tecnología, etc.) y recibir lo que nos falta (sensibilidad, amor, alegría…)

La civilización de la riqueza no es la solución a nuestros problemas, sino su causa, y no solo porque no hay riqueza para todos, sino, y lo que es más grave, porque ni siquiera es civilización, porque no podemos llamar civilización a un sistema que mata, que insulta, que quita la palabra y el nombre a la mayor parte de la humanidad. Sobrino apoya siempre una idea de Ignacio Ellacuría: “La solución a los problemas del planeta está en rechazar la civilización de la riqueza y propugnar la de la pobreza”. Los pobres son la reserva de utopía, y cada día nos invitan a participar de ella, a participar de la vida.

Jon Sobrino dice que todos tenemos una razón para levantarnos cada mañana, una razón para decir aquí estoy y sigo en pie, una razón para seguir adelante, una razón para tender nuestra mano a quien la pueda necesitar, una razón para el milagro, una razón para acabar con el silencio cómplice del eso no va conmigo o del yo lo haría pero no servirá de nada, una razón para salir a la calle, una razón para parar las guerras, una razón para la esperanza… una razón que se llama amor, porque la esperanza, cualquier esperanza, nace del amor. Para Sobrino, “amar es una actitud de salirnos de nosotros mismos, y para eso es igual que uno sea bautizado o musulmán o ateo o gringo o de Ahuachapán. Amar es no empezar el día diciendo: ‘Señor, te pido por mí y por mi bienestar y que yo lo pase bien’. El Cardenal Ratzinger, ahora Benedicto XVI, fue quien instruyó personalmente la causa contra Jon Sobrino que acabó con una Notificación en 2006. Era un claro toque de atención a Sobrino que, sin embargo, sigue viviendo y haciendo todo lo que ha hecho durante todoa su vida: estar con los pobres. “Jesús nunca dijo que estaría en bellas catedrales” suele decir Sobrino, “pero que allá donde haya hambre, sed, enfermedad y gente que se muere de sida, nos guste o no nos guste, allá estará Él.”

Curas que hayan tomado decididamente la opción por los pobres no solo los encontramos en Latinoamérica. En España han sido y son muchos quienes lo hacen a diario. Tuve la suerte de conocer de cerca de uno de ellos, Juan N. García-Nieto, jesuita catalán perteneciente a una adinerada familia de banqueros. Era el hijo varón mayor de tres hermanos, el “hereu” según la tradición catalana que debía heredar todo el patrimonio familiar. Sin embargo su fe religiosa le llevó a renunciar a todo aquel mundo de lujo y riqueza para ordenarse sacerdote y formarse en Irlanda. A su regreso a España, la España de Franco, viendo cómo sufrían los más pobres, sufriendo la injusticia y la falta de libertad, toma definitivamente partido por los pobres y se convierte en el cura obrero que desarrolló toda su acción y vivió en Cornellá y en el llamado cinturón rojo de Barcelona. Fue fundador de Cristianos por el socialismo. Compaginó su labor con los obreros y su acción sindical dando clases en una de las escuelas de negocios más prestigiosas de Barcelona, Esade. Siempre me he preguntado cómo podía compaginar esos mundos tan antagónicos, el de los obreros y el de los directivos, el de los pobres y el de los capitalistas. La respuesta me la dio un día, en una comida familiar en la que sus sobrinos, pujantes empresarios y ejecutivos agresivos, criticaban la baja cualificación y preparación de los obreros como origen de la falta de competitividad de la empresa española. Juan, el Nepo, como se le conocía, siempre con la sonrisa en la boca, les respondió “¿Por qué siempre que los empresarios hablan de la falta de competitividad de la empresa española la achacan a la mediocridad de sus trabajadores en lugar de preguntarse si los que realmente son mediocres son los empresarios? Ese era Juan N. García-Nieto, un hombre humilde, lúcido, valiente y consecuente, que dedicó su vida a defender todo aquello en lo que firmemente creía.

Son muchos los curas que han tomado la opción por los pobres en nuestro país: el padre Llanos, etc. En Madrid, en la parroquia de San Carlos Borromeo, en el barrio de Vallecas, tres curas: Enrique de Castro, Javier Baeza y Pepe Díaz, han dedicado su vida a estar con los más pobres, con quienes más les necesitan. Presos, drogadictos, inmigrantes y marginados son los feligreses predilectos de esa parroquia en la que se comulga con pan, los curas llevan tejanos en lugar de sotanas y, lo más importante, hablan como lo hizo Jesús: dando su vida por los demás. Carmen Díaz, de la asociación Madres contra la Droga, definía perfectamente la doctrina que se enseña en esta parroquia:“Aquí he aprendido que resucitar es caerte, levantarte y ayudar”. Por eso su parroquia está siempre llena, por eso esa casa de Dios tiene siempre sus puertas abiertas (incluso la llave de la iglesia la tienen los fieles), por eso a su iglesia acuden, respetuosos, musulmanes y hasta ateos. La ortodoxia de la liturgia vaticana, sin embargo, no puede permitir que tres simples curas acerquen la Palabra de Dios hablando la verdadera lengua de las gentes, esa lengua universal que habla de generosidad, de solidaridad y de amor, de verdadero amor al prójimo y, a través de Rouco Varela, ha hecho todo lo posible por cerrarla. Benedicto XVI anda empeñado en reinstaurar las misas en latín y en sancionar a sacerdotes como Jon Sobrino, por defender en sus libros que Jesús, además de Dios, también fue un hombre que se enfrentó al poder para defender a los más necesitados; la Conferencia Episcopal Española dio alas desde su cadena radiofónica, la COPE, a los Jiménez Losantos y Césares Vidales para insultar, conspirar, mentir y difamar a diario a todo el que no compartiera con ellos los intereses más retrógrados y conservadores de la España más rancia. La Iglesia oficial nunca vio con buenos ojos a todos esos sacerdotes, como Enrique de Castro, Javier Baeza, Pepe Díaz, o como Jon Sobrino, Pere Casaldáliga, Juan N. García-Nieto, o como Ignacio Ellacuría y los jesuitas asesinados en la UCA de El Salvador, como Monseñor Romero o como tantos otros sacerdotes que se acercaron al Evangelio siguiendo el mensaje de amor verdadero que hay en él y tomando la opción que Jesús tomó: la opción por los pobres. Hoy, cuando el Opus Dei o los Legionarios de Cristo ocupan los lugares más visibles de la Iglesia oficial y marcan su destino, cuando se cierran las iglesias de los que han tomado partido por los más necesitados, cuando se sanciona a los que toman la opción por los pobres, cuando se alienta el odio y el guerracivilismo desde la radio de la iglesia, cuando se ayuda a la propagación del SIDA prohibiendo el uso de los preservativos, hoy me siento cada vez más alejado de esa Iglesia oficial con la que ya nada comparto ni quiero compartir ¡Que se queden su latín, sus COPES y sus hostias! Yo no quiero tener nada que ver con ellos, no quiero ser cómplice de ese centro de poder en el que ellos han convertido a la Iglesia. Sí estoy, y más próximo que nunca, a los Sobrino, los Casaldáliga, los Castro, los Baeza y los Díaz de este mundo que, junto a los que más lo necesitan, no sólo gritan, sino que luchan porque otro mundo sea posible. Hoy, cuando veo al Papa me cuesta reconocer las palabras que Jesús le dijo a San Pedro: “¡Déjalo todo y sígueme!”. Hoy, cuando oigo las calumnias y las mentiras de la COPE, me pregunto qué queda de lo que dijo San Pablo: “La verdad os hará libres”. Hoy, cuando veo a Rouco Varela queriendo cerrar la iglesia de San Carlos Borromeo me pregunto ¿Qué haría Jesús si entrase en el Vaticano y viese en lo que han convertido su Iglesia?. Hoy no le digo adiós a esa iglesia, la de los pobres, porque siempre estaré con ella, sino que hoy digo, alto y claro, ¡adiós a la Iglesia!

No quiero acabar esta entrada sin las palabras, y los versos, de otro de estos curas formidables que han tomado partido por los pobres: Pere Casaldáliga, obispo de la prelatura de Sao Felix de Araguaia, en el Mato Grosso, que lo abandonó todo para irse a vivir a la selva amazónica con los más necesitados y que siempre dice que lo que más le gustaría, si su castigado cuerpo se lo hubiera podido permitir, habría sido irse ahora a compartir su vida con los más pobres de África.

viernes, 23 de septiembre de 2011

HARTOS DE TRAMPAS

José Ignacio Torreblanca

Durante décadas, Israel fue el puesto avanzado de Occidente y sus valores en una región donde la democracia no estaba ni en el mapa ni en el vocabulario. Gracias a sus innegables logros, los israelíes aseguraron su prosperidad y seguridad en un contexto regional sumamente adverso. Con aquellos a los que temían o necesitaban, como Egipto o Jordania, alcanzaron la paz. Con otros, como Siria, sustituyeron las confrontaciones directas por otros conflictos de menor nivel asumidos por actores o peones interpuestos, en los territorios ocupados o Líbano. El resultado es que Israel ha disfrutado de un periodo de paz y seguridad mucho más prolongado de lo que la retórica antiisraelí dominante en el mundo árabe y musulmán habría hecho esperar.

El mérito, sin embargo, ha de ser atribuido a Estados Unidos, no a la diplomacia israelí. La tarea de Washington ha sido doble. Por un lado, ha puesto al servicio de Israel su excelente red de relaciones bilaterales. Desde Rabat hasta Ankara, pasando por Riad y las capitales europeas, Estados Unidos ha logrado mantener como artículo de fe el principio de que la solución al conflicto solo podría venir de un acuerdo entre las partes alcanzado libremente y sin presiones externas, relegando con ello el papel de la comunidad internacional a la facilitación de las conversaciones y, eventualmente, a la oferta a las partes de garantías externas (económicas y/o de seguridad) si finalmente se alcanzara un acuerdo.

Paralelamente, Estados Unidos ha venido bloqueando sistemáticamente cualquier intento de internacionalizar la solución del conflicto, es decir, de imponer a unas partes incapaces de ponerse de acuerdo una solución justa y duradera basada en los principios de derecho internacional más comúnmente aceptados. Así pues, cada vez que la solución al conflicto palestino ha amenazado con desbordar el marco bilateral y llegar al ámbito internacional, Estados Unidos ha acudido al rescate de Israel. Las cifras son elocuentes: entre 1972 y 2011, Estados Unidos ha tenido que ejercer su derecho de veto en nada menos que 31 ocasiones con el fin de que una resolución sobre Palestina que gozaba del apoyo mayoritario del Consejo de Seguridad no llegara a buen puerto.

La ecuación resultante es bastante evidente. Por un lado, tenemos una increíble asimetría entre el poder negociador de israelíes y palestinos (pues unos lo tienen prácticamente todo y los otros prácticamente nada). Aunque demográficamente el tiempo juegue a favor de los palestinos, política y económicamente Israel es cada día más fuerte y sus asentamientos más numerosos y asfixiantes para los palestinos. Por otro lado, la comunidad internacional hace bastante trampas en su mediación: mientras que a los israelíes se les intenta persuadir con buenas formas y sin levantar la voz, a los palestinos se les presiona y exige sin disimulo alguno. Si a todo ello añadimos las dos magníficas muletas diplomáticas (regional e internacional) proporcionadas por Estados Unidos, el resultado final (un proceso de paz estancado) adquiere bastante sentido. No cabe extrañarse de que los palestinos se hayan cansado de jugar a un juego donde todas las cartas están marcadas de antemano y se hayan dirigido a Naciones Unidas a que les proporcione una baraja de cartas nueva.

El gran revuelo desatado por la petición de Abbas de que Palestina sea reconocida como miembro de pleno derecho no es sino la prueba que confirma la hipocresía de Estados Unidos y de gran parte de los miembros de la Unión Europea, otra vez patéticamente divididos en un asunto clave para su relevancia internacional. Cuando más de 122 miembros de Naciones Unidas ya reconocen bilateralmente al Estado palestino, las presiones europeas sobre Abbas para que se eche atrás en su petición de lograr un estatuto de pleno derecho y se conforme a cambio con un estatuto de no miembro, amputado, entre otras cosas, de la capacidad de litigar ante la Corte Internacional de Justicia, resultan un sarcasmo.

Por un lado, se hace el trabajo sucio a Estados Unidos para que Obama no tenga que desprestigiarse vetando una resolución mayoritaria del Consejo de Seguridad. Por otro, se hace el trabajo sucio a Israel impidiendo que los palestinos acudan a la justicia internacional (no vaya a darles la razón). A cambio, se espera, Netanyahu congelará los asentamientos, volverá a la mesa de negociaciones, tratará a los palestinos de igual a igual y aceptará la solución de dos Estados en menos de un año. Todo ello, por las buenas, sin presión estadounidense y en un año electoral para Obama. No parece que Abbas tenga tanto sentido del humor.


jueves, 22 de septiembre de 2011

TROY DAVIS, ¿UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA PENA DE MUERTE EN EE. UU.?

Yolanda Monge, en 'El País'

Con la culminación de la ejecución de Troy Davis, después de que el Tribunal Supremo decidiera cerrarle todas las puertas legales, no solo murió un hombre que posiblemente era inocente del crimen que se le acusaba sino que también se inició un descenso en la credibilidad de un método que apoya un 64% de los norteamericanos (aunque el declinar en el respaldo dado a la pena capital desde los noventa tiene más que ver con el descenso en las cifras de crímenes que con el pensamiento dominante. Basta con ver la reacción del público durante un debate republicano televisado cuando este aplaudió las 234 condenas a muerte que ha firmado el gobernador Rick Perry sin que le temblara el pulso o le quitase el sueño, según dijo él mismo).

La pena capital debería estar tocada de muerte tras lo sucedido en Georgia en la noche del miércoles, cuando un hombre fue asesinado legalmente a pesar de que nunca hubo pruebas determinantes en su contra y de que la gran mayoría de los testigos que en el momento del crimen volvieron su dedo acusador contra él ahora se han retractado de sus declaraciones. Los partidarios de la pena capital, un castigo sin vuelta atrás, deberían reflexionar sobre el hecho de que un antiguo director del FBI, William Sessions, defensor de tan atávico método, sintiera la necesidad en el caso de Davis de replantearse que quizá la sociedad se está equivocando y la pena de muerte no es infalible.

Deberían escuchar a Jimmy Carter, expresidente de Estados Unidos, que emitió un comunicado en el que decía: "Si uno de nuestros ciudadanos puede ser ejecutado con tantas dudas en torno a su culpabilidad, entonces el sistema de pena de muerte en nuestro país es injusto y obsoleto". El exgobernador de Georgia fue más allá y aseguró tener confianza en que "esta tragedia nos empuje como nación hacia un rechazo total de la pena capital".

Los sondeos realizados dicen que un tercio de los estadounidenses creen que se ha ejecutado a un inocente y, aún así, ese mismo número de personas sigue apoyando la aplicación de la pena de muerte. A una noche frenética en la que la vida de Davis estaba en juego y se la pasaban de un tribunal a otro con sus consiguientes esperas -el Supremo de EE UU tardó casi cuatro horas en tomar una decisión, en gran medida porque no todos los jueces estaban presentes en la ciudad, ya que el curso judicial no empieza hasta el primer lunes de octubre-, la mañana del jueves ha amanecido como si nada hubiera pasado. Entregado el cadáver a la familia y callado el clamor internacional, las únicas voces que seguían activas - y en Internet, ni siquiera en los cafés- eran las de las organizaciones de derechos humanos y las contrarias a la pena de muerte.

El debate contra la máxima pena no se dirime en la calle; no hay manifestaciones en contra como podría esperarse sobre un asunto parecido en la vieja Europa; no hay masivos movimientos de protesta.

Lo que los detractores esperan que suceda es que, tras la muerte de Davis se haga patente que el sistema es falible, que es imposible evitar que mueran inocentes. Errores de tal tamaño no se pueden corregir por lo que hay que buscar alternativas a la pena capital.

El propio Davis proclamó su inocencia hasta el final. Sereno -o todo lo sereno que se puede estar cuando se está amarrado a una camilla sabiendo que los verdugos van a acabar con tu vida-, el preso de raza negra de 42 años giró su cabeza hacia el hijo y el hermano de Mark McPhail -policía de raza blanca de paisano al que Davis asesinó en 1989, según el veredicto de un juez y jurado en 1991- y dijo: "Yo no lo hice, yo no tenía un arma. Siento mucho su pérdida pero yo no maté a su padre, hijo o hermano". "Soy inocente". Davis murió a las 11.08, quince minutos después de que se iniciara el salvaje método de inyectarle la muerte en vena. Davis no ingirió su última cena por deseo propio.

Tampoco aceptó que se le aplicara un calmante para enfrentarse a la muerte. Pero sí realizó una última petición a sus familiares, amigos y abogados: "Seguid investigando, excavando, trabajando hasta que se pruebe mi inocencia". Quizá entonces sí haya un antes y un después en la pena de muerte en EE UU y la pregunta ya no esté abierta. Hasta entonces, el sistema sigue funcionado; no importa los inocentes que pueda enterrar en el camino. El miércoles se ejecutaba también a un hombre en Tejas, el día 28 será en Florida, el 18 de octubre en Ohio...



martes, 20 de septiembre de 2011

EL PAPA QUE HASTA UN ATEO DESEARÍA


Feliciano Mayorga Tarriño. Filósofo y escritor

La semana pasada, un hermoso sueño me quitó la paz. Desde ese día, todas las mañanas, al oír el despertador, me abalanzo a la TV y los diarios con la esperanza de ver una nota de prensa que diga algo así como lo siguiente:

17 de Agosto de 2011. "El papa Benedicto XVI ha desaparecido del Vaticano. Los servicios de inteligencia de todo el planeta se afanan en hallarlo con vida. La OTAN está en estado de máxima alerta por
temor a que se trate de un magnicidio, tal vez de un secuestro por parte de Al Qaeda. El catolicismo al borde de la guerra."

18 de Agosto de 2011. "Desconcierto internacional. Benedicto XVI ha sido hallado sonriente y sudoroso en Mogadisho, capital de Somalia. Desde un campo de refugiados, acaba de anunciar que iniciará una
huelga de hambre en solidaridad con la población hambrienta. Su determinación es mantenerla hasta morir si la comunidad internacional no toma medidas urgentes para acabar con la miseria que asuela el
planeta. El mundo escucha atónito la declaración."

19 de Agosto de 2011. "Todo es caos, preocupación e incertidumbre. Se suceden las reacciones oficiales. Nadie sabe cómo interpretar un gesto que viola los protocolos diplomáticos. Las autoridades de las cancillerías europeas y norteamericanas, a la vez que saludan tímidamente el gesto, lo desautorizan como un chantaje inadmisible por parte del líder de una Iglesia. De admitirse podría dar lugar a una serie indefinida de ingerencias por parte de otros dirigentes religiosos en el orden político internacional. Le exigen el cese inmediato de la huelga de hambre."

20 de Agosto de 2011. "El Vaticano, presionado por los gobiernos occidentales, ha convocado un conclave urgente y extraordinario para dar respuesta al insólito y perturbador acontecimiento. Se filtra la
idea de que el Papa podría haber perdido sus facultades mentales y debería ser incapacitado como legítimo sucesor de Pedro."

21 de Agosto de 2011. "Los mercados han entrado en un estado de pánico generalizado. Las bolsas se desploman. Las multinacionales temen una intervención de la ONU que pudiera limitar sus beneficios a escala global. Los principales centros financieros exigen a los gobiernos una respuesta urgente a la crisis provocada por Benedicto XVI, al que califican abiertamente de comunista e irresponsable."

22 de Agosto de 2011. "Se espera una acción inminente por parte de la OTAN, como respuesta a la demanda de la curia romana, para capturar al sumo Pontífice, devolverlo con vida al Vaticano y realizarle un exhaustivo diagnóstico de salud mental por parte de eminentes psiquiatras. Se especula con un brote de demencia senil. El derecho canónico admitiría in extremis la posibilidad de nombrar un nuevo sucesor si se verifica la grave enfermedad mental del actual Vicario de Cristo."

23 de Agosto de 2011. "La imagen de un Papa despojado de sus pomposas vestiduras, ataviado con las raídas ropas de los nativos y dispuesto a llevar hasta el sacrificio final su compromiso con los más pobres del planeta, ha conmocionado a la opinión pública mundial. Es como un delirio colectivo. La gente se echa a la calle presa de un sentimiento de júbilo, ocupando calles, plazas y parlamentos."

24 de Agosto de 2011. "Todo parece irreal, es como si el mundo hubiera perdido de pronto su gravedad y flotara en un estado de gracia y ligereza. Hay gente por todas partes. Unos lloran de emoción, otros cantan salmos, otros rezan tomados de las manos, otros comparten lo que tienen con los más pobres, otros se abrazan sin motivo, los enemigos se declaran la tregua. Un sentimiento de hermandad surca la tierra. Es indescriptible. Nadie recuerda algo semejante"

25 de Agosto de 2011. "Ante el riesgo de captura del santo Padre, el Dalai Lama, el patriarca de Constantinopla, numerosos imanes y rabinos, y los principales líderes protestantes han decidido sumarse a
la huelga de hambre de Benedicto XVI. Se añade cada día una marea de niños, mujeres y ancianos, en cuyo rostro se refleja el orgullo de saber que, al menos por una vez, Dios está de su parte."

26 de Agosto de 2011. "Filósofos e intelectuales afirman que lo que está ocurriendo, tanto si el Papa muere o logra derrotar al hambre, supondrá un punto de inflexión en la humanidad. Su importancia ya se compara con el final del imperio romano, el descubrimiento de América o la derrota del nazismo. Sectores izquierdistas, ateos y liberales se movilizan a favor de los cristianos y el parlamento de Israel ha
acordado devolver los terrenos ocupados a Palestina. La historia parece haber perdido su racionalidad. Ningún estudio sociológico, económico o político había previsto un suceso tan enorme ¿Qué está
pasando? ¿El mundo se ha vuelto loco?, ¿de amor?"


Conclusión: el Papa es uno de los pocos seres humanos capaces, por su estatus, de realizar tan hermosa quimera. Por eso cada día, apenas me despierto, me lanzo a los kioscos para ver si es hoy está la gran
noticia, el día en que el Papa de mis sueños realizará la gesta que salvará al mundo.



EL GRITO DE LOS EXCLUIDOS 2011

Frei Betto

Desde hace 17 años la Semana de la Patria, en el Brasil, está dedicada a la manifestación popular conocida como Grito de los Excluidos. Éste es promovido por el Sector de Pastoral Social de la CNBB, la Comisión de la Tierra, Caritas, Ibrades y otros movimientos e instituciones.

El lema del 17° Grito es: “Por la vida grita la Tierra… ¡Por los derechos, todos nosotros!” Se trata de asociar la preservación ambiental del planeta a los derechos del pueblo brasileño.

El salario mínimo actual -US$ 220- representa hoy la mitad del valor de compra de cuando fue establecido, en 1940. Para equipararlos se necesitaría que fuese de US$ 550. Pero, según el DIEESE, para atender a las necesidades básicas de una familia de cuatro personas, de acuerdo a lo que prescribe el art. 7 de la Constitución, el salario mínimo actual debiera de ser de US$ 850.

Las políticas sociales del gobierno son, sin ninguna duda, importantes. Pero no suficientes para erradicar la miseria. Eso sólo se consigue promoviendo la distribución de la renta a través de salarios justos, y no manteniendo a millones de familias dependientes de los recursos del poder público.

El Brasil comienza a ser alcanzado por la crisis financiera internacional. Debido a la recesión en los países ricos, nuestras exportaciones tienden a disminuir. El único modo de evitar que el Brasil también caiga en la recesión es aumentar el consumo interno, lo cual significa aumento de los salarios y de los créditos, y reducir los intereses.

La población extremadamente pobre en el Brasil se calcula que anda por los 16 millones de personas, el 59 % de las cuales (9.6 millones de gentes) están concentradas en el Nordeste.

De entre los que padecen pobreza extrema en el Brasil, el 51 % tiene menos de 19 años, y el 40 % menos de 14 años. El desafío está en liberar a esos jóvenes y niños de la carencia en que viven, proporcionándoles una educación y profesionalización de calidad.

Uno de los factores que impiden a nuestro gobierno el destinar más inversiones a programas sociales, así como a educación y a salud, es la deuda pública. Hoy la deuda federal, interna y externa, sobrepasa los US$ 80 mil millones. En el 2010 el gobierno gastó, sólo en intereses y amortizaciones de esa deuda, el 44.93 % del presupuesto general de la Unión.

¿Quién se aprovecha y quién pierde con las deudas del gobierno? El Grito de los excluidos propone desde hace años una auditoría de las deudas, interna y externa. Nadie ignora que una buena parte de la deuda es fruto de la mera especulación financiera. Como acá los intereses son más altos, los especuladores extranjeros canalizan sus dólares hacia el Brasil, a fin de obtener mayor rendimiento a su dinero.

Hay un aspecto de la realidad brasileña que atañe a la doble dimensión del lema del Grito de este año: preservación ambiental y derechos sociales. Se trata de la reforma agraria. Sólo ella podrá erradicar la miseria en el campo y paralizar el progresivo despale de la Amazonía y de nuestras selvas por la ambición desenfrenada del latifundio y del agronegocio..

Los datos procedentes del gobierno indican que en el Brasil existen hoy 62.2 mil propiedades rurales improductivas, abarcando un área de 228.5 millones de hectáreas. Pura tierra de negocio y por tanto, según la Constitución, susceptible de desapropiación.

Comparados esos datos del 2010 con los del 2003 se constata que ha habido un aumento del 18.7 % en el número de inmuebles rurales ociosos, y que el área se amplió en un 70.8 %.

Si el mayor crecimiento de áreas improductivas sucedió en la Amazonía, escenario de violentos conflictos rurales y de trabajo esclavo, sorprende el incremento constatado en el sur del país. En el 2003 había en esta región 5.413 inmuebles clasificados como improductivos. El año pasado la cantidad llegó a 7.139, o sea un aumento del 32 %. ¡Son pues 5.3 millones de hectáreas improductivas en latifundios sólo en el sur del Brasil!

De 130.5 mil grandes propiedades rurales inscritas en el catastro en el 2010, con una extensión de 318.9 millones de hectáreas, 23 mil, con una extensión de 66.3 millones de hectáreas, son propiedades irregulares, o sea tierras acaparadas ilegalmente o baldías (pertenecientes al gobierno), generalmente ocupadas por latifundios.

El Brasil, por supuesto, tiene margen para una reforma agraria, sin perjuicio de los productores rurales y del agronegocio. Con ella todos podrían ganar: el gobierno, porque recogería más tributos; la población, porque vería reducida la miseria en el campo; los productores, porque se multiplicarían sus cosechas y sus rebaños, y venderían más a los mercados interno y externo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

EL JESUITA BARTOLOMEU MELIA, PREMIO BARTOLOME DE LAS CASAS

BARTLOMEU MELIA PREMIO BARTOLOME DE LAS CASAS POR SU DEFENSA DE LOS PUEBLOS INDIGENAS

En una audiencia privada celebrada ayer en el Palacio de la Zarzuela, Su Alteza Real el Príncipe de Asturias entregó al jesuita, investigador, escritor y lingüista Bartomeu Meliá el Premio Bartolomé de las Casas de derechos humanos. El chamán yanomami Davi Kopenawa recibió una mención honorífica

El premio, que otorga el Ministerio de Exteriores de España y cuenta con una dotación de 150.000 euros, distingue a personas, instituciones u organizaciones con una destacada trayectoria en la defensa del entendimiento y concordia con los pueblos indígenas de América, en la protección de sus derechos y el respeto de sus valores. El chamán y portavoz yanomami Davi Kopenawa recibió una Mención Honorífica del jurado en 2009. Survival International ha formado parte del jurado que, por unanimidad, decidió galardonar al jesuita hispano-paraguayo.

El padre Meliá es uno de los más destacados defensores de la causa indígena en Paraguay, y llegó a ser expulsado del país por la dictadura militar por este motivo. Es uno de los principales especialistas del mundo en la lengua y cultura guaraníes, y también ha trabajado con pueblos indígenas de Brasil, como los enawene nawes, que visitó poco después de que fueran contactados por primera vez en compañía de Vicente Cañas, que después fue asesinado, y a quien dedicó unas palabras de recuerdo en su discurso de agradecimiento.

En su discurso de presentación del Premio, La Secretaria de Estado de Cooperación, Soraya Rodríguez, hizo hincapié en la necesidad de obtener el "consentimiento previo, libre e informado" de los pueblos indígenas en todas aquellas cuestiones que los afecten.

Stephen Corry, director de Survival International, ha declarado: "El reconocimiento de la labor de personas como el padre Meliá, que han dedicado su vida y obra a la protección de los derechos de los pueblos indígenas aun en las circunstancias políticas más difíciles es vital para el avance de la causa indígena en todo el mundo. El Gobierno paraguayo tiene la responsabilidad de seguir su ejemplo y proteger debidamente los derechos de los indígenas del país, poniendo fin a los abusos que cometen contra ellos las grandes empresas multinacionales del ganado y la soja".

miércoles, 14 de septiembre de 2011

"CONCILIO TRAICIONADO, CONCILIO PERDIDO"

Juan G. Bedoya

Giovanni Franzoni, ex abad de San Pablo Extramuros y participante con 36 años en el Vaticano II, relata ante el congreso de la Juan XXIII cómo y cuándo se inició la traición conciliar “Concilio traicionado, concilio perdido”. Así tituló su conferencia el teólogo Giovanni Franzoni, ex abad del monasterio benedictino de San Pablo Extra Muros, en Roma.

“Tenéis delante de vosotros a una persona anciana (nacida en el 1928), que cuando era joven tuvo la suerte de participar en el Concilio Vaticano II. En ese evento tomaron parte unos dos mil quinientos padres, mas a cincuenta años de distancia casi todos han muerto. Yo soy uno de los poquísimos padres sobrevivientes (junto, en Italia, a mi amigo Monseñor Luigi Betazzi, obispo emeritus de Ivrea); por tanto tenéis delante a vosotros un testigo directo”.

Los teólogos reformistas lamentan que esté “cortado” el dialogo con los obispos
El teólogo Franzoni fue este viernes la figura estelar del 31 congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, que reúne este fin de semana en Madrid a casi un millar de pensadores de varias confesiones, en su mayoría mujeres. El ex abad franciscano subrayó este carácter de superviviente conciliar porque han sido frecuentes en estos últimos años congresos dedicados al Vaticano II donde teólogos o historiadores, que en los años sesenta del siglo pasado eran chiquillos o ni siquiera habían nacido, reflexionaban sobre aquel evento, diciendo incluso cosas profundas e importantes, pero normalmente sin sentir la necesidad de escuchar a algunos de los padres conciliares aún vivos.

“No es que nosotros, viejos y a menudo enfermos, poseamos la verdad o seamos indispensables, mas algo interesante podremos decir como testigos del contexto (humores, esperanzas, temores, desilusiones, indignaciones) en que se discutieron y redactaron documentos”, advierte Franzoni. En su opinión, “ningún discurso o crónica, y menos aun los mismos documentos, pueden presentar mejor el contexto de aquel acontecimiento que cambió el catolicismo moderno durante décadas, metido en conserva más tarde por los últimos papas.

Franzoni fue elegido en 1964 abad de San Pablo Extra Muros y, a pesar de no ser obispo, como abad de San Pablo - una abadía nullius - tenía el derecho de participar en el concilio, como sancionado en el Derecho canónico, junto a los otros abades con la misma condición jurídica. En calidad de tal fue uno de los mas jóvenes padres conciliares, con apenas 36 años.

Recuerda ahora: “Yo había entrado en el Vaticano II como un moderado, pero para muchos, italianos en gran parte, era progresista y en ese camino fuí despertado por la presencia e intervenciones de cardenales como el belga Leo Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas, o de Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, o de patriarcas como el griego melquita Maximos IV”.

Franzoni argumenta “cómo, por qué y con qué razones el Concilio ha sido desatendido, vaciado de contenido y quizás traicionado, empezando precisamente por los papas. Según el ex abad franciscano, todo empezó ya con Pablo VI, sucesor del Papa que convocó el Vaticano II, el gran Juan XXIII. Dijo: “En muchas partes, incluso en nuestros ambientes, se afirma hoy que fueron Juan Pablo II y después el cardenal Joseph Ratzinger - a partir del 2005 Benedicto XVI - los que pusieron un freno a los fermentos post-conciliares, imponiendo una interpretación minimalista y restrictiva del Vaticano II. Sin embargo, fue el mismo Pablo VI quien puso las premisas para que el Concilio pudiera ser, al menos en parte, domesticado y el post-concilio enfriado.

“Cuando, en noviembre de 1964, el Concilio finalmente se preparaba para aprobar solemnemente la Constitución sobre la Iglesia, el papa Montini obligó a añadir al texto una llamada Nota explicativa previa al tercer capítulo de la Lumen gentium, precisamente aquel que afrontaba el tema de la colegialidad, o sea la relación entre el primado papal y el poder del colegio episcopal. La Nota reitera en modo exasperado el poder papal, dándole una interpretación que en perspectiva vaciaba de contenido la colegialidad episcopal que era afirmada en la Lumen gentium (para ser preciso recuerdo que el texto conciliar no usa nunca el sustantivo Colegialidad sino que habla del Colegio de los obispos).

Esa repite cien veces que tal colegio no puede nada “sin su jefe”, o sea, sin el Sumo Pontífice. Salvo excepciones, la Curia romana sostuvo siempre que la Nota previa era un acto del Concilio. Pero no es así, es un acto papal, responsabilidad plena de Pablo VI. El Concilio simplemente ha tomado nota, pero formalmente sin hacer propio el texto”.

Franzoni también demuestra cómo fue Pablo VI quien enfrió e, incluso, evitó el debate sobre el celibato sacerdotal. Dice: “Cuando con el decreto Presbyterorum ordinis, en la cuarta sesión nos preparamos para discutir sobre el ministerio y la vida sacerdotal, se debía afrontar el problema del celibato obligatorio para los sacerdotes de la Iglesia latina. Surgieron intervenciones completamente favorables a mantener la ley en vigor, pero también alguna intervención que preveía la hipótesis de aquellos que más tarde serían llamados en latín viri probati, o sea hombres maduros, con una vida profesional hecha y padres de familia, que podrían ser ordenados sacerdotes.

Estas intervenciones progresistas”, si bien raras, turbaron al papa que entonces escribió una carta al cardenal Eugenio Tisserant, primus inter pares del Consejo de presidencia del Concilio, pidiendo que informara a la asamblea que el pontífice se reservaba para sí la cuestión del celibato sacerdotal; así fue como la discusión del Vaticano II en el mérito fue truncada. Más tarde, en 1967, el papa Montini publicaba la encíclica Sacerdotalis caelibatus en la que rechazaba toda hipótesis de cambio de la ley en vigor. Pero todos saben que desde entonces y durante todos estos cincuenta años, la cuestión del celibato ha provocado infinitos debates, mucho malestar, mucho sufrimiento”.

“Cuando nos enteramos de la decisión del papa de reservarse la decisión sobre el celibato sacerdotal, un padre conciliar colombiano que estaba muy cerca de mi me dijo en italiano: “padre abad, yo tengo solamente ocho sacerdotes diocesanos, todos concubinos, ¿que debo hacer, echarlos todos a la calle y quedarme sin sacerdotes? Yo vine al Concilio solo por este motivo..” Yo, moderado, intenté calmarlo diciéndole que esperaba que el Santo Padre hiciera su parte… Si el papa hubiera dejado plena libertad al Concilio, quizás se habría abierto la brecha hacia una reforma. Pero el papa decidió, y los padres conciliares no tuvieron el coraje de insistir para mantener la libertad de discutir sobre aquel espinoso tema.

También sobre Gaudium et spes el Papa hizo una intervención autoritaria que tuvo graves consecuencias. Cuando se discutió sobre los métodos moralmente legítimos para controlar la natalidad, numerosos padres - Suenens y Maximos IV entre otros - sostuvieron que a los cónyuges se les debía otorgar libertad de conciencia; tesis contradicha por padres menos numerosos pero más combativos. Decididos a reafirmar la Casti connubii, la encíclica con la que en 1930 Pio XI declaraba ser culpa grave impedir el normal proceso de procreación de un único acto conyugal, los padres “conservadores” se opusieron con todos los medios a las anunciadas aperturas y novedades. Los “progresistas” confirmaron - se había descubierto “la píldora” poco tiempo antes - que no era sabio oponerse a la ciencia, y emitir sentencias en campos tan opinables. Pareció claro que la gran mayoría del Concilio era favorable a la tesis “abierta”. Intervino, entonces, Pablo VI reservándose la determinación de los medios moralmente lícitos para regular la natalidad. Lo hizo con la encíclica Humanae vital”.

Franzoni explicó más tarde el endurecimiento de la falible autoridad papal, castigando a cientos de teólogo y acabando sin miramiento con la teología de la liberación en favor de una Iglesia de los pobres. Él mismo fue una de las víctimas. Lo contó así: “Sobre todo en un punto los papas post-conciliares han olvidado el Concilio (con el repetido reconocimiento de la autonomía de las realidades terrenas y del Estado), o lo han interpretado en modo reductivo y, al final, desviante: me refiero a la relación entre normas éticas proclamadas por el magisterio católico y leyes de los Estados sobre “puntos sensibles” (o, sea los temas relacionados con la sexualidad, la familia, el fin de vida). En Italia, como sabréis, en mayo 1974 se programó un referéndum para decir sí o no a la abrogación de la ley sobre el divorcio.

Se trataba por tanto de discutir sobre una ley civil, no sobre un sacramento. Pues bien, la Conferencia episcopal intentó imponer, moralmente, y no solo a los católicos, sino a todos los ciudadanos, de votar SI a la abrogación. Yo - permitidme una referencia personal - me opuse públicamente a esta pretensión y, en un pequeño libro, sostuve la libertad de voto, de conciencia, de los católicos. ¡Y así fui suspendido a divinis!”

Los días 12 y 13 de mayo de 1974 aquella Italia - que según las estadísticas vaticanas era católica al 98% - votó NO, en un 60%, a la cancelación de la ley sobre el divorcio. Fue un gran golpe para Papa y obispos, pero no se rindieron ni entonces ni después. De hecho, en un referéndum de junio del 2005 sobre la procreación asistida, hicieron campaña pública para invitar a todos a no votar. Como no se alcanzo el quórum del 50%+1 de los votantes, el referéndum fue declarado inválido. Sostiene Franzoni que “las jerarquías eclesiásticas están convencidas de que solo el magisterio católico pueda pronunciar palabras de verdad sobre ley natural y sobre temas sensibles; y por tanto urgen a los católicos a hacer que las leyes civiles recalquen el punto de vista de la doctrina católica oficial sobre cada tema. El concepto de laicidad es completamente extraño a las jerarquías: o, mejor, ellas la invocan, precisando, sin embargo, que la laicidad debe ser sana, o sea, que acoja las tesis vaticanas”.

También esta tarde ha hablado el teólogo José Arregi, de la Universidad de Deusto y obligado el año pasado por el obispo de San Sebastián a abandonar la congregación de los Franciscanos para evitar males mayores a sus superiores. Analizó los fundamentalismos religiosos y sus antídotos en la religión y, entre los rasgos del fndamentalismo, destacó la búsqueda de un fundamento inamovible en un mundo más cambiante que nunca; la lectura literal de los textos sagrados; la pretensión de una verdad absoluta en reacción crispada contra la incertidumbre inherente a nuestra cultura; la dependencia de una autoridad indiscutible, como recurso contra la inseguridad creciente; la defensa de una moral inmutable, supuestamente fundada en los textos sagrados; y la fe en un Dios supuestamente conocido, que legitima las propias convicciones y opciones, y una visión maniquea del mundo, dividido entre buenos y malos.

“¿De quién es el futuro?”, se preguntó finalmente Arregi. El futuro es “una religión crítico-liberadora, que exige un cambio radical de un paradigma milenario, la adopción de otro paradigma holístico (no dualista), ecológico (no antropocéntrico) y pluralista (no exclusivista)”, dijo.

martes, 6 de septiembre de 2011

LA ESPERANZA

Joxe Arregi

¿Qué es para mí la esperanza y cómo trato de caminar en ella? Es la pregunta que se nos plantea a cada uno. O también, para ser sincero: cómo trato de cargar cada día con mi parte de desaliento, con mi falta de esperanza. Apunto algunas claves que considero fundamentales, a las que me siento llamado a volver cada día. He aquí unas simples pinceladas.

Convencerme cada día de que otro mundo es posible

O mantener viva la convicción de algo que es evidente. El mundo está expuesto más graves y numerosos que nunca. Pero cada vez es más claro que este mundo tiene solución, y sabemos cuál es. Lo que falta es voluntad para aplicarla. La voluntad puede ser despertada, suscitada.

Creer en Dios es creer que otro mundo es posible y querer construirlo. “Todo es posible para el que cree”. Dios es precisamente la inagotable posibilidad siempre abierta en el corazón de la realidad.

“Dejemos el pesimismo para tiempos mejores” (E. Galeano). No podemos permitirnos ser pesimistas.

Dejarme inspirar por Jesús

Jesús nos inspira lo que él respiró, esperó, practicó: la curación, la comensalía y la fraternidad.

Contando parábolas y tocando, curó a enfermos echados por los caminos. Anunció un nuevo tiempo de justicia a los campesinos hundidos en la miseria por las deudas. Proclamó la ternura de Dios a los “pecadores” despreciados por el sistema religioso.

Con su mensaje y su praxis, desautorizó radicalmente toda relación de dominio y de poder, proclamando y practicando la fraternidad universal. En su vida itinerante, y de manera insólita, se hizo acompañar lo mismo de mujeres que de varones, y reconoció a la mujer el derecho pleno a la palabra y a la autoridad en su movimiento, en ruptura con el patriarcalismo secular y milenario.

Fue alegre comensal de odiados recaudadores de impuestos y de repudiadas prostitutas. Despertó sueños de libertad en el pueblo llano. Para muchos hombres y mujeres afligidas era consuelo de Dios, aurora de un nuevo tiempo, promesa de liberación definitiva. Para otros era un hereje y un peligro, y fue condenado a muerte muy poco tiempo -entre uno y tres años- después de comenzar su itinerancia profética.

Esperar como Jesús esperó

Jesús fue un hombre de gran esperanza. Una esperanza activa. “Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28).

Seguir a Jesús es reconocer que las criaturas son “promesas reales del Reino” (J. Moltmann). Seguir a Jesús es asumir con confianza paciente que la creación y la liberación no están acabadas, pero están en curso:

“Dios aún no ha concluido su obra ni nos ha acabado de crear. Por eso debemos tener tolerancia con el universo y paciencia con nosotros mismos, pues aún no se ha pronunciado la última palabra: “Y vio Dios que era bueno.” (L. Boff, Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres)

Tal es la esperanza comprometida del discípulo de Jesús. Ánimo en el presente y confianza en el futuro.

“La paz es posible. La justicia es posible. La liberación es posible. Dios ha hecho posible lo imposible y estamos invitados a aprovechar nuestras posibilidades para la vida. Participad en la renovación de la sociedad y de la naturaleza.” (J. Moltmann, Cristo para nosotros hoy)

Más allá del pesimismo y del optimismo

Esa esperanza apasionada y activa es la que Jesús compartió. ¿Fue Jesús demasiado optimista? Habría que responder con las palabras que hace unos meses pronunció Z. Bauman en San Sebastián:

“Un optimista es quien cree que este es el mejor de los mundos posibles y no se puede mejorar. Y el pesimista, el que cree que quizás el optimista tenga razón”.

Ni el optimismo ni el pesimismo transforman el mundo. ¿Entonces qué? Primero, convencerse de que “el mundo tal vez se pueda mejorar”; y segundo, seguir en el empeño a pesar del fracaso. Es lo que hizo Jesús. Es lo que le hizo feliz.

La esperanza de Jesús no fue, pues, una “mera esperanza” inoperante, sino una transformadoramente activa. Una esperanza anticipadora: Jesús anunció realizando el anuncio; esperó anticipando lo esperado.

Confiar en Dios como Jesús

La esperanza de Jesús estaba animada por una profunda confianza en Dios. “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) y, por eso, “todo es posible para el que cree” (Mc 9,23): tal es la íntima convicción vital de Jesús.

Jesús esperó y proclamó, gozó y padeció, anunció y anticipó el Reino de Dios, el mundo según el sueño de Dios, o “la tierra de los justos y de los buenos” (L. Boff).

Más aún, Jesús tuvo la certeza vital profunda de que Dios ya estaba viniendo, interviniendo, reinando y liberando a través de su mensaje y de sus curaciones:

“Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11,5; Lc 7,22).

El Dios que suscita y sostiene la esperanza de Jesús es un Dios con entrañas, un Dios que escucha, mira y siente el dolor de sus criaturas. No es un Dios poderoso e impasible, ni un Dios compasivo e impotente, sino un Dios cuyo poder reside en la compasión, con la debilidad que ésta conlleva.

El cristiano que mira a Jesús osa confiar en que Dios, la Ternura que consuela y reconforta, está con el que sufre, con todo el que sufre. Se atreve a confiar, como Jesús, en el Misterio divino que es el Sí, el Amén a la creación y a todas sus promesas.

Donde digo “Dios”, ponga cada uno el nombre que más le inspire. Confiar en Dios requiere revisar nuestra representación de Dios, tanto imaginaria como conceptual. El imaginario tradicional del Dios separado, el Legislador y Providente supremo, exterior al mundo, no inspira confianza, porque ya no es creíble.

Dios o el Fondo de la realidad. Dios o el Misterio que lo habita todo y en quien todo habita, “en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).

Dios que no es parte del mundo ni la totalidad del mundo, pero que tampoco es alguien ni algo exterior al mundo y separado de él.

Dios o la Gran Realidad de toda realidad, el Ser de cuanto es.

Dios o el corazón de la realidad que nos rodea, que nos constituye, que somos.

Dios el Yo del yo, el Tú del tú, el Nosotros de todo yo-tú, la Comunión de la diversidad, la Diversidad inagotable en comunión.

Dios que todo lo anima, lo sostiene, lo habita.

Practicar la bondad, como Jesús

Seguir a Jesús es creer en la bondad y practicar la bondad.

El mejor resumen histórico y la mejor fórmula cristológica acerca de Jesús lo tenemos en las palabras sumamente sencillas de Pedro en los Hechos: “pasó la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos” (Hch 10,38).

Jesús fue bueno, creyó en la bondad, practicó la bondad con los pobres, los heridos y los condenados como pecadores.

El Evangelio de Jesús es cuestión de bondad. La religión en general es cuestión de bondad. El gran pensador y creyente que es P. Ricoeur escribía pocos años antes de su muerte:

“Lo que se llama generalmente la ‘religión’ tiene que ver con la bondad. Las tradiciones del cristianismo lo han olvidado un poco. Hay una especie de encogimiento, de encerramiento en la culpabilidad y la moral (…). Pero yo tengo la necesidad de verificar mi convicción de que, por muy radical que sea el mal, no es tan profundo como la bondad. Y si la religión, las religiones tienen un sentido, es el de liberar el fondo de bondad de los hombres, de buscar allí donde está completamente sepultado”

P. Ricoeur, “Libérer le fond de bonté “, en Actualité des religions 44 (2002)

La adhesión a Jesús es cuestión de bondad compasiva, libre y gozosa: creer en la bondad, anunciar la bondad, practicar la bondad.

Claro que practicar la bondad conlleva también practicar la rebeldía. En la buena noticia de Jesús no faltan dichos que suenan a mala noticia: “He venido a traer fuego a la tierra; y ¡cómo me gustaría que ya estuviese ardiendo!” (Lc 12,49).

Quizás nos cuesta imaginar a Jesús hablando de este modo.

Jesús era bondadoso y también apasionado. Tierno y subversivo. Poeta y profeta. Anunció una revolución, llamó a una revolución. No ciertamente echando mano de las armas, no exterminando a los romanos y a los poderosos opresores. Pero, ciertamente también, Jesús anunció una auténtica “revolución de valores” y la promovió.

El fuego de Jesús no quiere destruir y consumir a nadie, sino transformar a todos con su luz y su calor. El fuego de la buena noticia quiere alumbrar lo oscuro, curar lo enfermo.

Dios es buena noticia para todos, y nos quiere a todos como comensales en el banquete de sus bodas. Sin excluidos. Sin perdedores. Quiere que todos seamos comensales, empezando por los últimos, por los perdedores de la sociedad y de todas las religiones.

Creer que la bondad y la bienaventuranza son inseparables

El programa de Jesús son las Bienaventuranzas. No unos dogmas, no un código moral. La misericordia que hace feliz, la pobreza solidaria y liberadora, la compasión efectiva que nos hace sentirnos hijos, hermanos, felices.

Las bienaventuranzas son el núcleo del evangelio, y deberíamos hacer de ese núcleo levadura de la vida, levadura de la sociedad, levadura de la Iglesia, levadura del mundo, energía transformadora capaz de convertirlo todo en bueno y feliz.

Bueno y feliz, eso es. Es tan simple como el pan. La bondad de la felicidad y la felicidad de la bondad: ambas cosas van juntas, son imposibles de separar. ¿No es ésa la ley de la vida? ¿No es ésa la ley de Dios? ¿Qué es lo que puede hacernos felices sino la bondad? ¿Y qué es lo que puede hacerlos buenos sino la felicidad?

En vano te empeñarás en ser bueno sin ser feliz, y también en ser feliz sin ser bueno. En vano nos empeñaremos en ser buenos a fuerza de leyes morales y dogmas religiosos, e igualmente en ser felices a fuerza de tener, de saber, de poder.

El evangelio de Jesús es eso: es la bondad de la felicidad y la felicidad de la bondad. El misterio de Dios es eso: la bondad dichosa y la dicha bienhechora. Es lo más simple y lo más pleno. ¿Y qué otra cosas es sino eso la entraña de la religión y la esencia de la Iglesia? ¿De qué sirven las leyes y los dogmas y todas nuestras teologías, si no hacen buenos siendo felices y no nos hacen felices siendo buenos?

Renunciar a poseer el bien, la verdad, la esperanza

Nadie posee la verdad. Nadie posee el bien. Los mayores crímenes se han cometido en nombre de la Verdad y del Bien absolutos.

La revelación de Dios se inscribe en el registro de la historia. Y la historia pone a todo el sello de la parcialidad y de la contingencia. El respeto al destino histórico de la palabra de Dios obliga a los creyentes a asumir plenamente el deber de la búsqueda, de la confrontación, del intercambio.

El creyente no posee el saber y la llave del futuro. También para el creyente y para la Iglesia en su conjunto el futuro es impredecible. Oteamos el futuro con el recuerdo y la esperanza, pero no tenemos ante nuestros ojos la figura exacta del porvenir que hemos de construir, ni somos dueños de las llaves del futuro.

En consecuencia, “la negativa a controlar el devenir del mundo” (Ch. Duquoc) es una condición indispensable para la presencia de la Iglesia en la sociedad actual.

No se puede decir, como estamos habituados a escuchar de labios de los dos últimos papas: “No hay esperanza sin fe en Dios”, “No hay humanidad fuera del cristianismo”… Compartimos el mismo deseo, el mismo dolor, la misma ignorancia. Compartimos la compasión y el camino.

Seguir aunque fracase

Estamos seguros de que otro mundo es posible, pero no de que vayamos a conseguirlo. La inseguridad nos duele. Pero entonces podemos mirar de nuevo a Jesús, un fracasado más de la historia.

¿Fracasó Jesús? Depende de cómo se mire. Fue feliz haciendo lo que hizo. Su vida no es una vida malograda, “fracasada”. Es una vida realizada, a pesar del fracaso de sus expectativas. Lo fundamental para él no eran las expectativas, sino la vida samaritana y feliz independientemente de los logros.

Por eso le proclamaron resucitado: “Dios estaba con él incluso en el fracaso. Y si Dios estaba con él, no fracasó”. Ser cristiano consiste en creer que su fracaso, junto con el fracaso de todos los hombres y mujeres de bien, es semilla y levadura de Reino.

Ser cristiano consiste en reconocer la pascua (el paso, la presencia, la solidaridad de Dios) precisamente en el fracaso de Jesús y de todos los mártires de Dios, y seguir aplicando la lógica y la praxis compasiva de Jesús a pesar del fracaso, porque así es mejor, porque nos hace más felices, porque es la única forma de que alguna vez la tierra llegue a ser Reino de Dios, tierra sin males.

Seguir soñando el “sábado” de Dios y de todas las criaturas

Dios crea durante seis días y en el séptimo descansa. Ésta es una de las intuiciones más hondas y bellas de toda la Biblia. La creación culmina en la liturgia y el descanso sabático. La vida busca el gozo y el descanso. La vida no es para trabajar, sino para disfrutar.

“Trabajar más para ganar más” fue el lema de N. Sarkozy en las elecciones presidenciales francesas, pero este lema es un desatino inhumano. ¿De qué sirve ganar, si con ello nos obligamos a cansarnos más? ¿De qué sirve trabajar más y ganar más, si con ello dañamos nuestra vida y la vida de millones de seres humanos y de seres de la naturaleza?

La vida es para celebrar y gozar juntos, y ése es el sentido del sábado y de toda fiesta.

“Acuérdate del sábado, para consagrárselo al Señor. Trabaja seis días y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el séptimo día es de reposo consagrado al Señor tu Dios. No hagas trabajo alguno en ese día, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo o tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que viva contigo.

Porque el Señor hizo en seis días el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y descansó el día séptimo. Por eso el Señor bendijo el sábado y lo declaró día sagrado. Durante seis días trabajarás y harás tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor tu Dios…” (Ex 20, 8-11).

“Acuérdate del sábado”. Acuérdate de que la vida es gracia y merece ser agradecida y celebrada. Acuérdate de que tu vida no es para producir, servir, explotar, sino para saborear, compartir, saborear juntos, ser libres y hermanos.

Acuérdate del sábado para relajar tus tensiones excesivas y recuperar el bienestar de la vida. Acuérdate del sábado para que toda la naturaleza descanse también y respire, y cada ser sea él mismo. Acuérdate del sábado para que toda la creación sea templo del Espíritu y para que el Espíritu de Dios encuentre reposo en su creación.

Dios también espera el descanso, necesita respirar. Su esperanza es nuestra esperanza.

(texto de una conferencia reciente)

lunes, 5 de septiembre de 2011

¿POR QUÉ SE QUIERE TANTO AL PAPA?

José Mª Castillo

Una de las cosas que más me han impresionado, en la reciente JMJ celebrada en Madrid, ha sido lo mucho que tanta gente quiere al papa. No me refiero simplemente al entusiasmo masivo, al respeto, la admiración, al fervor de los fieles. De todo eso, por supuesto, ha habido mucho. Pero es que, además, lo que se ha palpado en las miradas y en los rostros, en los gritos y en los cantos de muchos de los asistentes ha sido algo más hondo, seguramente el sentimiento más íntimo y más profundo que un ser humano puede sentir hacia otro: el cariño, el amor sincero.

Y naturalmente me he preguntado, y me pregunto, ¿es esto el mero contagio de una especie de histeria colectiva tan característica en las concentraciones masivas de gente entusiasmada? Sin duda, algo de eso se ha producido. Pero creo que con echar mano del contagio de masas, que se puede producir en cualquier espectáculo o concentración masiva de gente, con eso nada más no explicamos lo que realmente ha ocurrido en Madrid con motivo de la venida del papa. ¿Por qué?

Porque los cientos de miles de personas, que ha concentrado el papa, no se han reunido para asistir a un espectáculo artístico, deportivo o de cualquier otro tipo que se parezca a eso. La gente que ha ido a ver al papa no ha ido a divertirse. Ha ido a oír mensajes, consignas, mandatos y prohibiciones que no siempre y en todo son precisamente agradables. El papa les ha dicho a sus oyentes, ya fueran jóvenes o mayores, clérigos o laicos, hombres o mujeres, monjas o profesores de universidad, que lo que tienen que hacer en la vida es aceptar y cumplir lo que les enseña y les manda la Iglesia. Y bien sabemos que lo que enseña la Iglesia es, a veces, difícil de entender. Y lo que manda la Iglesia no siempre es fácil de observar o de cumplirlo a rajatabla. Lo que ha dicho el papa, si se toma en serio, si se acepta de buen gusto, si se acoge con cariño y se aplaude con entusiasmo, supone un fenómeno de amor masivo y entusiasta que no resulta fácil de explicar, al menos a primera vista. A no ser que estemos hablando de un imponente espectáculo de hipocresía colectiva o de una impresionante representación teatral en la que nadie ha tomado en serio el papel que parecía estar representando.

Pero no. No se trata de nada de eso. El papa ha dicho lo que creía que tenía que decir, ¡qué duda cabe! Y el millón y medio de personas, que le han escuchado y aplaudido con asombroso entusiasmo, han hecho igualmente lo que creían que tenían que hacer. De la misma manera que, en cualquier portal de la red, como digas cualquier cosa que pueda rozar el intocable proceder del papa, ten por seguro que te llueven insultos y amenazas como no te puedes ni imaginar.

Realmente, ¿qué pasa con esto del cariño al papa? Se puede cuestionar lo que dijo Jesucristo en tal o cual pasaje de un evangelio. Te dirán que eso es asunto de teólogos o de exegetas. Pero como te atrevas a cuestionar lo que el papa ha dicho en un discurso cualquiera, prepárate para lo que se te viene encima. ¿Hasta tal extremo se han trastornado las cosas, las mentes y la misma religión?

Todo esto –dicen los entendidos– tiene una explicación tan simple como profunda al misma tiempo. El fondo del asunto está en el miedo que todos le tenemos a la libertad. Sí, es así, por más sorprendente que pueda parecer. No nos cansamos de repetir que queremos ser libres, cuando en realidad lo que más tememos es ser libres de verdad. Como es bien sabido, la genialidad de F. Dostoyevsky lo supo formular en su famoso discurso del “Gran Inquisidor”, en “Los Hermanos Karamazov”: “no hay ni ha habido jamás nada más intolerable para el hombre y la sociedad que ser libres”. Por eso la gente ama apasionadamente a quien les quita de encima el peso insoportable de tener que enfrentarse cada día y en cada situación al sobrecogedor problema de pensar por sí mismos, decidir desde ellos mismos, asumir ante cada ser humano la propia responsabilidad. Mucho se ha dicho sobre el “miedo a la libertad”. Pero nunca llegaremos a tocar el fondo del problema. Porque, en definitiva, es el problema insondable del ser humano que sólo en el encuentro con su propia humanidad es donde puede encontrar la trascendencia que todos (quizá sin saberlo) tanto anhelamos. Benedicto XVI ha censurado a los que quieren “ser como dioses” decidiendo ellos lo que está bien y lo que está mal. Según el mito bíblico del Paraíso, esa aspiración a “ser como Dios en el conocimiento del bien y del mal” (Gen 3, 5) es la tentación básica de todo ser humano. La tentación que se vence, no aspirando a una presunta “divinidad”, sino encontrando nuestra propia “humanidad”. Lo que conlleva, como es lógico, nuestra propia libertad. El catolicismo es la religión que ha cargado sobre los hombros de un solo hombre, el papa, la asombrosa responsabilidad de ir por el mundo liberando a la gente del peso insoportable de la libertad de pensar, de decidir y de actuar. Por eso hay tanta gente que cuando ve a ese hombre lo quiere apasionadamente con un amor sin fin.



sábado, 3 de septiembre de 2011

PARADOJAS CATÓLICAS

Antonio Muñoz Molina

Mi madre es una mujer católica de 81 años que cada noche, antes de dormir, le reza a Dios por cada uno de los miembros de su familia, los vivos y los muertos, procurando no olvidarse de ninguno. Mi madre, que nació en una familia campesina y tenía seis años cuando empezó la guerra civil, fue muy poco tiempo a la escuela y pasó su juventud bajo la hegemonía indisputada de la propaganda franquista y el integrismo católico.

Pero, como muchas personas de su generación, sobre todo mujeres, con la llegada de la democracia asistió a la escuela nocturna y se fue haciendo una mentalidad muy abierta. Ahora lee mucho, sobre todo novelas –entre ellas, las que escriben su hijo y su nuera- y aunque conserva intacta su fe siente un rechazo instintivo hacia el Papa y no se ha molestado en conectar la televisión para ver alguno de los programas larguísimos que se han dedicado a su visita.

Mi madre, tan católica, asistió hace años con plena emoción a la boda civil de su hijo recién divorciado, y ahora recibe con naturalidad en su casa al compañero de su nieto gay, y cuando sabe que van a venir a verla les prepara uno de los dormitorios con cama grande. Y estoy seguro de que si ese nieto decide casarse, mi madre asistirá a su boda con algo de descocierto íntimo, pero también con perfecta desenvoltura, con esa nueva mundanidad que es uno de los síntomas del cambio formidable que ha vivido España desde los años setenta.

Cuando se quieren calibrar cambios se piensa en los jóvenes. Pero en España quienes más y mejor cambiaron en el tránsito de la dictadura a la democracia fueron muchas personas mayores, padres y abuelos, abuelas y madres, gente que sufrió el peso cruel del miedo y del adoctrinamiento durante muchos años y sin embargo, cuando llegó la hora de votar por primera vez, votó tranquilamente a la izquierda, y aceptó que sus hijos se casaran por lo civil o vivieran juntos sin casarse o se divorciaran, y mantuvo las redes de solidaridad familiar ocupándose de los nietos, dando refugio a los hijos cuando se separaban, volviendo a aceptarlos cuando perdían el trabajo.

No sé cuántos católicos se parecen a mi madre en la España de ahora, capaces de ir tranquilamente a una misa y a una boda homosexual, de rezar a Dios cada noche por los vivos y por los muertos y de votar luego a la izquierda. Lo que sí sé es que cada vez van a ser menos visibles, y que la visita del Papa de estos últimos días va a reforzar una identificación ya muy acentuada entre la iglesia católica y la derecha y la extrema derecha españolas. Ahora mismo, si se presta atención a los medios conservadores, el éxito multidinario de la llamada JMJ –Jornada Mundial de la Juventud- ha sido a la vez un desquite contra la supuesta hostilidad al catolicismo alentada por el gobierno socialista durante estos siete últimos años y un anticipo de la victoria del Partido Popular en las elecciones de noviembre. En uno de esos canales de televisión que se dedican en exclusiva a alentar el delirio ideológico, a la manera de Fox News en Estados Unidos, escuché ayer mismo a un comentarista decir que en estos últimos años “se puede hablar de una persecución de la Iglesia católica en España”.

De lo que se puede hablar más bien es de una triste serie de oportunidades perdidas. El gobierno de Zapatero enfureció a la Iglesia con una renovación de la ley del derecho al aborto equiparable a la de cualquier país europeo y con la legalización del matrimonio homosexual, y la derecha política se apresuró a hacer causa común con la jerarquía eclesiástica. La derecha buscaba debilitar al gobierno de cualquier manera, y en los últimos años se ha dedicado a cultivar a su clientela más extremista. En cuanto a la Iglesia, su activismo político está motivado por un intento de compensar la pérdida acelerada de su presencia social.

La inmensa mayoría de los españoles reciben el bautismo católico, por una especie de inercia cultural, pero el número de los que se declaran creyentes ha ido disminuyendo de manera regular a lo largo de los años, y la asistencia regular a la misa del domingo no supera el doce por ciento. Una paradoja de la España de ahora es que la visibilidad de los símbolos exteriores de la religión católica encubre una secularización que asombra más por la rapidez con la que ha sucedido. Mucha gente se casa por la iglesia, celebra con gran boato las comuniones de sus hijos y asiste en primavera a las procesiones de la Semana Santa. Pero esa misma gente no va nunca o casi nunca a misa y se divorcia y usa el preservativo y acude cuando le hace falta a una clínica abortista. Y la fuerza misma de la familia española actúa a favor de la tolerancia sexual.

En Nueva York tengo amigos a los que sus padres, evangélicos rigurosos, retiraron el saludo o expulsaron de casa al saber que eran homosexuales. En España a un hijo o a un nieto se le acepta incondicionalmente, sobre todo en las clases populares: por eso en la gran transformación de las costumbres españolas la audacia de la gente más joven se ha correspondido en este años con la sorprendente liberalidad de muchos viejos.

Las leyes, en España, han ido por detrás de los hábitos sociales. Pero el peso tremendo del pasado ha seguido actuando con más eficacia de lo que parece. Los comentaristas de derechas claman contra el gobierno de Zapatero como si hubiera traído la revolución social y la persecución del catolicismo, pero si algo ha caracterizado a este hombre ha sido su frivolidad y su afición a los gestos cosméticos por encima de los proyectos rigurosos.

A Rodríguez Zapatero le gustaba declarar que era “un rojo”, rescatando innecesariamente un término con resonancias sombrías de la guerra civil, pero su política fiscal de estos años no ha rozado siquiera los privilegios de los más ricos. Este gobierno supuestamente anticatólico ha continuado sosteniendo con dinero público a la Iglesia, y subvencionando al cien por cien sus centros educativos, en un país donde la escuela pública está cada vez más desasistida. Y casi cuarenta años después de la muerte del tirano que entraba bajo palio en las catedrales, las autoridades civiles de la democracia continúan asistiendo a los desfiles y las ceremonias de la iglesia católica, y los ministros juran sus cargos delante de un crucifijo.

En este afán por figurar en las solemnidades religiosas son idénticos los políticos de izquierda y derecha, los centralistas españoles y los independentistas catalanes o vascos: con idéntica desvergüenza cultivan un populismo que sin duda les dará algunos votos, pero que tiene un efecto corruptor sobre la conciencia de la ciudadanía al hacer borrosa la separación entre la Iglesia y el Estado, y al privilegiar a una confesión religiosa sobre todas las demás, y sobre el derecho de quienes no pertenecen a ninguna.

A quienes conocimos la obscena complicidad de la jerarquía eclesiástica con la dictadura de Franco nos da miedo, estos días, la creciente vehemencia católica de la derecha, que se ha desatado sin ningún disimulo durante la visita del Papa: la identificación agresiva de lo español con lo católico y lo vaticano, el proselitismo escandaloso de medios informativos que por ser públicos deberían ser neutrales y se han convertido durante dos semanas en aparatos de propaganda sectaria. En esos medios oficiales, y en los periódicos conservadores, el millón o millón y medio de jóvenes que vitoreaban al Papa se han presentado como la antítesis luminosa de esa otra juventud reivindicativa y desaliñada que un poco antes ocupaba el centro de Madrid: los unos, alegres, saludables, rezadores; los otros sucios y promiscuos.

Esa división radical entre los unos y los otros sin duda va a acentuar en el futuro la temible dificultad española para lograr lo que ahora mismo más nos hace falta, una base de concordia que nos permita hacer frente con alguna posibilidad de éxito a la situación desastrosa en que nos encontramos. Pero llevamos tanto tiempo viviendo en el delirio –la falsa prosperidad, la burbuja de la construcción, el fracaso educativo, la obsesión por el pasado lejano- que no es probable que la marcha del Papa y la de su millón de peregrinos nos devuelvan a la realidad.

En cuanto a mi madre, sigue con sus rezos, y no olvida decirme cuando la llamo por teléfono: “Hijo mío, a mí este Papa con tanto lujo no me gusta”. Y se acuerda del poco boato con que entró Jesús en Jerusalén.

DIE ZEIT 28 Agosto 2011



viernes, 2 de septiembre de 2011

MONSEÑOR, EL CASO JESUITAS Y LA ESPERANZA

JON SOBRINO, Centro Monseñor Romero UCA, jsobrino@uca.edu.sv
SAN SALVADOR (EL SALVADOR).

ECLESALIA, 02/09/11.- El 15 de agosto Monseñor Romero hubiera cumplido 94 años, y su cumpleaños coincide con el revuelo que ha ocasionado el “caso jesuitas”. En esta Carta a las Iglesiaspublicamos el pronunciamiento dela UCA, cuya lectura se enriquece con las reflexiones del Padre Rodolfo Cardenal y Benjamín Cuéllar.

Ahora recordamos a Monseñor para ubicarnos bien en medio de este revuelo y actuar lo mejor posible. Monseñor sigue ofreciendo impulsos lúcidos y vigorosos para caminar hacia la verdad, practicar la justicia y tener esperanza. Son impulsos muy útiles para enfrentar el caso jesuitas, y sobre todo para sanar la lamentable situación en que vivimos.

1. Las heridas están abiertas, no cerradas

El asesinato de los jesuítas, Julia Elba y Celina es un símbolo de innumerables asesinatos en los años setenta y ochenta. En 1981 comenzó una guerra cruel entre dos ejércitos. Pero antes, en los setenta, tuvo lugar una represión despiadada y unilateral contra el pueblo por parte de la oligarquía, gobiernos, cuerpos de seguridad y escuadrones de la muerte -lo que no hay que olvidar. Prácticamente todo sigue sin ser juzgado. Los acuerdos de paz fueron necesarios para poner fin a la guerra, pero no hubo decisión ni tiempo para enfrentar la raíz del problema: la injusticia de siglos, estructural. La amnistía también fue necesaria para posibilitar un mínimo de convivencia, pero fue precipitada en el tiempo y sobre todo en su enfoque: no se buscaron seriamente caminos de reconciliación entre seres humanos. Tampoco facilitó una reparación eficaz para que los familiares de las víctimas, en su inmensa mayoría gente pobre, del pueblo, pudiera rehacer sus vidas. Y no hizo desaparecer, sino que reforzó la cultura de impunidad. Durante siglos los poderosos han sido prácticamente intocables. Y sigue siendo verdad.

El Nuevo Testamento dice que “la raíz de todos los males es la ambición del dinero”. Hoy, junto a esa ambición, en El Salvador hay que insistir en que “la impunidad” es raíz muy principal de la violencia, de la injusticia, de la mentira y de la corrupción. Y hay que insistir en la responsabilidad específica dela CorteSupremade Justicia. Lo hacemos desde Monseñor.

No ha habido pacificación y no hay paz. Terminó el conflicto bélico, pero no la violencia masiva. Impera el homicidio. Desde hace años se cometen de10 a 12 al día. Según noticias de prensa, en el mes de julio hubo 70 homicidios más que en julio del año pasado; en lo que va de año han sido asesinados 93 estudiantes; hace una semana se leía: “fuerte repunte de homicidios”; hoy se lee: “40 asesinados en 36 horas”. Para mayor información y análisis remitimos al artículo de Benjamín Cuellar.

Hay avances en proyectos concretos de beneficio social y hay intentos de frenar la violencia, pero es mayor la incapacidad, la incompetencia -en ocasiones la connivencia- para ponerle fin. Y en nada facilita la tarea una muy larga tradición: ninguno de los poderes públicos ha tomado en serio la violencia y la impunidad.

Además, en su conjunto, aunque con excepciones, los partidos, los medios de comunicación, la empresa privada, la banca, no se desviven -por decirlo suavemente- por erradicar la violencia y los homicidios. Y también hay que preguntarse si se desviven por erradicarla otras fuerzas sociales importantes, las universidades e incluso las iglesias que tanto han proliferado -aunque normalmente su pecado sea de omisión.

Aducir que el enjuiciamiento de los militares puede hacer peligrar el proceso de pacificación es mentira manifiesta, pues no hay tal paz. Lo que hay que practicar es la honradez con lo real. Por esa razón empezamos con esta cita de Monseñor. “Los asesinatos, las torturas donde se queda tanta gente, el machetear y tirar al mar. Esto es el imperio del infierno” (1 de julio, 1979).

La pax romana, la eirene griega, el shalom de la Biblia. Además de la denuncia de la violencia actual, hoy se necesita un mínimo de análisis de lo que se entiende por “paz”, para que la palabra no sea usada, en definitiva para no enfrentar otras realidades más primigenias: la justicia y la injusticia. Veámoslo desde la visión y convicción de Monseñor.


En navidad cantamos “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. El evangelista Lucas escribía en griego, y para hablar de “paz” eligió la palabra eirene, que significa ausencia de violencia y de guerra. Hoy, en sentido estricto, en El Salvador ya no hay violencia bélica, pero en absoluto existe la eirene griega. Hay homicidios a millares.

Un paso más. San Lucas usó la palabra eirene, pero al hablar de “paz” lo que tenía en mente era el shalom dela Biblia: la vida en común de los seres humanos, basada en la justicia y la verdad, en la solidaridad y la reconciliación. En ella los pobres y las víctimas llegan a tener, de verdad, carta de ciudadanía. Y en ella la paz fructifica en fraternidad y gozo. Isaías lo dijo en una fórmula densa: “la paz es fruto de la justicia”, en lo que insistió Pablo VI. Y Monseñor lo dijo en la homilía del 31 de diciembre de 1977: “una paz que se construye en la justicia, en el amor y en la bondad”. El salmo lo formula bellamente: “la paz y la justicia se besan”.

La paz shalom ciertamente no existe en el país, y sin tenerla presente y trabajar por ella sería simplismo invocar la paz como lo que hay que salvar por encima de todo, como suele ocurrir, interesadamente, en ámbitos políticos, y, a veces ingenuamente, en ámbitos eclesiásticos. No hay que caer en el absurdo del antiguo adagio “fiat iustitia et pereat mundus”, “que se haga justicia, aunque perezca el mundo” -lema de Fernando I de Ausburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el siglo XVI. Pero sin shalom no hay paz duradera ni digna de los seres humanos. Con el shalom, la justicia no hará que perezca al mundo, por el contrario, el mundo se humanizará. Sin el shalom la amnistía no produce bienes, sino que sólo encubre males. Monseñor lo vio con lucidez, aunque lo plantease no desde la perspectiva de una amnistíatras la guerra, de lo que hoy se habla, sino del díálogo para ponerle fin de lo que se hablaba en su tiempo.

“Pero ni siquiera este diálogo servirá para restablecer la paz deseada si no se da la firme voluntad de transformar las estructuras injustas de la sociedad. Sólo esa transformación será capaz de eliminar las violencias concretas, opresivas, represivas o espontáneas. De otra manera, como lo han dicho los obispos latinoamericanos, la violencia se institucionaliza y por ello sus frutos no se hacen esperar.La Iglesiacree en la paz; pero sabe muy bien que la paz no es ni la ausencia de violencia, ni se consigue con la violencia represiva. La verdadera paz sólo se logra como fruto de la justicia” (Homilía del1 de abril, 1978).

No a la pax romana, y no a la eirene griega absolutizada. Lo de Monseñor fue el shalom, a lo que apunta importantemente la “transformación de las estructuras injustas”.

De lo que sí sabemos en el país, por desgracia, es de la pax romana, el sometimiento impotente y resignado que imponía el imperio romano a pueblos enteros, y que siempre imponen los imperios, militares y económicos a lo lago de la historia. Imperó en El Salvador, por cierto hasta que los campesinos, con estudiantes, obreros, sacerdotes, tomaron conciencia y se organizaron. Bien lo entendió Monseñor Romero, y se alegró. Aun con ambigüedades, peligros y pecados, vio que mayor era su necesidad y su potencial de construir shalom. Como creyente escribió que el crecimiento de las organizaciones populares era “un signo de los tiempos”, lugar de la voluntad y de los planes de Dios.

Por todo lo dicho, los que ahora repiten “paz, paz, paz” debieran preguntarse si no recae sobre ellos en alguna forma la recriminación de Jeremías. “No se fíen de palabras engañosas diciendo ‘Templo de Jerusalén’, ‘Templo de Jerusalén’, ‘Templo de Jerusalén’… Si realmente hacen justicia, no oprimen al forastero y la viuda, y no vierten sangre inocente en este lugar, yo me quedaré con ustedes” (Jer 7, 3-7)”. De otro modo, invocar el templo -o la paz- es autoengaño.

Otras formas de violencia actual. Hambre y emigración. Desde la firma de los acuerdos de paz ha aumentado la emigración. Configura la realidad del país, la economía ciertamente. Afecta, a veces hasta disolverla o destrozarla, a la familia. Y para muchos se convierte tristemente en su única esperanza, tabla a la que agarrarse para no hundirse, sobre todo los jóvenes. El capital, inmisericorde, sigue avasallando a las mayorías, y produce pobreza, “muerte lenta” se la llamaba en tiempos de lenguaje recio. No pone fin a la desnutrición ni al hambre, y los pobres no encuentran más solución que marcharse. En sí misma la emigración está llena de crueldades.

Monseñor lo denunciaría. Y hoy denunciaría con gran fuerza y repetidamente el hambre en Somalia, a sus responsables directos y a la llamada comunidad internacional. No tiene voluntad política, es decir, no tiene voluntad humana, es decir no tiene voluntad de eliminar el hambre. Más que números y palabras producen horror las fotografías de niños desnutridos y moribundos y de sus madres desesperadas o impávidas, sin energía siquiera para la queja y la protesta. La hambruna se ha ido cobrando la vida de decenas de miles de niños, y otras decenas de miles están en inminente riesgo de muerte. Andrew Edwards, portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, prohíbe ni siquiera un optimismo moderado: “No cometamos el error de creer que lo peor ha pasado. Esta crisis continúa con desplazamientos masivos, riesgo de propagación de enfermedades, hacinamiento en los campamentos y situaciones que superan a los trabajadores humanitarios en el terreno”. A la hora de la verdad, Somalia desaparece. ¿Ha estado centralmente presente en Madrid? Hoy el Padre Ellacuría hablaría de Somalia y repetiría sus conocidas metáforas. Somalia es como un espejo invertido en el que el primer mundo se ve en su verdad. Son las heces que aparecen en el coproanálisis de ese primer mundo.

Otras heridas sin cerrar. La desidia de muchas instituciones para detener la muerte rápida de la violencia y la muerte lenta del hambre, sea cuales fueren las buenas intenciones de individuos. La ceguera ante lo evidente, promovida por los poderosos en connivencia con los medios de comunicación, con excepciones notables, a veces audaces. La tergiversación inicua de que son objeto las víctimas. En los setenta y ochenta se llamó terroristas, o cómplices de terroristas, a campesinos inocentes e indefensos de las masacres del Sumpul y del Mozote. De Monseñor se dijo que “ha vendido su alma al diablo”. Hasta obispo hubo que, ante Juan Pablo II, dijo que Monseñor -muerto él, inocente e indefensamente- había sido responsable de 70.000 muertos. En estos días del “caso jesuitas”, recordemos que en vida fueron acusados de ser responsables de terrorismo. Y a quienes según serios indicios y testimonios fueron sus victimarios, hoy se les hace pasar por víctimas.

El desprecio a los familiares de las víctimas y la burla de su dolor. Los familiares siguen exigiendo que se juzgue a los militares. Lo hacen junto a miles de nombres de víctimas en el Monumento a la Memoria histórica en el parque Cuscatlán, con la leyenda Verdad, Justicia, Reparación. También familiares de los militares acusados han protestado ante la embajada española. Sufren, y están en su derecho de protestar. Pero no sufren el desprecio que sufren los pobres.

Y la inutilidad de decir la verdad y de argumentar con ella, como lo muestran los artículos anteriores.

2. Monseñor Romero: la denuncia desde el pueblo crucificado

“Este es el pueblo crucificado”. A un pueblo así oprimido, reprimido y despreciado Monseñor Romero llamó “el divino traspasado”. E Ignacio Ellacuría, sin vacilar ni discernir, afirmó que “ese pueblo crucificado es el signo de los tiempos”. Para ambos era la presencia del siervo de Jahvé, del Hijo de Dios. Y en él irrumpe Dios. La conclusión fue “bajarlo de la cruz”, cargando nosotros con el peso de ese pueblo crucificado. Y según la locura cristiana, dejarnos cargar por él, y recibir de él salvación.

Sin caer en masoquismos, pero menos en autoengaño, Ellacuría insistió escandalosamente en que el pueblo crucificado es “siempre” el signo de los tiempos. Antes y después de los acuerdos de paz, las mayorías viven en trance de cruz. Hoy existen otros problemas en el país, y ha habido algunos avances y buenas ideas en política social. Pero es poco en comparación de lo que hemos visto. El pueblo sigue oprimido, maltratado y zaherido. Sin mirarlo cara a cara no se puede conocer la realidad de nuestro mundo ni creer en el Dios que se hace presente en él.

Las raíces de esas cruces. Monseñor denunció, pero es importante recalcar que también analizó las raíces de esas cruces Y empezó por la riqueza. “Yo denuncio, sobre todo, la absolutización de la riqueza, este es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la propiedad privada, como un absoluto intocable”. Es raíz de muchos males: “¡Ay del que toque ese alambre de alta tensión! Se quema” (12 de agosto, 1979). Y es principio de degradación social: “el robar se va haciendo ambiente, y al que no roba se le llama tonto” (18 de marzo, 1979). Denunció la falsedad: estamos “en un mundo de mentiras”, y la degradación que produce: “nadie cree ya en nada.” (18 de marzo, 1979). Denunció el desprecio al pueblo: “se juega con los pueblos, se juega con las votaciones, se juega con la dignidad de los hombres” (11 de marzo, 1979). Visto todo en su conjunto, sentenció: “es triste la situación” (24 de junio, 1979). “Esto es el imperio de infierno”.

El pathos -pasión con lucidez y libertad- de Monseñor al analizar la realidad sigue siendo necesario. No es fácil que aparezca otro Monseñor, pero hay que llorar su pérdida y no pactar con su ausencia y no instalarse en lo política o eclesiásticamente correcto. Hay que ir a la raíz, y por eso el pathos de Monseñor fue poderoso. Denunció el ejercicio corrupto en todos los ámbitos de la sociedad, pero lo hizo siempre en el contexto fundamental, que, como cristiano, lo expresó desde Dios: ”La sangre, la muerte, tocan el corazón mismo de Dios” (16 de marzo, 1980).. Es la abominación radical.

La Corte Suprema de Justicia. Mucho de lo que hemos dicho ha vuelto a salir a luz a propósito del “caso jesuitas”. Y por la naturaleza del asunto, también el problema de la administración de justicia. En este contexto recordemos dos cosas de Monseñor.

La primera es que la administración de justicia con frecuencia no tiene nada, o poco, de imparcial, como la mujer de ojos vendados. En nuestro país -y en otros- suele tener los ojos abiertos para favorecer a ricos y poderosos. Monseñor lo dijo con una frase genial, escuchada a un campesino: “La ley es como la serpiente. Sólo pica al que está descalzo“. La ley, su administración y su funcionamiento, debido a condicionamientos materiales e históricos -no sólo a la debilidad ética, frecuente en las personas- no solo no son imparciales, sino que históricamente son parciales en favor del poderoso y en contra del pobre -en algunos lugares más y en otros menos. Y ocurre como por necesidad, pues ese tipo de parcialidad ha llegado a convertirse en una especie de segunda naturaleza, un existencial histórico que configura la administración de justicia.

Monseñor condenó esa parcialidad en favor del poderoso, pero no exigió sólo imparcialidad, sino otra parcialidad más abarcadora y más divina. “Dios está en directo en favor del pobre”. Esta parcialidad transcendente debe configurar todo lo histórico de los humanos, el saber, el esperar, el hacer y el celebrar. Por difícil que parezca -incluso absurdo- el “espíritu” de esa parcialidad debe impregnar la “letra” de la ley y su administración. Así, pienso yo, veía Monseñor la administración de justicia, tal como surgió en el antiguo Israel. “El rey justo esperado es el que hará justicia al pobre. Sin ese rey parcial los pobres serán más fácilmente víctimas de los poderosos”.

La segunda es sobre la corte suprema de justicia. En los últimos mesesla Salade lo Constitucional generó esperanzas de una actuación autónoma y justa, al declarar anticonstitucionales diversas actuaciones de particulares, de la asamblea y del ejecutivo. Pero las esperanzas se esfumaron con el decreto 743, aprobado porla Asambleay sancionado por el presidente del ejecutivo.

Aunque la situación no es la misma, mucho podemos aprender hoy de Monseñor Romero. El 30 de abril de 1978 habló clara y duramente contra la corte suprema de justicia. Domingos antes había denunciado en la homilía que hay “jueces que se venden” -de hecho abundaban.La Cortesuprema, hipócritamente, le pidió que le proporcionase los nombres de dichos “jueces venales”. En la homilía Monseñor respondió con una precisión legal: él no había hablado de “jueces venales”, sino de “jueces que se venden”, y añadió que no era responsabilidad suya, sino dela Corte, averiguar quiénes eran dichos jueces. Pero se concentró en lo fundamental, lo que en buena medida es válido hasta el día de hoy.

“¿Qué hace la Corte Supremade Justicia? ¿Dónde está el papel trascendental en una democracia de este poder que debía estar por encima de todos los poderes y reclamar justicia a todo aquel que la atropella? Yo creo que gran parte del malestar de nuestra patria tiene allí su clave principal, en el presidente y en todos los colaboradores de la Corte Supremade Justicia, que con más entereza deberían exigir a las cámaras, a los juzgados, a los jueces, a todos los administradores de esta palabra sacrosanta, la justicia, que de verdad sean agentes de justicia”.

Conla Constituciónen la mano, enumeró los derechos conculcados. Y concluyó:

“Esa Honorable Corte no ha remediado estas situaciones, tan contrarias a las libertades públicas y a los derechos humanos, cuya defensa constituye su más alta misión. Tenemos, pues, que los derechos fundamentales del hombre salvadoreño son pisoteados día a día, sin que ninguna institución denuncie los atropellos y proceda sincera y efectivamente a un saneamiento”.

Hoy denunciaría homicidios, desnutrición, hambre. Y recriminaría a la corte suprema de justicia que muchas víctimas y sus familiares tienen que tragar su dolor sin ser siquiera oídos. Estos días muchos han tenido la total convicción de que no habrá extradición de los militares acusados en el caso jesuitas. Y esa convicción no ha estado basada en argumentos, sino en un a priori: tienen mucho poder. Y así ha ocurrido. Y pensamos que la jerarquía no debiera adherirse precipitadamente a los dictados dela Corte, tantas veces turbios. Y cuesta creer que el obispo castrense haya celebrado en la escuela militar una misa en acción de gracias porque los militares no han sido extraditados.

3. El Monseñor creyente: Dios y esperanza

No se puede ir al fondo de Monseñor sin tener presente a su Dios y cómo su misterio nos humaniza. Baste citar estas palabras que pronunció en medio, seis semanas antes de ser asesinado, en medio de la tragedia del país:

“Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado con Dios… ¡Quien me diera queridos hermanos, que el fruto de esta predicación fuese que cada uno de nosotros fuéramos a encontrarnos con Dios y que viviéramos la alegría de su majestad y de nuestra pequeñez” (10 de febrero de 1980).

Desde esa experiencia de Dios Monseñor pudo hablar con absoluta convicción de cosas de las que no se suele hablar mucho y que, sin embargo, son centrales alrededor del caso de los jesuitas: la conversión, el perdón, el dejarse perdonar, las víctimas y mártires… Y pudo hablar de esperanza , cosa que, por lo general, nadie hace hoy, ni en la sociedad ni enla Iglesia, ni en El Salvador ni en el Vaticano. Sí lo hizo Monseñor. “Regresarán los desaparecidos. La sangre derramada no será en vano”. Pensando en los sufrimientos de nuestros días, recordemos estas palabras suyas.

“Y habrá una hora en que ya no haya secuestros y habrá felicidad y podremos salir a nuestras calles y a nuestros campos sin miedo de que nos torturen y nos secuestren. ¡Vendrá ese tiempo!… Para mí, éste es el honor más grande de la misión que el Señor me ha confiado: estar manteniendo esa esperanza y esa fe en el pueblo de Dios (Homilía del2 de septiembre, 1979)

Monseñor anunció la esperanza y sus palabras sólo pueden venir de lo alto: “Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor“ (7 de enero, 1979). Y si alguien pregunta qué es esa gloria de. Señor, Monseñor le responde: “La gloria de Dios es la vida del pobre”. “Gloria Dei vivens pauper”