jueves, 2 de septiembre de 2010

EL HÁBITO QUE JOXE ARREGI NO PUEDE COLGAR

Pedro M. Lamet

Otro que no puede más. Siete meses después de que José Ignacio Munilla tomara posesión de su cargo como obispo de Donostia, el teólogo Joxe Arregi cuelga los hábitos tras cincuenta años de sacerdocio. Se va y se queda. Como le sucedió a Díez-Alegría. Como hizo a su modo Raimon Panikaar. Como está planteándose hace años Juan Masiá. “No he necesitado de grandes discernimientos: o acataba o me iba”. Son palabras del propio Arregi hechas públicas ayer en su -Franciscano sin hábito- en el que da cuenta de los motivos que han provocado su abandono. “Dejaré la orden, y con ello pierdo mucho, pero quién sabe si, al final, el perder no será una ganancia también esta vez”, reflexiona este lúcido fraile, en un discernimiento y elección de”la vida con todos sus riesgos”.

Sus discrepancias se habían convertido en irreconciliables enfrentamientos con la postura oficial de la Iglesia, en concreto, con el obispo Munilla. Sus compañeros y amigos sienten con dolor este desgarro pero no están sorprendidos. El propio Arregi reconocía ayer que era “previsible” un desenlace de esta naturaleza desde aquel 23 de diciembre, en el que le impusieron guardar silencio para evitar medidas más drásticas. El teólogo era por aquel entonces uno de los sacerdotes guipuzcoanos que más decididamente criticó la designación de Munilla como obispo de la Diócesis de Donostia, lo que le condenó al silencio.

Pero el obispo dio una vuelta más de tuerca afirmando “bien claramente que Arregi en su diócesis no podría ni enseñar ni predicar”, una decisión sin salida. Ante la gravedad de la situación, responsables de la provincia franciscana intentaron mediar, solicitando a su “amigo” que, de algún modo rectificara sus posturas. La respuesta de Arregi no fue dar marcha atrás, sino todo lo contrario. Acatar la orden impuesta era algo más que callarse. No poder predicar para un sacerdote es negar su esencia. Por otra parte supongo que la situación era tan tensa que la atmósfera se le había hecho irrespirable.

El 17 de junio Arregi dio un paso que le dejaba ya con pie y medio fuera de la orden. Fue cuando hizo público el escrito Tomo la palabra, donde llegó a denunciar que el obispo exigió su destierro, un obligado despeje a córner, un destino por obediencia a América. “Tomé la palabra, no porque tenga algún mensaje profético urgente que pregonar, sino simplemente porque ya pasaron los tiempos en que la libertad de palabra pudiera ser impedida en la Iglesia de Jesús”.

Arregi declara que “basta conocer la historia para saber cómo han cambiado las cosas, o basta gustar del Espíritu de Dios para saber cómo han de cambiar. Quien no conoce la historia, que guste al menos del Espíritu; quien no guste del Espíritu, que conozca al menos la historia”. Todo ello, prosigue Arregi, para concluir “¡Cuán anacrónica y contraria al evangelio es esta idolatría de la doctrina que nos tiene amordazados!”.

El teólogo explica que por eso dijo “no callaré”. Era consciente de que aquel paso equivalía a una insumisión, y “en la iglesia institucional que tenemos no hay lugar para insumisos. Tampoco hay lugar para insumisos en la orden franciscana que tenemos”, algo de lo que, dice, fue plenamente consciente.

Así las cosas los responsables franciscanos, aun en contra de su voluntad, “y como única forma de evitar un grave conflicto interno”, se vieron obligados a exigirle sumisión a las órdenes del obispo. “No he necesitado, pues, de grandes discernimientos: o acataba o me iba”. En su despedida, el franciscano tiene palabras también para el obispo Munilla, a quien le desea “lo mejor”. Y lo mejor, a su entender, pasa por “escuchar, respetar y secundar la voz de la inmensa mayoría de su comunidad diocesana”, de la que Arregi dice que seguirá formando parte activa (Esto, dicho sea de paso, me parece igualmente problemático que si se quedara dentro de la orden). El religioso confiesa que se ha propuesto asumir todos sus riesgos. “No sé qué será de mí, pero allí donde vaya Dios vendrá conmigo, y si en el camino me pierdo, Él me encontrará”, concluye. Ése es el hábito que José Arregui no puede colgar.

¿Qué está pasando en nuestra Iglesia? ¿Por qué ahora las ventanas abiertas de Juan XXIII se han cerrado y ya no dejan entrar un resquicio de luz y aire fresco? ¿Por qué una buena persona no puede dialogar, disentir, aportar opiniones distintas desde dentro? ¿Cuándo se va a acabar este invierno de la Iglesia que denunció Karl Rahner? ¿Por qué la ortodoxia se ha convertido en un muro inexpugnable? ¿Por qué quieren meter a Dios en un kindergarten?

Solo aceptan reglamentación, doctrina cerrada, agua bendita y golpes de pecho “todo esto dicho y hecho con devoción”.

Me recuerda una maravillosa frase de mi madre:

“Hijo mío, con agua bendita no se fríen huevos”.

Los que abrimos el corazón a un Dios mayor y queremos sacarlo de ese corral de catecismo parvulario tan lejano a los horizontes de Galilea, te abrimos los brazos a ti amigo Joxe Arregui y a cuantos buscan la verdad en conciencia y libertad.

(Mi amigo González-Buelta debe estar contento desde Cuba -donde ahora instruye a los jesuitas en su último año de “probación”- por el uso que haces de su oración-poema)

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