viernes, 30 de julio de 2010

EL PODER DEL DIÁLOGO Y LOS PELIGROS DE USARLO EN INTERÉS PROPIO

Nacho Celaya

Las palabras tienen un gran poder y por ello hemos de usarlas con precaución. Son armas poderosas que pueden servirnos para comprender el mundo y para destruirlo. La expresión ‘we can’ nos llenó de esperanza, mientras que nos asusta pensar en el ‘eje del mal’.

En los últimos tiempos, el término ‘Constitución’ ha sido tan llevado y traído que no sabemos si es espacio de encuentro o de desencuentro. ‘Corrupción’ ha pasado de definir un momento excepcional, a representar el estado actual de la política. No creo que sea justo, pero el poder de las palabras se impone incluso a la realidad. En el ámbito privado hay ejemplos del uso y abuso de las palabras, por ejemplo ‘calidad’ o ‘excelencia’. No sabemos con precisión qué significan, pero les envuelve un aura que les da prestigio y los hace argumentos definitivos. ‘Diálogo’ es una de estas palabras poderosas. Lo invocamos si una situación se acerca a un callejón sin salida. Los conflictos reclaman diálogo y este es la oportunidad de superar los antagonismos de una forma civilizada y aceptable por las partes. La falta de diálogo sería el origen de múltiples dificultades y errores. Cuando un asunto se bloquea, cuando persisten los conflictos o cuando alguien quiere expresar insatisfacción sobre una decisión, echamos las culpas a una supuesta falta de diálogo.

A menudo, amparados en el poder de las palabras, acusamos a la política de no saber dialogar. ¿Cómo van a abordar los conflictos si no saben usar el diálogo? Sin diálogo, parece evidente, su tarea está condenada al fracaso. Cualquier decisión es desprestigiada por no haber sido suficientemente dialogante. Así, la falta de diálogo es el gran déficit y la gran esperanza de la política. El poder de una palabra se usa para definir aquello que funciona y aquello que no funciona.

El poder del ‘diálogo’ es tan grande que puede ser peligroso, sobre todo si abusamos de su significado. A menudo, lo invocamos para invocar que se nos escuche, pero sin voluntad de escuchar a los demás. También esperando que sirva para darnos la razón, pero sin ninguna predisposición a reconocer las razones de los otros. A menudo, lo usamos como algo propio, cuando por definición es compartido. Cuando lo usamos pensando en nuestros intereses ‘abusamos’ del término: convertimos su enorme poder en una amenaza para quienes no piensan igual. Shakespeare escribía: “Es bello tener la fuerza de un gigante, aunque es horrorosa usarla como un gigante”. Algo parecido pasa con el diálogo. Tiene la fuerza de un gigante, pero no debe usarse para aplastar al adversario. Demasiado a menudo lo invocamos como estrategia para derrotar al otro, cuando es vía para compartir victorias. Demasiado a menudo genera un espacio bélico, cuando debería ser un espacio pacífico. Cuando usa su fuerza para destruir y no para construir, se hace un gigante sin control.

La belleza del diálogo está en sus matices, en la atención al otro, en la voluntad de aprender de los demás, en ser un espacio de encuentro, en las rendiciones mutuas, en la prudencia de las posiciones, en la empatía, en la modestia respecto a los propios saberes. El diálogo se convierte en fuerza peligrosa y destructora usado contra los demás, cuando se convierte en altavoz de consignas o cuando nos apropiamos de su significado en beneficio propio. Cuando invocamos al diálogo, ¿en qué estamos pensando?

jueves, 29 de julio de 2010

DOS MANERAS DE ACERCARSE AL OTRO

Que alguien intente ayudar a los otros sin buscar a cambio beneficio económico alguno puede resultar actualmente un hecho extravagante, extraño, excepcional; que una persona crea y luche por el principio de la igualdad puede ser considerado naif, pueril, absurdo, tonto; que un hombre o una mujer proteja, ayude y acoja a extranjeros sin papeles puede ser y de hecho es un gesto castigado en Europa con multas de hasta 10.000 euros e incluso con penas de cárcel.

Quienes socorran e intenten salvar la vida de naúfragos inmigrantes en el mar se pueden enfrentar a años de prisión o al secuestro de su propio barco. Cuesta menos pasar de largo, ser indiferente. Vivimos en una época en la que la hospitalidad, en determinados ámbitos, es criminalizada, cuando lo realmente criminal debería ser la indiferencia.
Decía John Berger que aceptar la desigualdad como natural es convertirse en un ser fragmentado, es no concebirse a uno mismo más que como la suma de un conjunto de conocimientos y necesidades.
Sin embargo, el funcionamiento de nuestros países se asienta sobre la asunción de la desigualdad: explotamos materias primas de terceros, aupamos o derrocamos gobiernos de otros en función de nuestros propios intereses, elevamos muros para impedir el paso de inmigrantes y de aquellos productos que hacen competencia a los nuestros, mientras permitimos la libre circulación de mercancías, dinero, armas, divisas, turistas.
Al hilo de esto, recomiendo una lectura: Mamadú va a morir, un ensayo sobre la inmigración en el Mediterráneo, escrito por el periodista italiano Gabriele del Grande y publicado en España por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. En su brillante prólogo el filósofo y escritor Santiago Alba Rico señala que en este mundo actual solo se puede viajar en dos direcciones: o contra los otros o hacia los otros. Reproduzco algunos párrafos:
Por muy variada que nos parezca la oferta de las agencias de viaje y por muy abigarrados y coloridos que se nos ofrezcan los mapas, en este mundo solo se puede viajar en dos direcciones: o contra los otros o hacia ellos. Contra los otros, el así llamado Occidente no deja de organizar expediciones militares y cruceros de lujo, viajes de negocio y rallys espectaculares, operaciones de bolsa y visitas a las Pirámides. El viaje hacia los otros, por el contrario, es sistemáticamente impedido, desacreditado o despreciado.
Bajo el capitalismo globalizador, incompatible con plazas abiertas, asambleas y ágoras, solo hay dos “lugares” antropológicos de inscripción individual: el “pasillo”, utopía ultraliberal de la circulación sin obstáculos, y el “muro”, que revela su fracaso. En elPasillo giran sin cesar las mercancías, las armas, la información, el dinero, los turistas. En el Muro se quedan enganchados una y otra vez los pobres, los “terroristas”, los inmigrantes. (…)
Contra los otros, vamos blandamente y reclamando gratitud y recibiendo aplausos; hacia los otros se va a trompicones y pidiendo disculpas y recibiendo azotes.
El turista entra en África como los acuerdos comerciales y las directivas europeas, desde el aire y desde lo alto, en avión o crucero de lujo, y se comporta -y es tratado- como si procediese de su alma el valor de sus divisas.
Al inmigrante se le obliga a entrar en Europa a ras de tierra y por agujeros, como las ratas y los insectos, y tiene que hacerse perdonar, con sumisión y bajos salarios, su irreductible condición animal ( y la necesidad que tienen de él).
Bajo el capitalismo globalizador solo hay ya dos posibles desplazamientos en el espacio, en direcciones opuestas y paralelas: el turismo y la emigración. (…)
Los turistas viajan encerrados en confortables lager, clientes de su propia prisión; los inmigrantes, hasta que se les encierra por existir, son libres. (…)
Los turistas visitan; los inmigrantes viajan. Los turistas están siempre llegando a sí mismos; los inmigrantes progresan y arriesgan. (…)
Los turistas, porque tienen papeles, no son “personas”, sino puras personificaciones de un Estado soberano que avala su pasaporte y su moneda; los inmigrantes sin papeles (porque se han desecho de los de origen y no han recibido otros en destino), abandonados por sus Estados infra soberanos, cuerpos completamente a la intemperie, son individuos puros. Los turistas son abstracciones colectivas; los inmigrantes, concreciones individuales.
Los turistas, por eso mismo, son locales, nacionales, para-humanos; los inmigrantes son el hombre desnudo y total. La condición universal que Marx atribuía al proletariado, la encarnan hoy, y por las mismas razones, los inmigrantes.(…)
Que los inmigrantes sean emprendedores, obstinados, aventureros, que sientan nostalgia y tengan raíces garantiza la “selección natural” de nuestra mano de obra semiesclava, asegura en los países de origen la reproducción de un ejército inmigrante de reserva mantenido por las remesas del exterior (sin gastos sociales para los Estados africanos dependientes y corruptos) y conjura el peligro de revoluciones y cambio políticos “desestabilizadores” en el Tercer Mundo. (…)
El resultado es éste: en una dirección hay 160 millones de inmigrantes en todo el mundo que han dejado sus países para levantar casas, recoger cosechas y cuidar ancianos, y nosotros los recibimos a palos. En dirección contraria hay 600 millones de turistas -casi siempre los mismos- que todos los años van a fotografiar fotografías, reforzar dependencias neocoloniales y desbaratar recursos económicos y culturales y exigen y obtienen a cambio reconocimiento y protección. (…)
Viajar hacia los otros o contra ellos es una decisión de la que no dependen solo la vida de miles de africanos, asiáticos y latinoamericanos: de ella depende también nuestra propia dignidad de humanos civilizados; es decir, la supervivencia misma del planeta: de sus rosas, sus pájaros, sus leyes y sus hombres.”
Una lectura muy recomendable.

miércoles, 28 de julio de 2010

UN COLEGIO CONCERTADO FOMENTA VALORES DEL NACIONAL-CATOLICISMO

Publicado por Zorba

Niños vestidos de militares y guardias civiles, jurando bandera. Niñas vestidas de enfermeras, al más puro estilo del franquismo, rindiendo honores a los "soldados" mientras hacen la jura de bandera. Y de fondo, las risas de unos padres/madres orgullosos de la escena.

Esto es lo que se ha podido ver recientemente en el colegio de los Maristas en la localidad Sevillana de Sanlúcar la Mayor. No, no estamos hablando de una escena del franquismo, no estamos hablando de una fiesta fin de curso de hace cincuenta años, estamos hablando de algo ocurrido hace a penas unas pocas semanas en esta Andalucía del siglo XXI. Resulta aberrante ver como se usan niños/as de cuatro años para ensalzar el militarismo, el guerrerrismo, y el nacional-catolicismo, con la bandera rojigualda como santo y seña del acto, como eslabón que, inevitablemente, engancha esta escena con una escena cualquiera del anterior régimen fascista.

Pero tanto o más patético resulta aun, comprobar como estos colegios siguen aplicando indisimuladamente patrones asquerosamente machistas a la hora de educar a los niños/as en sus aulas. La segregación que hacen de los disfraces por sexos, y todo el simbolismo que se esconde tras los disfraces elegidos para unos y otras, es simplemente vomitivo, inaceptable. Huelga decir, que estos colegios, estos padres y madres, católicos supuestamente, son los que montan luego en cólera ante asignaturas como "Educación para la ciudadanía" porque, según dicen, sólo sirven para adoctrinar a sus hijos/as. Hay que tener cara dura.

Ante semejante escena, no podemos más que sentir una profunda vergüenza e indignación. Si las autoridades educativas siguen permitiendo este tipo de actos en colegios que pagamos todos y todas de nuestros bolsillos, es más, si los siguen permitiendo en cualquier colegio independientemente de que sea público, concertado o privado, es que las autoridades educativas son también cómplices de esta vergüenza, y deberían ser las primeras en asumir sus responsabilidades. Es completamente inaceptable semejante barbaridad con niños y niñas de tan corta edad. Inaceptable que se permita impunemente.

El Nacional-catoliscismo nunca se fue, pero es que ahora, además, cada vez se cortan menos, ante los continuos respaldos que sienten tener, y con razón, en todas las esferas de la vida política y judicial de este Estado supuestamente democrático.

El vídeo que acompañaba la noticia ha sido retirado por su autora

UN COLEGIO CONCERTADO FOMENTA VALORES DEL NACIONAL-CATOLICISMO

"Niños vestidos de militares y guardias civiles jurando bandera. Niñas vestidas de enfermeras, al más puro estilo del franquismo, rendiendo honores a los "soldados". Ver video, no tiene desperdicio.

Niños vestidos de militares y guardias civiles, jurando bandera. Niñas vestidas de enfermeras, al más puro estilo del franquismo, rindiendo honores a los "soldados" mientras hacen la jura de bandera. Y de fondo, las risas de unos padres/madres orgullosos de la escena.

Esto es lo que se ha podido ver recientemente en el colegio de los Maristas en la localidad Sevillana de Sanlúcar la Mayor. No, no estamos hablando de una escena del franquismo, no estamos hablando de una fiesta fin de curso de hace cincuenta años, estamos hablando de algo ocurrido hace a penas unas pocas semanas en esta Andalucía del siglo XXI. Resulta aberrante ver como se usan niños/as de cuatro años para ensalzar el militarismo, el guerrerrismo, y el nacional-catolicismo, con la bandera rojigualda como santo y seña del acto, como eslabón que, inevitablemente, engancha esta escena con una escena cualquiera del anterior régimen fascista.

Pero tanto o más patético resulta aun, comprobar como estos colegios siguen aplicando indisimuladamente patrones asquerosamente machistas a la hora de educar a los niños/as en sus aulas. La segregación que hacen de los disfraces por sexos, y todo el simbolismo que se esconde tras los disfraces elegidos para unos y otras, es simplemente vomitivo, inaceptable. Huelga decir, que estos colegios, estos padres y madres, católicos supuestamente, son los que montan luego en cólera ante asignaturas como "Educación para la ciudadanía" porque, según dicen, sólo sirven para adoctrinar a sus hijos/as. Hay que tener cara dura.

Ante semejante escena, no podemos más que sentir una profunda vergüenza e indignación. Si las autoridades educativas siguen permitiendo este tipo de actos en colegios que pagamos todos y todas de nuestros bolsillos, es más, si los siguen permitiendo en cualquier colegio independientemente de que sea público, concertado o privado, es que las autoridades educativas son también cómplices de esta vergüenza, y deberían ser las primeras en asumir sus responsabilidades. Es completamente inaceptable semejante barbaridad con niños y niñas de tan corta edad. Inaceptable que se permita impunemente.

El Nacional-catoliscismo nunca se fue, pero es que ahora, además, cada vez se cortan menos, ante los continuos respaldos que sienten tener, y con razón, en todas las esferas de la vida política y judicial de este Estado supuestamente democrático.

martes, 27 de julio de 2010

ME HE VUELTO INVISIBLE

José Carlos Gª. Fajardo

“Ya no sé en qué fecha estamos. En casa no hay calendarios y en mi memoria los hechos se enmarañan. Me acuerdo de aquellos calendarios grandes, ilustrados con imágenes de los santos, que colgábamos al lado del tocador. Ya no hay nada de eso. Todas las cosas antiguas han ido desapareciendo. Y yo también me fui borrando sin que nadie se diera cuenta.

Primero, me cambiaron de alcoba, pues la familia creció. Después, me pasaron a otra más pequeña aún, acompañada de mis nietas. Ahora ocupo el desván, el que está en el patio de atrás. Prometieron cambiarle el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó.

Desde hace mucho tiempo tenia intención de escribir, pero me pasaba semanas buscando un lápiz. Y cuando al fin lo encontraba, yo misma volvía a olvidar donde lo había puesto. A mis años las cosas se pierden fácilmente: claro, no es una enfermedad de ellas, de las cosas, porque estoy segura de tenerlas, pero siempre desaparecen.

La otra tarde caí en la cuenta de que mi voz también ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o a mis hijos no me contestan. Todos hablan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos, escuchando lo que dicen. A veces intervengo en la conversación, segura de que voy a decirles algo interesante. Pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces, llena de tristeza me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar mi taza de café. Lo hago así para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta de que me siento ofendida y para que vengan a buscarme. Pero nadie viene.

El otro día les dije que, cuando me muera, me iban a extrañar. Mi nieto más pequeño dijo “¿Estás viva abuela?” Les hizo tanta gracia, que no paraban de reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto.

Fue entonces cuando me convencí de que soy invisible, me paro en medio de la sala para ver si aunque sea estorbo, me miran, pero mi hija sigue barriendo sin tocarme, los niños corren alrededor, de uno a otro lado, sin tropezarse conmigo.

Cuando mi yerno enfermó, le llevé un té que yo misma preparé. Se lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara, sólo que estaba viendo televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té se fue enfriando, y mi corazón con él.

Un día se alborotaron los niños, y me vinieron a decir que al día siguiente iríamos a pasar el día al campo. Me puse muy contenta. ¡Hacia tanto tiempo que no salía y menos al campo!

El sábado fui la primera en levantarme. Quise arreglar las cosas con calma. Los viejos tardamos mucho en hacer cualquier cosa, así que me tomé mi tiempo para no retrasarlos. Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban las bolsas al coche.

Yo ya estaba lista y muy alegre, me paré en el porche a esperarlos. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en bullicio, comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque no cabía en el auto. O porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a su gusto por el bosque. Sentí clarito cómo mi corazón se encogía y la barbilla me temblaba, como cuando uno se aguanta las ganas de llorar.

Yo los entiendo, ellos sí que hacen cosas importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan. Y yo, ya no recuerdo a qué saben los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, me encantaba tenerlos en mis brazos. Sentía su piel tiernita y su respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta me daba por cantarles canciones de cuna que creía haber olvidado.

Pero, un día, mi nieta Laura, que acababa de tener un bebé, dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños, por cuestiones de salud. Desde entonces ya no me acerque más a ellos, no fuera que les pasara algo malo por mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo de contagiarlos!

Yo los bendigo a todos y les perdono, porque ¿Qué culpa tiene los pobres de que yo me haya vuelto invisible?”

Parecerá exagerado. A veces, la realidad es más cruda, por eso conviene mantenerse alerta.



viernes, 23 de julio de 2010

REAPRENDER LA CONFIANZA

José Antonio Pagola

Lucas y Mateo han recogido en sus respectivos evangelios unas palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que las haya pronunciado mientras se movía con sus discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos.

Probablemente, no siempre reciben la respuesta deseada, pero Jesús no se desalienta. Su confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores han de aprender a confiar como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo pues su experiencia es ésta: «quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre».

Si algo hemos de reaprender de Jesús en estos tiempos de crisis y desconcierto en su Iglesia es la confianza. No como una actitud ingenua de quienes se tranquilizan esperando tiempos mejores. Menos aún como una postura pasiva e irresponsable, sino como el comportamiento más evangélico y profético de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De hecho, aunque sus tres invitaciones apuntan hacia la misma actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere diversos matices.

«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a sus seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que sólo nos puede venir del Padre.

«Buscar» no es sólo pedir. Es, además, moverse, dar pasos para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es normal vivir hoy en una Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el Evangelio en la cultura moderna.

«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir hoy a Jesús gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e interrogantes del mundo actual.

EL ESPÍRITU DE LA POLÍTICA

Antoni Gutiérrez-Rubí

Todo estriba en hacer lo que el filósofo Peter Singer define como “ampliar el círculo del nosotros”, aumentando la cantidad de personas que consideramos parte de nuestro grupo.

Richard Rorty (Estados Unidos, 1931-2007) ha sido uno de los grandes filósofos norteamericanos. Poco antes de su muerte, escribió un breve y sugerente ensayo, “Una ética para laicos”[1], en el que reivindicaba una ética que no estuviera subordinada a la religión, sino que tuviera una autonomía constituyente del rearme moral de nuestra sociedad y fuera un importante recurso para garantizar el futuro espiritual de la humanidad.

Cada vez es más evidente que una de las causas más profundas de la crisis de la política (y, en particular, de la política transformadora) es la desconexión entre praxis política y moral política. Una causa a la que no se dedica, lamentablemente, el tiempo y el coraje necesarios para abordar un debate imprescindible y urgente sobre el rearme moral en el proceso de renovación y reformulación de una nueva política de orientación progresista.

La política se está quedando huérfana de filósofos en un inexorable y preocupante éxodo del discurso moral. Sin ellos, desvariamos desnortados en una cartografía que desdibuja la política en gestión. Casi sin darnos cuenta, la política ha ido perdiendo (o expulsando) a sus más brillantes pensadores, renunciando a hacerse preguntas profundas, para ofrecer respuestas superficiales, de manual. Sin sentido. Eso es lo que nos aleja del sentimiento de las personas, la ausencia de sentido y profundidad de muchas prácticas y políticas públicas que parecen incapaces de comprender la complejidad y el vacío que provoca una política sin espíritu. Se impone una triple reacción: más meditación, más espiritualidad y más filosofía.

La política meditada. La praxis política sublima la acción como el paradigma definitivo de la política e ignora y desprecia, por ejemplo, la meditación y el cuidado del espíritu como estructura medular del carácter de nuestros representantes. El absolutismo de la gestión se ha convertido en el indicador de referencia. Les valoramos por lo que hacen, no por lo que son, ni por lo que sienten en su interior.

Pero algo está cambiando y muy rápidamente. Esta crisis está poniendo a cada uno en su lugar. Y afloran, más que nunca, lasdebilidades estructurales de muchos líderes políticos. Hoy la observancia democrática y ciudadana se fija en la talla moral y ética de nuestros representantes y crece la convicción de que la riqueza espiritual e intelectual de nuestros líderes es condición indispensable para su eficacia en la gestión. Además, aumenta la certeza de que la mayoría de las repuestas que debemos dar a los retos del planeta no se pueden gobernar o abordar únicamente desde los instrumentos de la política (demasiado limitada y condicionada), sino que se necesitan cambios de conducta y comportamientos individuales para diseñar futuros compartidos.

La política, con sus ritmos mediáticos y su inmediatez táctica, aleja a nuestros representantes, demasiadas veces, de la ponderación y la distancia imprescindibles. Nadie reclama, por ejemplo, tiempo para evaluar la respuesta adecuada, para estudiar una propuesta, para pensarla con calma. Es como si la distancia cautelar que tantas veces debería guiar la actuación pública, fuera un demérito o un defecto. Todo lo contrario.

Hay un nuevo espacio para la política meditada. La ciudadanía lo está pidiendo a gritos. La meditación, el silencio, el retiro, el estudio, deben estar presentes en la vida política y en nuestros líderes. Necesitamos políticos con mayor capacidad de escuchar su interior y de compartir experiencias de profunda e intensa concentración personal. Una espiritualidad humana, profundamente humanista, como base de otra política.

Necesitamos líderes reflexivos, capaces de meditar, de buscar en su equilibrio personal la fuerza y las ideas que guíen su actividad. Puede situarse en una dimensión religiosa, pero no necesariamente. Debemos fomentar las prácticas que buscan el equilibrio y la armonía y acercarnos a ellas con una nueva naturalidad. Un gestor público debe ser una persona de densidad moral y ética y, para ello, es imprescindible una actitud reflexiva y pausada, una vida interior rica y equilibrada.

La dimensión espiritual de las personas. La política progresista debe mirar la dimensión espiritual del ser humano como una nueva fuente revitalizante de la moral y ética políticas. Francesc Torralba, director de la Cátedra Ethos de la Universidad Ramón Llull, afirma que “hay personas que desarrollan su vida espiritual en el marco de las tradiciones religiosas, pero hay otras que desarrollan su faceta espiritual en otros ámbitos, en contacto con la naturaleza, en la contemplación del arte, en el ejercicio físico, en la meditación. La vida espiritual es heterogénea, fluida y permeable. No nos aísla del mundo, nos conecta con todos los seres.”

La política progresista sigue prisionera de bastantes tópicos y prejuicios hacia la espiritualidad (en su amplia pluralidad) ya que considera que el desarrollo de la vida interior de las personas es una dimensión refractaria a la ideología o al pensamiento político. Craso error. Aceptada, a regañadientes, la inteligencia emocional como un concepto imprescindible para una renovada política más sensible y próxima, se debe iniciar un debate a fondo sobre la inteligencia espiritual, como una disciplina (un comportamiento, una actitud vital) que da profundidad y sentido a la vida, mejorando la capacidad autónoma de las personas, favoreciendo su distancia crítica respecto a la realidad y ayudándolas a convertir sus vidas en proyectos personales con mayor fundamento y equilibrio.

Hasta ahora, la izquierda se ha movido con un reduccionismo simplista considerando lo espiritual como un fenómeno meramente religioso. Lo espiritual, entendido como el sentido que le damos a las cosas y a nuestra vida, permite residenciar en valores y principios los verdaderos reguladores de nuestro comportamiento. Y ahí radica su potencial para la política.

La dimensión espiritual de la persona no puede ser ignorada desde la izquierda renovadora y, mucho menos, desde el socialismo democrático, que tiene una base electoral y sociológica de cultura católica muy amplia y un anclaje histórico con las comunidades de base cristianas y los sectores renovadores de la jerarquía. Pero no estamos hablando de religión ni de iglesias. Se deben multiplicar los gestos hacia las comunidades laicas y creyentes comprometidas con la acción social, sí; pero también acercarse con respeto e interés hacia otros espacios de trascendencia espiritual no específicamente religiosa.

Por una nueva filosofía política… y de la política. “El derrumbe del marxismo, escribía Richard Rorty, nos ayudó a comprender por qué la política no debería intentar ser redentora (como la religión). Los hombres necesitan que se los haga más felices, no que se los redima, porque no son seres degradados, almas inmateriales apresadas en cuerpos materiales, almas inocentes corrompidas por el pecado original. Son, tal como sostenía Friedrich Nietzsche, animales inteligentes, que a diferencia de otros animales, aprendieron a colaborar unos con los otros para del mejor modo hacer realidad sus deseos”.

Creo que hay que “volver a pensar”, en el sentido más profundo del término, si queremos que la política transforme liberando no redimiendo. Pensar en la vida y en las personas. En cómo vamos a buscar su felicidad.

¿Dónde están, hoy, los filósofos en la política? Estamos huérfanos sin José Luis Aranguren y Alfonso Comín, añoramos a Victoria Camps, mal leemos a Daniel Innerarity y desconocemos a Adela Cortina. La ignorancia de buena parte de la política se maquilla por el ejercicio del poder, la prepotencia ideológica y la banalidad de la mayoría de sus presencias y retóricas públicas.

Hay que volver lo andado, quizás, para recuperar el espíritu de la política, releyendo y recuperando en un ejercicio crítico de actualización a los clásicos de todos los tiempos, sin los cuales no es posible ninguna modernización. Pero no lo conseguiremos si la política formal no se esfuerza con determinación en buscar una nueva alianza con la filosofía y la espiritualidad para renovar y rearmar la dimensión moral y ética de la acción política. Para rebelarnos contra el determinismo histórico. Para hacer posible lo urgente y lo necesario.

Acabo con una cita imprescindible de Albert Camus cincuenta años después de su muerte: “Ya que no podemos vivir tiempos revolucionarios aprendamos, al menos, a vivir el tiempo de los rebeldes. Saber decir no, esforzarse cada uno desde su puesto, crear los valores vitales de los que ninguna renovación podrá prescindir, mantener lo que merece la pena, preparar lo que merece vivirse y practicar la felicidad para que se dulcifique el terrible sabor de la justicia… Todos ellos son motivos de renovación y esperanza”.

[1] “Una ética para laicos”, Richard Rorty. (Presentación de Gianni Vattimo). Katz Editores. Madrid, 2009


Antoni Gutiérrez-Rubí es Asesor de comunicación
Artículo publicado originalmente en la Revista de la Fundació Rafael Campalans (Julio 2010), y en el interesante blog personal de Antoni Gutiérrez-Rubí.

ESFUERZO Y RENUNCIA. Carta a Iñaki Gabilondo

Querido Iñaki:

En tu programa de CNN+ el pasado jueves, te preguntaste varias veces cómo ha surgido entre nosotros esa joven generación de deportistas que, además de su gran calidad, son chicos serios, sencillos, disciplinados, trabajadores y humildes: ¿son una rara excepción o un indicio prometedor en nuestra sociedad?

Creo que los que te respondieron en el programa recurrieron a tópicos de rigor y que tu pregunta -como tantas otras que planteas- merece una reflexión más seria. Quizá yo hablo desde mis muchos años, pero aquí va un elemento de respuesta.

Esos deportistas han tenido algo que no tienen hoy nuestros jóvenes: una formación basada en el esfuerzo, la disciplina, la paciencia y la aceptación de muchas derrotas. Yo conocí algo de eso, junto a otros mil defectos que tuvo mi educación (rigor, miedo, falta de apertura a la justicia social...).

Pero, en la sociedad de mi infancia, esfuerzo, paciencia y disciplina eran patrimonio común de todos: en la derecha, el esfuerzo para el enriquecimiento y el propio egoísmo; en la izquierda, el esfuerzo por la solidaridad y la justicia.

Creo que hoy casi no queda nada de aquello. La derecha ha descubierto que no son necesarias la paciencia ni el esfuerzo para enriquecerse. Aquel capitalismo de corte calvinista que describió Max Weber, basado en el esfuerzo paciente, ha sido sustituido por la especulación financiera y el llamado capitalismo de casino: hay maneras mucho más fáciles y rápidas de enriquecerse.

Y los inacabables casos de corrupción entre nosotros, creen algunos que no son excepciones sino puntas de iceberg: porque aunque se corre algún riesgo con eso de la corrupción (o la evasión fiscal), tampoco es un riesgo demasiado grande y, en cambio, es mucho más rentable que el del esfuerzo paciente.

A su vez, la izquierda ha abandonado también el esfuerzo paciente y se ha travestido en lo que otras veces llamé "izquierda barata" (parodiando una frase del mártir Bonhoeffer que acusaba a su protestantismo de caer en "la gracia barata"), o izquierda "de cintura para abajo".

No importa el nombre pero quizá sí que importa la clásica pregunta que hace Habermas: sin un fundamento absoluto e incondicional ("religioso" dice este autor) para la solidaridad ¿es posible a la larga mantener el esfuerzo y la disciplina necesarios para intentar cambiar el mundo, exponiéndose además a no ver los resultados de ese esfuerzo?

Creo que en eso del esfuerzo y la capacidad de renuncia reside la diferencia entre esa generación de deportistas y buena parte de nuestra juventud.

Dicho esto, quisiera agregarte, que más allá de los efectos adormecedores y alienantes que hoy nos producen la Roja, y Nadal y Contador y Lorenzo... tengo muchas críticas contra la estructura del deporte en nuestro mundo. Los gastos de la Fórmula Uno, o del París-Dakar (perfumados con unas gotitas de solidaridad, para disimular), claman literalmente al cielo. De la trata de mujeres que ha desencadenado el mundial de Sudáfrica, los medios no habéis dicho nada. Y la dignidad de una sola mujer vale más que una copa del mundo.

Suelo decir, y perdona, que, bajo capa de una neutralidad informativa, los medios de comunicación tenéis el defecto de alinear al mismo nivel, y presentar en el mismo escaparate, la mierda y el jabugo. Con el inconveniente ulterior de que, como la primera es mucho más barata, acabáis dándonos mayores dosis de ella.

Y sin embargo, volviendo a la juventud para terminar, hay otro grupo de jóvenes que merecerían más presencia pública y de los que vosotros no soléis hablar (bien sea porque no los conocéis o porque teméis perder audiencia).

Son chavales y chavalas que dedicarán buena parte, o la totalidad, de sus vacaciones no a ir a Sudáfrica y ver el mundial, sino a trabajar solidariamente en el Tchad, en el Congo, o en países sudamericanos.

La triste muerte de cuatro de estas muchachas en un accidente en Perú, nos las ha puesto un momento de relieve. Pero apenas les hemos dedicado nada más allá del espacio estricto de la noticia. Y sin embargo, se merecían muchas más páginas de las que se ha llevado la Roja.

Esta es mi humilde respuesta. Ya te dije que puede que sea sólo el clásico lamento de viejo. Pero a lo mejor da algo que pensar. Y tú, no dejes de lanzarnos ese tipo de preguntas como la del pasado ocho de julio.

Un abrazo.

José Ignacio González Faus



jueves, 22 de julio de 2010

BIENVENIDOS AL MUNDIAL DE DEUDA EXTERNA SUDAFRICA 2010

Con él se intenta esconder las crudas realidades del mundo actual. Mucha elegancia y feroz espíritu de competencia para el desfile de deportistas millonarios, y multinacionales haciendo sus jugosos negocios, pugnando entre sí como si fuesen ellos los verdaderos protagonistas de una competencia que solo ofrece dinero, ganancias, estafas y miserias.


Cúbrete el rostro
y llora.
Vomita.
¡Sí!
Vomita,
largos trozos de vidrio,
amargos alfileres,
turbios gritos de espanto,
vocablos carcomidos;


Y aquí está el mundial Sudáfrica 2010.
Ni siquiera en lo futbolístico disfrutaremos de juegos atrevidos y alejados de formalidades tácticas y técnicas. Jugadores de los países del Tercer Mundo ejecutan frías técnicas de fútbol del Primer Mundo europeo, siguiendo la tendencia cosificada de un deporte “taylorizado”. Y los trabajadores, rinden tributos a los negociados de las multinacionales.


Sobre este purulento desborde de inocencia,
ante esta nauseabunda iniquidad sin cauce,
y esta castrada y fétida sumisión cultivada
en flatulentos caldos de terror y de ayuno.


El impacto económico del mundial se estima en unos US$7.325 millones. Una cifra que representa el 160 % del gasto público de Ghana, y casi 3 veces la deuda externa de Camerún, los dos países africanos más pobres de la copa.


Cúbrete el rostro
y llora...
pero no te contengas.
Vomita.



Samuel Eto, una de las figuras del Inter campeón de la UEFA y de la Selección de Camerún, considerado uno de los mejores jugadores africanos de todos los tiempos, cobra 10 millones y medio de euros por año. Unas 257 mil veces el salario mínimo en su país de origen.


¡Si!
Vomita,
ante esta paranoica estupidez macabra,
sobre este delirante cretinismo estentóreo
y esta senil orgía de egoísmo prostático:



Sudáfrica ya ha invertido más de 6.000 millones de dólares en infraestructura y gastos relacionados al evento. La suma invertida, equivale a sacar de la pobreza al conjunto de la población de Costa de Marfil, Ghana, Camerún y Honduras.


Cúbrete el rostro,
y Vomita.
No te contengas
¡Sí!
Vomita,
lacios coágulos de asco,
macerada impotencia,
rancios jugos de hastío,
trozos de amarga espera...
horas entrecortadas por relinchos de angustia.


Bienvenidos al Mundial De deuda Externa Sudáfrica 2010

martes, 20 de julio de 2010

LA IGLESIA Y LA COCA COLA. 'Teología en serio y en broma' J.M.Díez Alegría

Está escrito hace treinta y cinco años, lo que nos permite asombrarnos de la lucidez y el sentido profético de este hombre.


Y, sin embargo, la realidad a que ha conducido la platonización de la iglesia, es tan prosaica como la fabricación de la coca-cola.

Me explicaré.

La platonización idealista de la iglesia, el secuestro de Jesús por los jerarcas, que se han puesto entre Él y el pueblo, ocultándolo más o menos, y el consiguiente autoritarismo de esos hombres del «establecimiento» eclesiástico, han dado al traste con la comunidad eclesial.

El moderno mundo capitalista está lejos de la poesía de Platón. Su idealismo, o sea su superestructura conceptual, no se plasma en la suprema idea del bien, sino en la Sociedad Anónima por acciones.

Y la iglesia, bajo la cobertura de un etéreo abstraccionismo, ha ido a parar, estructuralmente hablando, en una cosa muy parecida a una empresa anónima de producción y distribución de artículos de dietética religiosa. Una especie de fábrica de coca-cola espiritual.

Una empresa anónima, una razón social que no se identifica con ninguna persona de carne y hueso. Y con eso la «responsabilidad limitada». Se pueden cometer atropellos. Pero no responde nadie. Es «la empresa». (Es la iglesia: si Vd. es buen cristiano, debe callar; contra la iglesia no se puede decir nada).

El presidente de la empresa. Los altos ejecutivos. Los empleados y empleadas. Y el público, que es el consumidor. Y que, para la empresa, sólo tiene esa función: ser cliente.

El consumo es individualista; se va al comulgatorio como a la barra del bar. Yo voy a hacer mi consumición. Y el de al lado va a hacer la suya. Y cada uno a su casa.

Esto no es ninguna caricatura. Es un esquema sociológico que sirve lo mismo para la empresa de coca-cola que para la iglesia católica, Ciertamente hay en esto un humorismo esperpéntico. Pero no es literario. Viene de la realidad.

El papa dirige. Los obispos son jefes de departamento. Los curas y monjas fabrican sacramentos, catequesis, liturgias. Y el público de fieles consume. No hace más que recibir. Consumir. Los locales son públicos. Se entra a ellos como al cine o al bar. Individualmente, a recibir el servicio, la consumición.

Y no existe la comunidad eclesial sino la empresa eclesial de servicios, de suministro de celestiales ultramarinos. Y luego el público, la clientela.

Y la clientela está fuera de la empresa.

Esto es de tal manera contrario a la esencia de la iglesia, que es comunidad de creyentes, que nos deja perplejos. Es una tragicomedia, como «La Celestina».

La iglesia es hoy, con apabullante realidad, una criatura con la cabeza en el suelo y los pies por el aire.

No hay nada que hacer, mientras no ponga los pies en el suelo y se apoye en ellos.

Los pies son la comunidad de creyentes. Creyentes con fe personal, que es una opción esencial de cada uno, y nada menos que una «gracia», una revelación del Espíritu en cada uno.

Pero cómo darle esta vuelta de campana, sobre todo teniendo en cuenta que se ha convertido en una armadura pesadísima, con una cabeza muy caliente y unos pies muy fríos? (Fríos no por culpa de ellos, sino porque la cabeza los puso hace mucho tiempo en hibernación).

Con todas las dificultades y las ambigüedades que se quiera, el porvenir está en verdaderas comunidades de base. Y en que el «ministerio» sea servicio de la comunidad, apoyado en ella y viviendo de ella. La comunidad está a la base del ministerio. Y no al revés.

El primer paso sería renunciar al autoritarismo de los «hombres de iglesia», sobre todo de los más altos.

Pero es éste un hueso duro de roer. No es blando y dulce como los «huesos de santo».

Quizá estamos en una época en que hay que ir adelante con una gran libertad interior, recordando que donde están dos o tres reunidos en nombre de Jesús, allí está Jesús en medio de ellos.

Y procurando ser pacientes con todos, como Pablo recomendaba a los fíeles de Tesalónica; o, como les decía a los romanos, en su carta: «en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres» (Romanos, 12, 18).

José María Díez Alegría  en “Teología en serio y en broma”



sábado, 17 de julio de 2010

LA GUERRA SANTA DEL CARDENAL BERGOGLIO

Jorge Gadano (RIO NEGRO ON LINE)

El cardenal Jorge Bergoglio, ex jefe de la Compañía de Jesús en la Argentina, hoy arzobispo de Buenos Aires, convocó la semana pasada a una “guerra de Dios” contra el proyecto de ley que modifica el Código Civil para posibilitar el matrimonio entre personas del mismo sexo. La ley de matrimonio civil de 1888 acabó con el monopolio eclesial del matrimonio, pero mantuvo la restricción que lo permitió sólo para personas de distinto sexo.

Sorprende, en pleno siglo XXI, la convocatoria a una “guerra de religión” como las que se suponían concluidas con la Paz de Wesfalia, en 1648, a más de 70 años de que, en la llamada Matanza de la Noche de San Bartolomé, turbas católicas, movilizadas contra el matrimonio de la princesa católica Margarita de Medicis con un príncipe protestante, masacraran a los partidarios del príncipe en las calles de París. Entonces, como hoy, una católica debe casarse con un católico.

Lo que no puede sorprender, sin embargo, es que sea un jefe jesuita quien convoque a una guerra, porque la Compañía de Jesús es una organización religiosa militarizada (de ahí el nombre de “compañía”) creada por San Ignacio de Loyola, un líder con formación militar que fue el primer “general” de la orden.

El Papado y la Inquisición bendijeron a la Compañía, nacida en 1534 para enfrentar la rebelión protestante encabezada por Martín Lutero, quien a principios de siglo había denunciado a la jerarquía católica por el corrupto tráfico de indulgencias y la alianza con los poderes políticos.

La “obediencia debida” reclamada por Ignacio a sus soldados fue definida por él en las “Constituciones Jesuitas”, que exigieron a cada militante “ser disciplinado como un cadáver”. Así, los jesuitas lograron contener el avance protestante y mantener la autoridad irrefutable del Papa y la persecución inquisitorial a cualquier disidencia.

En esos mismos términos guerreros, emparentados con el fundamentalismo talibán y con la Yihad (guerra) islámica, Bergoglio se asume en estos días como el líder de la lucha contra la mayor herejía de nuestro tiempo, que es el llamado “matrimonio gay”. Los ejércitos que lo siguen no son solamente los de identidad vaticana. También responden a su convocatoria las huestes evangélicas que, en Río Negro y Neuquén, se expidieron en coincidencia con el clero católico en una solicitada que reivindica el matrimonio como “una creación de Dios que hemos adoptado y aceptado”.

Si les gusta así, pues sea. Pero en la Argentina no hay religión de Estado (como sí la hay en algunos países islámicos). En este país el matrimonio, tal cual fue legislado hace más de un siglo, es una creación del Congreso, que hizo justicia en la segunda mitad del siglo XIX a los millones de inmigrantes llegados a este país que pertenecían a confesiones religiosas que no eran católicas, o a ninguna.

Las “Iglesias Evangélicas de Río Negro y Neuquén” que firman la solicitada están a favor de que “la prostitución callejera” sea tenida como un delito. La comparan con “muchos impuestos (que) son abusivos y extorsivos” y se preguntan si “las leyes expresan el bien para la mayoría”. Para ellas, “con el tema de la homosexualidad asistimos a un caso similar” al de la prostitución, porque “la legalidad nos obliga a aceptar algo que no es moralmente aceptable ni éticamente correcto”. Contra la adopción de niños por parejas del mismo sexo las iglesias reclaman que se atiendan los derechos de los niños y niñas “tan vulnerados de miles de maneras”. Una de esas “maneras” es la pedofilia, de la que se publica tanto hoy gracias al aporte de no pocos clérigos que el Vaticano ampara.

A todas luces, parece imprescindible hoy una lectura histórica de la moral cristiana que flameó en las guerras contra herejes y judíos, levantando la cruz junto a la espada de los Reyes Católicos en la conquista de América y la esclavización de sus pueblos, en la hoguera que silenció a Giordano Bruno, en la tortura a Galileo Galilei.

Volviendo a Bergoglio, el convocante. El ocho de mayo pasado presidió un acto en la basílica de Luján en el que el médico Justo Carbajales leyó el documento titulado “Manifiesto de la Esperanza”, que exhortó a no votar por los dirigentes corruptos. El texto habla de “la maravillosa responsabilidad cívica de los que tienen fe en Dios” porque la fe “da vida a la esperanza” y es “la certeza de lo que se espera, prueba de lo que aún no se ve”.

Con más fe en la ciencia que en los dogmas bíblicos, Galileo probó, contra lo que se veía, que la Tierra giraba alrededor del Sol, y en aquellos mismos tiempos William Harvey descubrió la circulación de la sangre. Más cerca de nuestro tiempo otro inglés, Carlos Darwin, sepultó en su libro “El origen de las especies” la fábula de la creación escrita en el Génesis.

Movida por su espíritu combativo, Bergoglio resucita a un enemigo de la humanidad, Satanás, señor del Infierno, que con Juan Pablo II en la silla pontificia era una abstracción según alguna fuente vaticana. Incluido en la guerra de Dios como enemigo principal, el Diablo vuelve ahora como animador de homosexuales, lesbianas, transexuales, prostitutas callejeras y, en fin, todo cuanto signifique sexo, sinónimo del pecado que aleja a los pecadores de una paradisíaca vida eterna que los ministros de Dios prometen a los justos que se les someten.

No está solo el cardenal. Vino a ayudarlo desde España el jerarca del Opus Dei Benigno Blanco, quien ya se reunió con Carbajales y con Gastón Bruno, vicepresidente de una asociación de congregaciones evangélicas. No faltó al divino encuentro un Centro Islámico de la República Argentina. En fin, que todo se está haciendo como para que en la movilización de hoy haya mucha gente.

viernes, 16 de julio de 2010

CÓMO HACER LA TRANSICIÓN DEL VIEJO AL NUEVO PARADIGMA

Leonardo Boff

Damos por ya realizada la demolición crítica del sistema de consumo y de producción capitalista junto con la cultura materialista que lo acompaña. O lo superamos históricamente o pondrá en gran riesgo a la especie humana.

La solución para la crisis no puede venir del propio sistema que la ha provocado. Como decía Einstein: «el pensamiento que creó el problema no puede ser el mismo que lo solucionará». Estamos obligados a pensar diferente si queremos tener futuro para nosotros y para la biosfera. Por más que se agraven las crisis, como en la zona euro, la voracidad especulativa no remite.

Lo dramático de nuestra situación reside en el hecho de que no tenemos ninguna alternativa suficientemente vigorosa y elaborada que venga a sustituir el sistema actual. No por eso debemos desistir del sueño de otro mundo posible y necesario. La sensación que vivenciamos ha sido bien expresada por el pensador italiano Antonio Gramsci: «lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no consigue nacer».

Pero por todas partes en el mundo hay una amplia siembra de alternativas, de estilos nuevos de convivencia, de formas diferentes de producción y de consumo. Se proyectan sueños de otro tipo de geosociedad, poniendo en actividad a muchos grupos y movimientos, con la esperanza de que algo nuevo podrá brotar desde dentro del viejo sistema en erosión. Este movimiento mundial gana visibilidad en los Foros Sociales Mundiales y recientemente en la Cúpula de los Pueblos por los derechos de la Madre Tierra, realizada en abril de 2010 en Cochabamba (Bolivia).

La historia no es lineal. Se hace por rupturas provocadas por la acumulación de energías, de ideas y de proyectos que en un momento dado introducen una ruptura y entonces lo nuevo irrumpe con vigor suficiente para alcanzar hegemonía sobre todas las otras fuerzas. Se instaura entonces otro tiempo y una nueva historia comienza.

Mientras esto no suceda, tenemos que ser realistas. Por una parte, debemos buscar alternativas para no quedar rehenes del viejo sistema, y por la otra, estamos obligados a estar dentro de él, a seguir produciendo, no obstante las contradicciones, para atender las demandas humanas. En caso contrario, no evitaríamos un colapso colectivo con efectos dramáticos.

Debemos, por lo tanto, andar sobre las dos piernas: una apoyada en el suelo del viejo sistema y la otra, en el suelo nuevo, dando énfasis a este último. El gran desafío es cómo procesar la transición entre un sistema consumista que estresa a la naturaleza y sacrifica a las personas y un sistema de sostenimiento de toda vida en armonía con la Madre Tierra, con respeto a los límites de cada ecosistema y con una distribución equitativa de los bienes naturales e industriales que hemos producido. Intercambiando ideas en Cochabamba con el conocido sociólogo belga François Houtart, uno de los buenos observadores de las actuales transformaciones, convergimos en estos puntos para la transición de lo viejo a lo nuevo.

Nuestros países del Sur deben en primer lugar luchar, aun dentro del sistema vigente, por normas ecológicas y regulaciones que preserven lo más posible los bienes y los servicios naturales o traten su utilización de forma socialmente responsable.

En segundo lugar, los países del gran Sur, especialmente Brasil, no deben aceptar ser reducidos a meros exportadores de materias primas, sino incorporar tecnologías que den valor añadido a sus productos, crear innovaciones tecnológicas y orientar su economía hacia el mercado interno.

En tercer lugar, que exijan a los países importadores que contaminen lo menos posible y que contribuyan financieramente a la preservación y regeneración ecológica de los bienes naturales que importan.

En cuarto lugar, que consigan una legislación ambiental internacional más rigurosa para los que menos respetan los preceptos de una producción ecológicamente sostenible, socialmente justa, los que relajan la adaptación y la mitigación de los efectos del calentamiento global e introducen medidas proteccionistas en sus economías.

Lo más importante de todo, sin embargo, es formar una coalición de fuerzas a partir de gobiernos, instituciones, iglesias, centros de investigación y de pensamiento, movimientos sociales, ONGs y todo tipo de personas en torno a valores y principios colectivamente compartidos, bien expresados en la Carta de la Tierra, en la Declaración de los Derechos de la Madre Tierra o en la Declaración Universal del Bien Común de la Tierra y de la Humanidad (texto básico del incipiente proyecto de reinvención de la ONU) y en el Vivir Bien de las culturas originarias de las Américas.

De estos valores y principios se espera la creación de instituciones globales y, quien sabe, la organización de una gobernanza planetaria que tenga como propósito preservar la integridad y vitalidad de la Madre Tierra, garantizar las condiciones del sistema-vida, erradicar el hambre y las enfermedades prevenibles, y forjar las condiciones para una paz duradera entre los pueblos y con la Madre Tierra.

jueves, 15 de julio de 2010

EL VOTO DE POBREZA, J.M.Díez Alegría en 'Yo creo en la esperanza'

El mismo año 1956 se celebró en Madrid un Congreso nacional de perfección y apostolado. Un Congreso de sacerdotes y religiosas. La comisión organizadora solicitó de mí una comunicación so-bre el tema «Aspecto social del voto de pobreza». Yo redacté unas cuartillas, de las que se hizo mención en el Congreso. Pero luego no quisieron incluirlas en las actas. Mi texto era el siguiente: 

Tradicionalmente se ha visto, con razón, el fundamento evangélico del voto de pobreza en aquellas palabras de Cristo: «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto posees y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y vuelto acá, sígueme» (Mt. 19, 21). 

Hoy el mayor problema quizá que tiene planteado la Iglesia Católica es el de su ausencia de las masas populares, particularmente de las trabajadoras. De esto se ha hecho eco la suprema jerarquía de la misma Iglesia. De una manera no poco extensa, estas masas populares ven a la Iglesia como algo ajeno, perteneciente al mundo burgués, que ellas consideran, no sin grandes fundamentos, como un mundo extraño y enfrente. 

Se trata de volver a ganar para Cristo este mundo popular, que es en particular modo el mundo de los que están trabajados y cargados, a los que se dirige la invitación del Corazón de Cristo. 

En el presente orden de Providencia, la Teología de la Redención está articulada con una Teología de Encarnación. Cristo para redimirnos se encarnó en la Humanidad. Sin encarnación no hay redención. Lo mismo ocu-rre en la vida de la Iglesia en el apostolado. 

Pero sucede que, particularmente entre nosotros, la Iglesia, que en estos últimos años ha multiplicado notablemente sus obras de apostolado entre las clases humildes, obras encaminadas a desarrollar la obra de la Redención, apenas ha conseguido, en cambio, realizaciones de encarnación en esas mismas clases humildes. 

Una parroquia de suburbios, una escuela profesional, una obra de asistencia en los barrios obreros, resultan con frecuencia, si no me equivoco, obras de un mundo distinto al mundo obrero, establecidas para el bien de ese mundo obrero; los hombres del suburbio ven entre ellos esas obras católicas, como algo proveniente de otra esfera social que viene a trabajar para ellos. Los sujetos que realizan esas obras (sacerdotes, médicos, profesores, etc) no son colateralmente vecinos, compañeros, consortes, participantes desde dentro de una misma suerte. Son hombres de otro mundo, de otra clase, de otra civitas, que vienen a socorrer, aunque sea acampando para ello permanentemente entre los protegidos. No quiero decir que todas nuestras realizaciones se mantengan en este tipo. Pero sí creo que, hoy por hoy, la tónica entre nosotros es así. 

El comunismo, en cambio, trabaja constitutivamente con un sistema de células que realiza plenariamente el sistema de encarnación. El comunismo se presenta radical y universalmente como un movimiento de los obreros, de las masas populares, y para ellas. El comunismo no tiene, evidentemente, un apoyo en las clases burguesas. Frente a ellas, sale del mundo obrero y vive en él. Mejor dicho, es creado originariamente por intelectuales, propagandistas, etc., encarnados en el mundo obrero y viviendo de él. 

Mientras el duelo entre catolicismo y comunismo esté planteado con estos supuestos sociológicos, el catoli-cismo no podrá reportar el triunfo de una manera sustantiva. 

Esto lo hace patente en particular la experiencia de la Iglesia española de los últimos veinte años. Realizaciones, como la J. O. C., que han conseguido avances decisivos en orden a la redención católica del mundo obrero, han sido posibles porque han conseguido resolver ple-namente el problema de la encarnación. Estando nuestra masa popular todavía mucho menos descristianizada que la de otros países, no hemos logrado nosotros realizaciones eficientes, porque estamos muy atrasados en la solución de este problema de la encarnación. 

Desde este punto de vista, sería difícil eludir la calificación de predominantemente burguesa con respecto a la Iglesia española. Una gran parte de las milicias del clero español proviene de las clases más populares. Y, sin embargo, el proceso de intususcepción arranca a estos elementos de su mundo originario y los incardina en un mundo eclesiástico, que socialmente resulta ajeno al mundo proletario y avanzada del mundo burgués hacia él. 

Desde el punto de vista apostólico, esta situación es comprometida y denuncia un grave problema. Llegados a este punto, ocurre preguntar: siendo los institutos religiosos los que institucionalmente y como es-tado profesan dentro de la Iglesia la pobreza ¿no parecería reservado a ellos realizar de una manera institucional y estable el proceso de encarnación de la Iglesia en el mundo de los pobres? He ahí la cuestión. De hecho no ocu-rre así. No ignoro que otros institutos religiosos distintos de aquel a que yo pertenezco tienen, sin duda, un carácter más popular y están existencial y sociológicamente más en el pueblo. Con todo, no tengo la impresión de que en España lleguen a ser efectivamente realizaciones suficientes de encarnación. Por lo demás, el número de institutos religiosos, masculinos y femeninos, en especial docentes, exclusivamente encarnados en el mundo burgués y que pretenden en el mundo proletario una labor de redención sin previa encarnación, es suficientemente numeroso para poderlo plantear como problema. De ahí también la dolorosa tendencia, todavía demasiado real entre nosotros, de dar al trabajo con los humildes un carácter inequívocamente apendicular dentro de la organización de la labor apostólica. 

Volvamos al momento originario evangélico del estado de perfección: «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto posees y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y, vuelto acá, sígueme». Todo el mecanismo de pobreza que ahí se pone en juego, está, a mi juicio, entera y eficazmente orientado hacia la encarnación del após-tol en el mundo de los pobres. Primero reparte sus bienes entre los pobres, quedándose él destituido de ellos. Después va a seguir a Cristo, que, en su vida mortal, estaba inequívocamente encarnado en los humildes, sin estar por ello cerrado al contacto con los otros estamentos. Sus discípulos son en primer término los pescadores. En Cafarnaúm, su casa es la de Pedro. Su contacto con los samaritanos, después de la conversación del brocal del pozo, sociológicamente, delata una inequívoca encarnación en lo popular. El mundo burgués de la sinagoga —escribas y fariseos, con mayor razón saduceos— lo considera sociológicamente ajeno. Un pasaje de Lucas, el evangelista psicólogo, lo delata con singular penetración. Había expuesto Cristo la parábola del mayordomo infiel, exhortando con ella a la limosna. Y terminó diciendo: «No podéis servir a Dios y al dinero». E inmediatamente añade la narración: «Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y hacían mofa de él» (Lc. 16, 1-14). 

El contenido psicológico del pasaje no deja lugar a dudas. Porque Cristo era de los pobres, los fariseos, de actitud burguesa, se ríen de los entusiasmos parenéticos del Maestro en pro de la pobreza y del desprendimiento. Su mofa tiene el sentido del «están verdes» de la zorra en la fábula. Por lo demás, San Pablo testifica que el cristianismo, en sus orígenes, sin caer en clasismo alguno, estaba encarnado en los pobres: «Porque mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados. Que no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del mundo se escogió Dios, para confundir a los sabios; y lo débil del mundo se escogió Dios, para confundir lo fuerte; y lo vil del mundo y lo tenido en nada se escogió Dios, lo que no es, para anular lo que es; a fin de que no se gloríe mortal alguno en el acatamiento de Dios» (1 Cor. 1, 26-29).

Todo esto nos plantea un problema. Analicemos un caso que es real. Un joven rico de nuestros días va, y vende lo que tiene, dándolo a los pobres bajo la forma de una cesión a la propia institución a la que pertenece. Después va a seguir a Cristo mediante su incorporación en esa misma institución. El instituto religioso de que se trata está sociológicamente encarnado en estamentos burgueses, dentro de los cuales la institución religiosa y sus miembros realizan una vida de pobreza mediante la moderación en el tenor de vida —que, sin embargo, está más dentro de moldes burgueses que proletarios— y muy especialmente mediante la absoluta dependencia en el uso de los bienes, que pertenecen a la comunidad y no a los miembros. Con las imperfecciones de realización que puede haber en la práctica, es indudable que los aspectos jurídico y ascético de la pobreza evangélica quedan aquí sustancialmente a salvo. 

En religiosos eminentes, quedan no infrecuentemente cumplidos en un grado excepcional de perfección. En cambio, en el aspecto sociológico y existencial de la pobreza evangélica si comparamos la realización moderna (que hemos tipificado, llevándola al extremo, dentro de los límites de una vida religiosa no relajada) con la reali-zación originaria, vemos que hay una evolución radicalmente sustantiva. Esto no ocurría, por poner un ejemplo, en los orígenes del franciscanismo, planteándose así un inequívoco problema apostólico y de testimonio, ya que el seguimiento de Cristo es el seguimiento de un Mesías a quien pertenece constitutivamente, y como distintivo, precisamente la evangelización de los pobres, y por otra parte, como hemos sentado al principio, no hay evange-lización redentora eficaz sin una encarnación suficiente.

Pero otro aspecto de la cuestión es la irradiación del aspecto sociológico y existencial sobre el aspecto ascé-tico. Una pobreza religiosa llevada hasta el heroísmo en el interior de una vida de comunidad encarnada en esta-mentos burgueses y sin proyección social suficiente, es difícil que llegue a constituir una mística para el religioso en la época contemporánea. Y esto no depende sólo de un mayor sentido social, naturalmente ínsito a las nuevas generaciones, sino de un sentido social sobrenatural, inequívocamente impartido por el Espíritu Santo a la Iglesia contemporánea. El eterno soplo del Espíritu empuja hoy más explícitamente en la dirección del dogma del Cristo total (Cristo en su Cuerpo Místico) y de las exigencias de la caridad. Desde este punto de vista, creemos que el único camino para lograr un nivel de práctica de la pobreza evangélica en el interior de los institutos religiosos que sea realmente satisfactorio, se encontrará haciendo efectiva, inmediata y visible la proyección social de la po-breza religiosa. 

Lo mismo podría decirse de la abnegación y mortificación corporal, siempre en peligro en nuestra época de tan desarrollada técnica, y tan fundamentalmente ligada con la práctica de la vida en pobreza. 

Para terminar este breve esbozo de una problemática que invita a ser profundizada, ofrecemos dos soluciones y dos posibles prácticas. 

En primer lugar, la posible proyección social del voto de pobreza en el plano de las relaciones laborales de las instituciones religiosas con sus empleados y trabajadores. Que los empleados y trabajadores que trabajan para una comunidad religiosa tengan un nivel de vida inferior al de los miembros de la comunidad religiosa, nos pa-rece fuera de un recto espíritu de la pobreza evangélica. En este hecho, tan frecuente entre nosotros, hay a mi juicio una relajación y una desviación del espíritu. ¿Por qué no decidirnos a ser evangélicos en este punto, objeto de nuestra responsabilidad inmediata, desde ahora mismo? Si para esto tenemos que sacrificar una parte de nuestro nivel de vida, quizá ya modesto, ello implicaría un factor de encarnación en los pobres de insospechado alcance, no sólo en razón de una dinámica causal de orden natural sociológico, sino en razón de una dialéctica sobrenatural. Creemos que planteando los problemas con sinceridad, los súbditos de nuestras comunidades religio-sas serían capaces, dentro de esta impostación del problema, de mayores sacrificios de lo que pensamos. Y el valor de testimonio de una sistemática actitud de los institutos religiosos en el sentido indicado, sería quizá nada menos que un principio de salvación del porvenir, tan gravemente comprometido, de la Iglesia en España. Cabría incluso abrir un cauce a la espontánea generosidad de los súbditos dentro de cada comunidad, ofreciéndoles la posibilidad de hacer renunciamientos dirigidos inmediatamente a la consecución de las metas sociales indicadas. Esto podría dar más suavidad a la puesta en marcha de una evolución que nos parece inexcusable, y posible-mente de más alcance de lo que en principio se pensaría. 

Otra solución viable, para ser sumada a la anterior: que los institutos religiosos apostólicos y de beneficencia multipliquen puestos de trabajo montados en un plano de encarnación, es decir, compartiendo el nivel de vida, la localización, el estilo de vivienda, etc., de los pobres entre quienes trabajan. Sobre esta base, se trataría, al lado del trabajo apostólico, de crear relaciones colaterales de amistad, mutua comprensión, mutuo conocimiento, confianza y simpatía. Los religiosos tenemos con frecuencia relaciones de amistad con personas de estamentos bur-gueses más o menos elevados. Mucho menos con personas de estamentos más populares. Los pobres evangéli-cos tienen hoy mucho más difícilmente por amigos a un mendigo, que a un banquero. Esto no tiene que ser así necesariamente, y no lo sería si tuviésemos un volumen sustantivo, dentro del apostolado religioso, de estableci-mientos de trabajo constituidos en régimen inequívoco de encarnación. Conozco de cerca un ensayo muy embrio-nario y de ninguna manera perfecto, pero suficientemente revelador y expresivo, como experiencia, de este tipo de trabajo: el hogar-capilla de Nuestra Señora del Pozo, abierto por el Padre José María de Llanos, S. J., con au-torización de sus superiores religiosos y eclesiásticos, en el barrio Pozo del Tío Raimundo (Puente de Vallecas). Lo cito exclusivamente a título de concreción expresiva de mi propio pensamiento. 

Esta multiplicación, en serio y sin carácter apendicular, sino sustantivo, de obras entre los pobres en régimen de encarnación, había de tener como complemento la vigorización de los vínculos de solidaridad, caridad y unidad entre los distintos puestos de trabajo de una misma institución religiosa (naturalmente también de las diversas instituciones religiosas y sacerdotales). De esta manera, los centros y puestos de trabajo de las instituciones reli-giosas situados sociológicamente en el interior de estamentos burgueses se beneficiarían de su unidad vital con obras encarnadas en estamentos populares. Así, de una manera efectiva, habría una revitalización de la pobreza re-ligiosa entre nosotros, como ascética, como mística, como instrumento de progreso social cristiano, y como con-dición posibilitadora de un apostolado fecundo y de un contacto redentor de la Iglesia con aquellos pobres que deben ser evangelizados. 


Este escrito, releído por mí ahora, a 16 años de distancia, se me presenta en algunos puntos inge-nuos y con ciertas carencias de análisis más profundo. No obstante, en lo sustancial, lo encuentro válido. Ha sido una de las bases de mi ulterior reflexión existencial en busca de la religión verdadera.

miércoles, 14 de julio de 2010

DIOS ES ENERGÍA, ESPÍRITU

Gonzalo Haya

Dios es Espíritu. El Padre es Espíritu. El Hijo es Espíritu.

Jesús nos transmitió su experiencia mística de Dios como Padre. Es una concepción, una metáfora humana, entrañable, pedagógica, comprensible por su semejanza con los afectos más puros del ser humano. Como toda metáfora, nos orienta hacia algo inexplicable; pero como toda metáfora es incompleta y no puede tomarse en su literalidad.

Dios es Espíritu. Esta expresión también es una metáfora. Una metáfora menos sensible porque el espíritu no se percibe por los sentidos. Quizás sea más comprensible mediante conceptos científicos y mediante experiencias ultrasensoriales (espirituales, místicas).

Los cristianos no tenemos muy clara cuál es la relación del Espíritu Santo con nosotros. En la Teología, desde san Pablo, ha predominado la idea del Padre como Creador, del Hijo como Salvador y del Espíritu como santificador; pero ¿qué añade santificador a salvador? Se ha perdido así el efecto dinamizador y carismático, que le atribuye Lucas.

El Espíritu no tiene tampoco una forma determinada. Es lenguas de fuego, es paloma, es energía (dynamis tou Theou, energía de Dios).

Desde las primeras líneas del Génesis se nos dice que el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. El Espíritu de Dios es Dios, como el espíritu de la ley es la misma ley, su verdadera esencia.

El Espíritu es creador. Veni creator Spiritus. La creación no ocurrió hace miles de millones de años. Dios no creó el mundo y lo echó a rodar. La creación es continua. La creación es la energía que se expande, que se estructura en materia y en espíritu; la energía que evoluciona en forma de redes cada vez más complejas, pero con manifestaciones más simples, desde el átomo hasta el hombre.

Dios es Espíritu. Dios es la energía que se manifiesta en la naturaleza. Deus sive natura, “Dios, es decir, la naturaleza” como ya intuyó Spinoza.

Dios es energía, pero la energía no es algo impersonal. La energía es personal aunque no se limita en una forma individual. La energía es lúcida, sabe adónde quiere ir, y dirige la evolución. Tiene los caracteres personales: conocimiento, voluntad, amor. La persona humana no es más que una manifestación de la energía. Si la persona humana tiene valores éticos, si alcanza cotas sublimes de entrega y de amor, es porque ha cristalizado en ella la estructura más completa (hasta ahora) de la energía.

Dios es Espíritu. Dios es energía. Dios es energía lúcida. Dios es Amor.




martes, 13 de julio de 2010

¿POR QUÉ NO SOMOS UN ESTADO LAICO?

Carlos Carnicero

Hay algo de masoquismo en las relaciones del estado con la Iglesia Católica. Desde el lado del estado, claro. El caso es que la Iglesia de Roma dispone de unos acuerdos con el estado español inéditos en Europa y en el mundo, por los que dispone de prerrogativas y financiación directa. A cambio de eso, su comportamiento es sustancialmente distinto que en cualquier otro país europeo en donde hace tiempo que desistió de pretender hacer de su doctrina ley civil.

La fuerza de las ideas católicas debe imponerse en los creyentes de acuerdo al código de toda religión: por convicción. Si la Iglesia Católica tuviera fe en sus proclamas sobre la catolicidad de España, no pretendería imponer sus criterios morales en las leyes civiles. Sobre todo porque ningún ciudadano o ciudadana está obligado a utilizar preservativos, a divorciarse o a interrumpir su embarazo. Los gay que sean católicos pueden guardar abstinencia sexual y desde luego tienen capacidad para no acogerse a las leyes que les permiten celebrar matrimonio.

Por qué entonces la Iglesia pretende imponer sus creencias a quienes no son católicos o a quienes siéndolo renuncian a esa obediencia. Estamos presos de un círculo vicioso que determina que la realidad legal de los acuerdos con la Santa Sede indican un vínculo social con la Iglesia Católica de carácter excepcional. En consecuencia, en vez de agradecimiento por ese trato deferente lo que hay es afán de intromisión, en unos parámetros que no conocen en Europa.

Naturalmente que el conjunto de la Iglesia se opone a la interrupción del embarazo: la diferencia es que en España pretende que las leyes civiles lo prohíban.

El PP sigue la estela de estos postulados y no se atreve a romper ese enlace de subordinación con la Iglesia. El resultado es una sociedad semi confesional sólo porque ningún gobierno socialista se ha atrevido a cambiar las reglas de juego. En el fondo, electoralmente, al PSOE le interesa una iglesia entrometida y un PP confesional para pasar el rastrillo de los votos en un anticlericalismo de boquilla que en la realidad financia a la Iglesia para que pueda seguir influyendo en la sociedad civil. Un juego peligroso.



lunes, 12 de julio de 2010

OTROS GOLES

Koldo Aldai, en Eclesalia

Dicen los comentaristas deportivos que goleó con el corazón, con el alma de todo un país. ¿Quién movió el pie de Iniesta? ¿Solo, el propio delantero, o con el apoyo de los millones de españoles que corrían con él, que insuflaban al futbolista y a su equipo ánimo en su espíritu, fuerza en sus músculos, precisión en sus movimientos? Adquirimos una fuerza impresionante cuando juntos/as apostamos por metas colectivas.

¿Y si nuestros balones volaran más alto? ¿Y si colocáramos más arriba nuestras aspiraciones, nuestras porterías? Hemos de batirnos también en otros campos, sobre otras alfombras, ante otras redes… ¿Y si el sueño de “la roja” fuera más ancho? ¿Y si, tras haber logrado el mundial, ese desbordante caudal de energía colectiva nos siguiera acompañando tras otras metas? ¿Y si la verdadera batalla no fuera contra los de naranja? ¿Y si tuviera más que ver con mejoras globales, con dignificar y elevar la vida en todas sus manifestaciones?

El entusiasmo mantiene vivos a los pueblos, pero un campo de fútbol, por muchas cámaras que se le echen encima, es un espacio muy limitado. La palabra “entusiasmo” viene precisamente de “en-theos”, que significa “lleno de Dios”. Cuando somos “en theos” podemos cumplir imposibles. Vivimos un entusiasmo colectivo que nos ha proporcionado “una roja” campeona, pero dicen que en realidad ese Dios del coraje sin fondo está con nosotros en todos los “choques” que merecen la pena, en todos los desafíos nobles, por difíciles que se manifiesten.

El mundo no cambiará por más balones que se encajen en una u otra portería. Pero todo este “ensayo” del mundial nos ha servido para vivir la experiencia del entusiasmo colectivo. Sudáfrica fue sólo laboratorio. Ahora tocan otros tantos, ahora llegamos a las auténticas finales. Ahora toca gol al hambre, a la explotación, al armamentismo…, cabezazos de muerte a la violencia, a la división, al odio… Ahora toca el “A por ellos” de verdad…, a por la miseria, la enfermedad, el analfabetismo, la degradación de la Tierra… ¿Cuánto mundial aún por jugar? ¿Cuánto gol aún por marcar? El domingo por la noche, los españoles recibimos un hermoso regalo, pero todos merecemos un trozo de gloria, el gozo de constatar que nuestro equipo, por nombre Humanidad, también progresa. Todos somos seguidores de ese gran Club de 6.000 millones de socios. Medien o no brillantes patadas, todos merecemos alzar una copa de victoria.

La dignidad antecede a la gloria. Todos sin exclusión alguna la meritamos, dignidad de todos los niños de la tierra que bien de mañana cogen cuadernos y libros y marchan hacia una pizarra, la dignidad de todas las mujeres de todas las latitudes por fin respetadas y honradas; de todos trabajadores y trabajadoras recompensados con justicia en su tajo; la dignidad de todos los hogares con un pan en su mesa; la dignidad de todos los seres, de todos los pueblos por fin considerados, por fin libres… He ahí sólo algunos goles que nos aguardan.

Mantener el ardor colectivo nos permite atender otros retos. El Dios de la vida y el entusiasmo, el Dios de la fuerza y la bondad infinitas, “que los hombres distintos llamamos con distintos nombres” (Lanza de Vasto), siempre está con nosotros, cuando nuestros balones cobran altura y nuestras porterías también se elevan.

Reciclemos pues ese coraje grupal. Vayamos juntos a por otros goles. Vayamos a por una gloria que vista todos los colores, que campe en todas las geografías; una gloria que no se acabe en una orgía de cuestionable gusto en las céntrica fuentes de unas ciudades eventualmente dichosas; gloria que perdure, gloria eterna de todos los hombres y mujeres de la tierra compartiendo y cooperando, viviendo en auténtica paz, en genuina fraternidad.

Ficción de deporte y cerveza a granel, cuando la realidad permita todo el juego, cuando la explotación y el horror sean derrotados. Mientras tanto, no decaiga la ilusión, no nos abandone el entusiasmo. ¡Juntos podemos! Ese Dios sin nombre, ese Dios con todos los nombres, afina nuestro tiro ante las mentadas y urgentes porterías. Hay camisetas para todos. Sudemos batallas verdaderas, penaltys que harán historia. Saltemos juntos a la causa común, al campo ineludible, mañana puede ser demasiado tarde.



sábado, 10 de julio de 2010

LA EJEMPLARIDAD ESCANDALOSA

José María Castillo

La lectura de los evangelios resulta, a veces, desconcertante. Jesús les dijo a sus discípulos que él les había dado "ejemplo" (hypodeigma), "para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros" (Jn 13, 15). Y así fue efectivamente. Como los profetas han sido siempre "ejemplo" para los demás (Sant 5, 10). Nadie, pues, va a poner en duda que Jesús ha sido, y sigue siendo, uno de los grandes modelos en los que las personas de buena voluntad encuentran el ejemplo a seguir, para que esta vida resulte soportable, para que nuestro mundo (tan deshumanizado) se humanice, y para que entre los mortales se mantenga viva la esperanza.

Y sin embargo, insisto en que, según los mismos evangelios, esta ejemplaridad de Jesús nos resulta desconcertante. Porque no cabe en cabeza humana que el mismo Jesús, tan ejemplar y modélico, fuera a la vez un auténtico "escándalo" (skandalon), causa de caída o tropiezo que puede ser motivo de pérdida de la fe (H. Giesen). Y es que, por más extraño que resulte, los relatos evangélicos no dudan en atribuir el verbo "escandalizar" al propio Jesús (Mt 11, 6; 17, 27; 26, 31; Mc 14, 27; Jn 6, 61). De forma que no es ninguna exageración afirmar que Jesús, el que "pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo" (Hech 10, 38), vivió, habló y actuó de tal manera que, para algunas gentes, fue motivo de escándalo.

Pero no se trata sólo de esto. Lo más sorprendente, en todo este asunto, es que precisamente cuando el Evangelio presenta a Jesús haciendo el bien a los que sufren (Mt 11, 5), a renglón seguido el mismo Jesús añade: "Y ¡dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11, 6). ¿Qué relación puede tener la generosidad ejemplar del que alivia penas y sufrimientos con el escándalo de quien ve y palpa semejante generosidad? Por eso no se entiende que la misma noche, en que Jesús inicia su pasión, el propio Jesús llegara a decir que aquello sería motivo de "escándalo" para sus discípulos y amigos (Mt 26, 31; Mc 14, 27). Y todavía algo más fuerte: san Pablo llega a decir que el momento de la mayor ejemplaridad de Jesús, su crucifixión, exactamente ese acontecimiento fue el mayor escándalo, "el escándalo de la cruz" (Gal 5, 11; cf. 1 Cor 1, 23).

El cristianismo, desde su mismo origen, está vinculado a la "ejemplaridad" y al "escándalo". Ambas cosas a la vez y seguramente de forma inseparable. Por eso no nos tendría que sorprender que la Iglesia y los cristianos, por más que vayamos por la vida haciendo el bien, seamos, para no pocas personas, motivo de escándalo. La cosa es así. Y lo ha sido siempre. Los autores cristianos de los primeros siglos decían que la Iglesia es la casta meretrix, la "ejemplar prostituta". Así la definieron santos de la categoría de Ambrosio, Agustín, Jerónimo.... Pero es claro, lo que hay que preguntarse es si la Iglesia y los cristianos pasamos por el mundo dando el "ejemplo" que dio Jesús; y causando el "escándalo" que él causó. No otro ejemplo. Ni otro escándalo. Es evidente que - por poner un ejemplo - Mons. Romero fue (y para algunos sigue siendo) "ejemplo" y "escándalo". Fue asesinado por defender la vida y la paz. Pero el hecho es que el mismo obispo, al que los pobres llaman "san Romero de América", otros lo siguen viendo como un "perturbado" (sic), un "rojo", un hombre de dudosa conducta que se metió en política de mala manera.

Sin duda, la vida entraña una profunda y hasta misteriosa ambigüedad. Pero lo más seguro es que, dada esa inevitable ambigüedad, todos "interpretamos" la realidad (sea cual sea esa realidad) a través del filtro (la "rejilla hermenéutica", dicen los filósofos) que nos ponen, y nos imponen, nuestros propios y personales intereses. Los intereses "rectores del conocimiento" (J. Habermas). Y así desembocamos en el asunto capital: ¿desde qué "intereses" vemos la realidad, interpretamos las cosas, y nos hacemos nuestros juicios o sacamos nuestras conclusiones? Todos nos tenemos que preguntar cómo y por qué vemos como escándalo lo que otros ven como ejemplo.




viernes, 9 de julio de 2010

LA IGLESIA TODAVÍA ARRASTRA INERCIAS NACIONALCATÓLICAS Y NO HA RENUNCIADO AL ANSIA DE PODER

Paco Cerdá 
¿Cómo interpreta lo que ocurrió el sábado en la catedral?
Sólo lo interpreto de una forma: la Iglesia oficial y jerárquica quiere tener relaciones de buena amistad con el Consell, y cualquier cosa que moleste a esa voluntad es descalificada. Antes del sábado se había publicitado mi nombre como párroco elegido por las víctimas del metro para oficiar la eucaristía. Ellos no sabían qué iba a decir, pero sí eran conscientes de que aquello que podía decir rompía la neutralidad de la Iglesia. Pero es que la Iglesia no ha de ser neutral. Ha de estar de parte de las víctimas.

Usted pedía en la homilía vetada "una Iglesia más humilde, más cristiana y más valiente". Ha fallado en esta ocasión ese modelo?
En efecto. La Iglesia ha de ser más humilde porque no ha de administrar poder, sino que ha de ejercer de comunidad de servicio para los excluidos de la sociedad y lanzar un mensaje de salvación a todo el mundo. Sin embargo, la Iglesia actual todavía arrastra unas inercias que proceden del nacionalcatolicismo y no ha renunciado al poder, como pedía Jesucristo. Todos agradeceríamos más esfuerzos de la jerarquía católica para liberarse de ese condicionamiento que es el poder o el ansia de poder.

Volviendo al sábado, ¿se disculparon con usted?
No, no, no. La forma no fue nada elegante. Yo acudí a la catedral veinte minutos antes de la misa. Vi a Alfredo Chilet [canónigo y delegado de servicios pastorales de la Seo], lo saludé y le dije que iba a hacer la misa de las seis. Entonces me dijo que no, que la misa la hacía él.

¿Sin más?
Bueno, me explicó que el cabildo catedralicio había decidido que la misa la oficiara un canónigo. Y que si yo quería, podía concelebrar la eucaristía con élÉ pero sin decir nada. Si realmente la catedral tenía voluntad de dar empaque a la misa con la presencia de un canónigo, se lo hubiera tenido que decir a las víctimas, que me habían elegido, y a mí mismo, con antelación. Por educación.

¿Se quedó a la misa?
No. Enseguida interpreté el hecho como un gesto de exclusión y descalificación hacia mi persona, y no quise avalarlo con mi presencia en la catedral.

¿Lo entendió como un veto?
Efectivamente.

Su sermón arremetía contra la manipulación que los poderosos hacen de las víctimas. ¿Cree que aquí el poder religioso ha querido manipular a las víctimas respecto al contenido de la homilía?
El pecado de la Iglesia es no separarse claramente del poder político. Cualquier cosa que cree relaciones tensas o ruptura con el poder, las evita. Y así lo buscó apartándome a mí de la eucaristía.

También pedía que se removiera "la piedra del silencio para saber el porqué de todo". Ésa era una crítica al poder político?
Estar a favor de las víctimas implica también defender su causa. Y según ellos, una cuestión pendiente es que se diga claramente qué ocurrió y por qué. Hay un silencio que se hace evidente con la negativa a recibir a las víctimas.

¿Y qué le parece, desde un punto de vista cristiano, que Camps no haya recibido a las víctimas?
Es de mucha crueldad. Hay que dar la cara y asumir las consecuencias políticas, especialmente con aquellos que sufren. Es de cristianos reconocer los errores, pedir perdón y acompañar a las víctimas. No hacerlo es incomprensible. Algo esconden

Su adhesión a las demandas de las víctimas no es tan clara en la jerarquía católica. ¿Qué le pide a Osoro en esta materia?
Que se acerque a las víctimas. Que haga signos visibles de acompañamiento para mitigar la frialdad que recibieron del anterior obispo.

¿Le ha decepcionado su veto en la nueva era arzobispal?
Yo no sé quién ha ordenado el veto. No está claro que haya sido el arzobispo, porque el poder administrativo en la catedral es muy particular. De hecho, no creo que lo haya hecho el obispo. Pero, como le hemos pedido por carta, sí que querríamos una explicación.

Muy pocas veces se oye hablar así a un cura. ¿Hay muy pocos con este pensamiento o están escondidos?
La Iglesia popular se mueve en ámbitos distintos a los de la jerarquía y no busca notoriedad. Es decir: no montamos un altar o ponemos una cruz donde está la gente, sino que estamos confundidos entre la gente y luchando junto a ella donde se nos necesita: el mundo de la marginación, la exclusión social, la inmigración

¿Qué tres consejos le daría a Carlos Osoro?
¿Sólo tres? Primero, que solucione el problema de la lengua. El "sí, pero no" en esta cuestión es inadmisible. Los católicos valencianos tenemos derecho a relacionarnos litúrgicamente con Dios en valenciano. Segundo, que escoja claramente la opción de dar servicio a los excluidos sociales. Y por último, que sepa ilusionar al clero valenciano, actualmente desanimado, para que transmita ilusión, esperanza y fuerza.

martes, 6 de julio de 2010

LA REFORMA DEL PAPADO

José María Castillo

Con ocasión de la festividad de San Pedro y San Pablo, parece pertinente decir algo sobre la reforma del papado. Porque estoy convencido de que ese asunto es uno de los problemas más urgentes que tiene que afrontar la Iglesia católica. Y, entre los problemas urgentes, el más grave de todos.

La Iglesia católica está organizada jurídicamente de tal manera que todo el ejercicio de la autoridad y el poder está concentrado en un solo hombre, el papa (CIC, cc. 331; 333, párrafo 3; 1404; 1372). Además, según la Ley Fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano, art. 1º, el Romano Pontífice posee en plenitud los tres poderes del Estado, el legislativo, el judicial y el ejecutivo. Como bien saben los teólgos, estas características del papado no pertenecen a la fe de la Iglesia.

Es de fe que el obispo de Roma, sucesor de Pedro, es cabeza del colegio episcopal. Pero ese dato de la fe católica, se puede concretar y llevar a la práctica de muchas maneras. La forma actual del papado es una de esas posibles maneras de ejercerlo. Pero no es la única. Ni que el papado tenga que ejercerse, como se ejerce ahota, es una cuestión indiscutible. Por supuesto, que es discutible. Y, por tanto, mejorable. Entre otras razones, porque, tal como se ejerce en la actualidad, es un cargo que entraña una serie de inconvenientes que, si la cosa se piensa desapasionadamente, no resulta fácil entender por qué se mantiene tal como está.

No es posible analizar detenidamente este complejo asunto en esta breve reflexión. Por eso, de momento al menos, me limito a hacer algunas propuestas concretas, que los católicos deberíamos pensar, discutir, y sosegadamente proponer soluciones a ellas.

Concretamente: 1) La elección del papa debería hacerse de otra forma: no tiene por qué ser designado por los cardenales, sino que la elección la podrían hacer mejor los obispos de todo el mundo, por medio de las Conferencias Episcopales. Sería eso la mejor manifestación de la “colegialidad episcopal”, de la que habló el concilio Vaticano II.

2) El papado no debería ser un cargo vitalicio. Sería muy conveniente que el obispo de Roma ( y todos los obisposde la Iglesia) fueran designados por un tiempo limitado, por ejemplo seis años. En contra de esta posible decisión no se puede invocar la teología del “carácter” sacramental. Entre otras razones, porque en el concilio de Trento se afirmó la existencia del “carácter”, pero no se definió la naturaleza del “carácter”. Y por eso hay diversas teorías teológicas al respecto, todas ellas respetables. Por otra parte, el final de los papas (cuando están o muy enfermos o muy ancianos) suele ser penoso y lleva consigo que el cargo esté prácticamente vacío durante tiempo.

3) La Curia Vaticana tiene que ser reformada a fondo. Pero está visto que el papa, por sí solo, no puede llevar a cabo tal reforma. Pablo VI, obedeiciendo al concilio Vaticano II, intentó hacer esa reforma. Y fracasó. Por eso, tendrían que ser las Conferencias Episcopales las que, de acuerdo con el papa, hicieran una reforma profunda, reorganizando la composición de la Curia, la designación de sus miembros y las competencias de cada cual.

De momento, yo me daría por satisfecho si se acometieran estas tres cuestiones. Y, una vez dado ese paso, habría que avanzar en la dirección de descentralizar el ejercicio del poder papal, dando más participación en el gobierno de la Iglesia a los laicos. Lo que llevaría consigo superar un obstáculo muy fuerte que existe actualmente: la enorme ditancia, el asombroso alejamiento, que existe entre el papado (y el episcopado) y la casi totalidad de la sociedad. El papa y los obispos son “noticia”, pero no suelen ser “comunión” con lo que piensa, desea y necesita la enorme mayoría de la población, en cada país y en el mundo entero.

Es urgente que los católicos nos pongamos a pensar en estas cosas. De no asumir esta responsabilidad, seguirán adelante los “servicios religiosos” que la gente “consume” en las igllesias. Lo que no sé si se mantendrá, por mucho tiempo, es la vitalidad de la fe en Jesucristo y la presencia de la luz del Evangelio en este mundo tan confuso y complicado. Un con un futuro tan inimaginable, incluso corto y medio plazo, que me da mucho que pensar ver a los niños pequeños. Cuando estas criaturas tengan cuarenta o cincuencta años, ¿cómo podrán vivir? ¿qué sociedad les espera? A la velocidad que van las cosas, nadie se sabe lo que se van a encontrar. Entre otras cosas, si se van a encontrar con la Iglesia de Jesucristo o con un curioso museo de antigüedades