sábado, 31 de octubre de 2009

FORO SOCIAL TEMÁTICO ESPAÑOL




Fernando Moreno Bernal
Con la manifestación en Defensa de la Madre Tierra y contra la Mercantilización de la Vida por el centro de Sevilla concluyó el Foro Social Temático Español de Espiritualidades y Éticas para otro mundo mejor que se desarrolló entre el 10 y el 12 de octubre. Con 1.200 participantes, 112 talleres impartidos, 20 espacios de interiorización, conferencias, conciertos, mesas redondas, y un largo etc. los objetivos de los organizadores se han visto sobrepasados. Lo más positivo ha sido la alegría, el entusiasmo y la vivencia compartida de participar en el renacer de un nuevo mundo de justicia y solidaridad basado en la red de 104 organizaciones co-organizadoras y colaboradoras que se construye en la sociedad civil a través de este Foro Social, y en los valores sobre los que poder construirlo, el Poder de su identidad.
2009, el año de los cambios e indecisiones, tiene ya visible la respuesta que intentan ofrecer los que quieren recuperar de su agonía al sistema capitalista ganando tiempo con las reuniones del G-20 y medidas neoliberales disfrazadas, y apoyándose en los organismos antidemocráticos de siempre; y, por otro lado, la visión, los conceptos y métodos para construir el mundo desde la propia sociedad civil que necesita la humanidad en este comienzo del S. XXI. Nuestro “Grito de rebeldía” se ha transformado en nuestro “Poder transformador del Amor” a toda la humanidad, condición imprescindible para toda revolución como decía Che Guevara; y en donde acusamos, denunciamos y nos sublevamos contra los principios y valores que sustentan el actual sistema capitalista.
La izquierda política a través de sus partidos fue derrotada a lo largo de los noventa al asumir acríticamente los valores neoliberales con el pretexto de la imperiosa adaptación a las condiciones de la globalización dirigida por el capital financiero y las transnacionales. La derrota vino desde su interior al propagarse, como si de un cáncer se tratara, la contrarrevolución ideológica y cultural que suponía, haciéndole atacar las propias bases en la que radicaba su poder: sus bases sociales, sus valores de solidaridad e igualdad, y su concepción del Estado del Bienestar como redistribuidor y garante de la cohesión social. Su actitud de atacarse a sí misma le ha llevado a enajenarse de su electorado natural, a perder el objetivo a medio y largo plazo de su proyecto y, con ello, su propia identidad, la que permite ilusionar en torno a una meta siempre ideal y utópica que dirigiéndose a las emociones y sentimientos arrastra a la acción, a la ilusión necesaria para ponernos en marcha y seguir caminando. Y es arrastrada por la paradoja actual en la que sufrimos la mayor crisis del sistema pero es la derecha la que se impone en los procesos electorales en Francia, Italia, Alemania y Gran Bretaña. La izquierda política tradicional ya no tiene ni conceptos, ni métodos, ni visión para entender el mundo y actuar.
El Foro Social T. E. 2009 asumiendo la portavocía de la humanidad si. Nos hemos cuestionado qué hacer ante la crisis global neoliberal. La respuesta ha sido la indignación, la denuncia y levantar la bandera de la ciudadanía universal para un mundo donde lo que nos une es mucho más poderosos que lo que nos divide, separa y enfrenta; un mundo donde hay recursos para satisfacer las necesidades de toda la humanidad, pero que carece de los que necesita la avaricia e irracionalidad de unos pocos; de un mundo que está sufriendo las mayores calamidades por la desregulación de unos mercados financieros que los hace crecer anormalmente estrangulando a la economía real y haciendo fluir la riqueza a manos de esos mismos pocos; un mundo donde se arrebata la libertad y la democracia promoviendo el miedo masivo y la desconfianza al otro cuando es en los otros donde nos reconocemos y crecemos en nuestra propia identidad como hemos podido comprobar en los diferentes talleres de diálogo intercultural e interreligioso desarrollados, y es en el desarrollo de la democracia permitiendo la participación en la determinación de nuestro propio futuro donde se encuentra la clave de la felicidad humana; un mundo gobernado desde la tiranía, la ilegitimidad y la opacidad que se enfrenta a crisis globales que nos arrastra a reorganizarnos como condición imprescindible para poder superarlas exigiendo de nosotros mismos perseverancia, esfuerzo y valor asumiendo que nuestros valores y forma de vida son parte del problema para podernos convertir en parte de la solución. Necesitamos una profunda revolución ética y moral para poder transformar la actual crisis sistémica y civilizatoria del sistema capitalista en la mayor transformación que haya visto nunca la humanidad en su historia. Revolución necesaria para encontrar la visión compartida por toda la humanidad que nos una; que nos de el por qué que da sentido y es condición para transformar el mundo.
Para que los milagros se produzcan hace falta tener fe. Entendida como la confianza ciega, casi irracional en que todo va a salir bien. Si alguna autocrítica tengo que hacernos como corresponsable de la organización del FSTE2009 es que tal vez nos faltó un poco más de fe. La misión fundamental de este Foro Social ha sido la de sembrar en las mentes y los corazones de las personas que hay esperanza, que hay respuesta, que tenemos el poder de hacerlas realidad, de crear otro mundo de paz, justicia y solidaridad antes de los tiempos muy difíciles que se avecinan en 2010, el año de las soledades y angustias, de la inestabilidad de los procesos, y en el 2011, el año del cansancio y agotamiento de fuerzas.
Cuando al final queríamos tenerlo todo controlado manifestábamos nuestro miedo a que algo saliera mal. Y el miedo es lo contrario de la esperanza. Con él creábamos la posibilidad real de su materialización. Este ansia de control nos impidió desarrollar durante el mes de septiembre una amplia campaña de difusión en toda Andalucía que sirviera de antesala a un Foro Social que ya sería imposible de ocultar en los medios de comunicación de masas, y producir diversos documentales del desarrollo del propio Foro Social que permitieran ahora una amplia difusión del mismo. Mantengo, sin embargo, mi fe en el mismo y en que su fruto florezca en su momento. Como dijo Esteban Velásquez en la clausura sus resultados ya están en el viento y este lo esparcirá por todas partes.
Los documentos que crean la identidad y la red de redes que surgen de los Foros Sociales otorgando organicidad social a la humanidad son las dos caras de una misma moneda. Se alimentan y retroalimentan mutuamente. No se pueden contraponer la una a la otra por que no pueden desarrollarse la una sin la otra. La visión y el por qué que da sentido mueve a las personas a participar e implicarse creativamente en los procesos, y, a su vez, esta participación da luz y acrecienta la visión y los motivos. Este FSTE2009 será recordado porque ha avanzado en la recuperación de la identidad y la organicidad social de la humanidad levantando la bandera de la ciudadanía universal.


jueves, 29 de octubre de 2009

MÁS SOBRE SEXUALIDAD Y CELIBATO

José Arregi
Hola, amigos, amigas: ¡Que tengáis Paz en el corazón y en el cuerpo!
A la vuelta de mis reflexiones sobre el celibato de Jesús, me ha llegado de todo: mensajes de gratitud, testimonios de desengaño, palabras de desazón y de pena, e incluso de dolor. Era de esperar, ¿no?

Dejemos a Jesús con su corazón lleno de belleza y de secretos, y volvamos a nuestra vida, de la que Jesús sigue enamorado. Volvamos a este pobre corazón-cuerpo nuestro necesitado de amar y de ser amado. No sabemos muy bien lo que somos, pero somos corazón sexuado y cuerpo sexuado. Somos corazón y cuerpo rebosante de deseos y de miedos, de placeres y carencias. ¿Qué otra cosa es nuestra sexualidad? Nuestra sexualidad, en cada célula física y en cada chispa espiritual, nos hace experimentar cada día la maravilla que somos y la contradicción que nos lacera, lo inacabados que estamos.
No sólo estamos inacabados -y espero que algún día, gracias a la evolución, la ciencia y la espiritualidad, esta especie animal maravillosa e indigente que somos llegue a ser más generosa y armónica, más buena y feliz-… Nuestro ser sexuado no sólo está inacabado, sino que además está lastrado, marcado, herido, por una larga historia de miedos, tabúes, prejuicios, condenas y sentimientos de culpa. Y no son las religiones las que han creado esa dolorosa herencia histórica, pero las religiones la han justificado, agravado y perpetuado.
El caso del cristianismo merece una mención especial debido a su influencia histórica: en el cristianismo -debido precisamente a su enorme vitalidad, elasticidad y capacidad de expansión y de absorción- confluyeron un sinfín de filosofías y religiones, y confluyeron también muchas corrientes hostiles al cuerpo: orfismo, platonismo, maniqueísmo, estoicismo… Sin duda, la “gran Iglesia” evitó los extremos -por ejemplo el “encratismo”, que condenaba el matrimonio al igual que el vino, y se apañaban para celebrar la eucaristía sólo con pan y agua, pero no sé cómo se apañaban para amar y para celebrar la vida sin cuerpo y sin eros-; evitó, sí, los extremos, pero no dejó de infiltrar hasta la médula de la conciencia occidental la culpa ligada al sexo. Yo me acuerdo de la angustia que me invadió a mis 16 años en el noviciado, cuando me enteré de que en el sexto mandamiento (”No cometerás actos impuros”) no había “parvedad de materia”, es decir, que todo “pecado” contra el sexto (un leve pensamiento, una imagen pasajera, un fugaz deseo), todo era “pecado mortal”. Ya corría, sin embargo, el año 69… Seis o siete años después, pregunté a uno de mis mejores profesores franciscanos de teología por qué eso era así, por qué en el sexto mandamiento todo era pecado mortal, y me lo justificó, y yo no lo entendí, pero no me atreví a contradecirle y lo seguí padeciendo.
¡Oh Dios mío, Dios del Eros y del Amor que todo lo mueve, todo lo atrae, todo lo transforma! ¿Es la relación sexual y todo lo que la rodea y constituye, desde la primera mirada hasta el orgasmo final, algo pecaminoso fuera del matrimonio heterosexual canónico? Contádselo al estambre y al estilo en la corola de un nardo, lleno de polen y de néctar. Contádselo a las abejas en su vuelo nupcial. Contádselo a los cisnes blancos con sus interminables cortejos en medio de un lago. Contádselo a los ciervos con sus juegos amorosos en la espesura. O contádselo a los innumerables gays de todas las especies animales, a las ligeras libélulas gays, a los halcones peregrinos gays, a los simpáticos pingüinos gays, a los inteligentes delfines gays, a las esbeltas jirafas gays, a los muy masculinos elefantes gays… Dios juega y ama en ellos, por nada, para nada, para disfrutar. (Por lo demás, moralistas y canonistas del mundo, ¿os dais cuenta de que el conocimiento de la naturaleza tan espiritual e inventiva ha echado por tierra vuestro viejo argumento aristotélico de la “ley natural”?). O contádselo, sin ir más lejos, a nuestros jóvenes de hoy que, desde los 15 años, ya conocen las delicias -y también, ¡oh!, las penalidades, tantas penalidades…- de la relación sexual en todas sus formas. ¿Los veis acaso peores que nosotros, los mayorcitos casados o célibes? ¿Los veis peores que los buenos cristianos que llegaban vírgenes al matrimonio, cuando estaba prohibido el besarse en la boca y apenas se atrevían a darse las manos (porque, ya se sabe, en esas cosas como en otras, todo es empezar, y más vale tomar precauciones). No, no son peores nuestros jóvenes. Simplemente ha cambiado su mirada y su valoración de la sexualidad y de la relación sexual.
Y, justamente, es imposible hablar hoy de la sexualidad y del celibato sin tener en cuenta este cambio cultural profundo. ¿Qué cambio? La relación sexual se ha desligado de la reproducción; ya no hace falta la relación sexual para la reproducción, ya no es necesaria la reproducción para las relaciones sexuales. Un cambio decisivo. Y otros cambios culturales más o menos directamente relacionados con ese primero. Por ejemplo: la convicción fundada de que el placer sexual es bueno de por sí, siempre y cuando uno no se haga daño a sí mismo, ni haga daño a la otra persona, ni haga daño a una tercera persona; tan bueno como el placer de comer una sabrosa manzana, como el placer de beber un buen vino, y mucho más aún. O el cambio radical que supone el retraso de la edad en que se casan nuestros jóvenes porque no pueden acceder a tener una casa hasta los 30 años… O la distinción entre identidad sexual e identidad de género.
La naturaleza y la cultura, si es que aún tiene algún sentido esta distinción, nos invitan apremiantemente a cambiar nuestra perspectiva teológica sobre la sexualidad y todas sus manifestaciones. El cuerpo es espíritu, el espíritu es cuerpo, y Dios vive y disfruta en el placer de los cuerpos y de las almas. Dios disfruta y Dios padece, pues es bien patente que la relación sexual no es solamente el paraíso del placer, sino también casi siempre un pequeño infierno de deseos frustrados, de conflictos de compatibilidad, de complicados complejos, de celos y rivalidades. Y a veces, un gran infierno. Y entonces Dios padece, pero nunca dice: “¡Ahí tenéis el precio de vuestro pecado!”. Sino que siempre dice: “¡Disfrutad la vida, y liberadla de lo que os hace sufrir y de hacer sufrir!”.
¿Y el celibato entonces? En realidad, era de esto de lo que quería hablar, pero ya me he extendido demasiado. ¿Tiene entonces sentido el celibato? Claro que lo tiene, si se vive bien. Como tiene sentido el privarse de beber un buen vino cuando uno tiene una razón válida para ello, y razones puede haber muchas: o que no le gusta el vino, o que le gusta pero le sienta mal, o simplemente que prefiere guardarlo para alguien… En ningún caso debería decir que abstenerse de vino sea mejor que beberlo. Tal vez es un ejemplo demasiado banal, pero tal vez no lo sea tanto. En efecto, es indudable que, en los orígenes mismos de la teología del celibato, subyace la convicción de que es mejor la continencia que la relación sexual. Al igual que en el origen del voto de obediencia está la convicción de que es mejor obedecer al superior que optar de manera responsable. Hoy ya no nos sentimos culpables si alguna vez, cuando nos parece que la responsabilidad así lo demanda, obramos en contra de la voluntad del superior. Pero seguiríamos sintiendo culpables si rompiéramos el voto del celibato, aunque de ello no se derivara ningún daño para nadie. Y algo chirría ahí. Ahí sigue chirriando nuestra teología del cuerpo y de la sexualidad. Ahí sigue chirriando nuestra teología del celibato. ¿Qué tal si, como hizo hace años O’Murchu -y ya ha tenido que purgar por ello- redefiniéramos el voto de castidad/virginidad/celibato como “voto de compañerismo”?
Amigo, amiga: sé compañero, sé compañera. ¡El Amor te desea! Lo sepas o no, también tú deseas al Amor. Vive y ama en paz.
José Arregi
    Para orar (Un poema de amor, pues Dios es Eros y Ágape))
    “Dondequiera que estés,
    sea cual sea tu condición y hagas lo que hagas,
    sé siempre un buen amante”.
    El movimiento de las olas,
    día y noche, viene del mar,
    tú ves las olas, pero, ¡qué extraño!
    no ves el mar.
    Cada momento se precipita hacia nosotros desde todas partes
    la convocatoria del Amor.
    ¿Quieres venir con nosotros?
    No es momento para quedarse en casa,
    sino para salir y entregarse al jardín…
    Ven,
    Te diré en secreto
    adónde lleva esta danza.
    Mira como las partículas del aire
    y los granos de arena del desierto
    giran sin norte.
    Cada átomo
    feliz o miserable,
    gira enamorado
    en torno del sol.
    Una persona no está enamorada
    si el amor no ilumina su Alma.
    No es un amante
    si no gira como las estrellas alrededor de la luna.
    Excepto el amor intenso, excepto el amor,
    no tengo otro trabajo;
    Salvo el amor tierno, salvo el amor tierno,
    no siembro otra semilla.
    Todo he paladeado. Nada hallé mejor que Tú.
    Cuando me zambullí en el mar, no hallé perla como Tú.
    Los pájaros dibujan grandes círculos en el cielo
    con su libertad.
    ¿Cómo lo aprendieron?
    Ellos caen, y mientras caen
    les dan alas.
    La Belleza del corazón
    es la belleza duradera:
    sus labios brindan
    el agua de vida para beber.
    Verdadera es el agua,
    quien la vierte,
    y quien la bebe.
    Estamos chocando unos con otros como barcos:
    nuestros ojos están a oscuras, aunque el agua esté clara.
    Dormidos en el bote del cuerpo, flotamos
    ajenos al Agua del agua.
    El agua tiene un Agua que la conduce;
    el espíritu tiene un Espíritu que lo llama.
    Cuando la belleza mora en los oscuros vallecitos de la noche
    el Amor viene y encuentra un corazón
    enredado en los cabellos.
    La Belleza y el Amor son cuerpo y alma.
    La Belleza es la mina, el Amor, el diamante.
    Juntos han estado
    desde el principio de los tiempos,
    lado a lado, paso a paso.
    La manera en que la noche se conoce con la luna,
    sé eso conmigo. Sé la rosa
    más cercana a la espina que soy .
    (J. Rumi, poeta místico persa del s. XIII)

lunes, 26 de octubre de 2009

MONSEÑOR ROMERO Y TÚ


Carta a Ellacuría


JON SOBRINO
Querido Ellacu: Este año es el veinte aniversario de vuestro martirio y pronto llegará el treinta de Monseñor Romero. Nos toca hablar de ustedes con frecuencia, con especial responsabilidad, y también con algún escrúpulo. Ustedes, los jesuitas, son mártires bien conocidos, pero Julia Elba y Celina no tanto. Y sin embargo ellas son el símbolo de centenares de millones de hombres y mujeres que han muerto y mueren inocente e indefensamente aquí, en el Congo, en Palestina, en Afganistán, sin que nadie les haga mucho caso.
Prácticamente no existen ni en vida ni en muerte para las sociedades de abundancia. Y tampoco la institución Iglesia sabe qué hacer con tantas gentes que han muerto asesinadas. Si difícil es que canonicen a un mártir de la justicia como Monseñor Romero, mucho más lo es que canonicen a esos hombres y mujeres que han vivido y han muerto en pobreza y opresión. Y sin embargo, muchas veces te oí decir que son “los preferidos de Dios”.
Debería escribirte, pues, sobre Julia Elba y Celina, pero conozco poco de ellas. De Julia Elba sé que pasó trabajando toda su vida en las cortas, en la cocina. Y todo ello desde que tenía 10 años. No sé mucho más de ella. Sí me he preguntado “quién es más mártir, Ellacuría o Julia Elba”, y sería terrible que los mártires jesuitas hiciesen olvidar a esas dos mujeres que murieron asesinadas a 50 metros del jardín de rosas. Estos días he escrito que “Ellacuría no vivió ni murió para que el esplendor de su figura opacase el rostro de Julia Elba”. Ellacu, éste es el escrúpulo.
Pero Julia Elba y muchas mujeres salvadoreñas como ella, me perdonarán, quizás hasta se alegrarán, de que en esta carta te hable sobre nuestro Monseñor, pues no tienen celos de una persona muy querida. Y la he titulado: “Monseñor Romero y tú”. Mi intención es ayudar a las nuevas generaciones, a quienes no les sobra orientación cristiana y salvadoreña. Que sepan que una vez hubo un país y una Iglesia extraordinaria: la de Monseñor Romero. Y tú eres un mistagogo de lujo para introducirnos en su persona. Por ello, voy a recordar cómo se llevaron ustedes dos.
La gente sabe que los dos fueron elocuentes profetas y mártires. Pero me gusta recordar otra semejanza importante sobre cómo empezaron. Los dos recibieron una antorcha cristiana y salvadoreña, y sin discernimiento alguno hicieron la opción fundamental de mantenerla ardiendo. Monseñor la recibió de Rutilio Grande la noche que lo mataron. Y muerto Monseñor la retomaste tú. Es cierto que ya habías empezado antes, pero tras su asesinato tu voz se hizo más poderosa y comenzó a sonar más como la de Monseñor. A una señora le oí decir en la UCA: “desde que mataron a Monseñor, en el país nadie ha hablado como el P. Ellacuría”.
Lo que me interesa recordar y recalcar es que en El Salvador existió una tradición magnífica: la entrega y el amor a los pobres, el enfrentamiento con los opresores, la firmeza en el conflicto, la esperanza y la utopía que pasaban de mano en mano. Y en esa tradición resplandecía el Jesús del evangelio y el misterio de su Dios. No podemos dilapidar esa herencia, y debemos hacerla llegar a los jóvenes.
Los comienzos de tu relación con Monseñor Romero no fueron positivos. Al comienzo de los setenta, tú ya eras conocido como peligroso jesuita de izquierdas por tu defensa de la reforma agraria, el apoyo a la huelga de los maestros de ANDES y el análisis del fraude electoral de 1972. Pero con tu libro “Teología Política” de 1973 empezaste a tocar temas más explícitamente cristianos: salvación e historia, el mesianismo de Jesús, la misión de la Iglesia, violencia y política… Y aunque en el país no se hablaba todavía de teología de la liberación -y de cuán peligrosos eran sus defensores- los obispos se asustaron del Ellacuría teólogo que emergía con fuerza. Y le tocó a Monseñor Romero escribir una crítica de siete páginas sobre tu libro. Lo hizo en tono serio y educado, a diferencia de la crítica que llegó de un teólogo de una curia romana, llamado Garofallo. El primer encuentro entre ustedes fue un encontronazo.
Las cosas siguieron su curso. Tú con ciencia y profecía, y a veces con humor e ironía. En una pequeña revista de la UCA escribiste un breve artículo con este título: “un obispo disfrazado de militar y un nuncio disfrazado de diplomático” -los de mi generación sabrán a qué jerarcas te referías. No era tu estilo, pero sí tu convicción.
Así llegó 1976. Monseñor Luis Chávez y González, benemérito y buen amigo, después de 38 años dejaba la responsabilidad de la arquidiócesis. En ECA nos reunimos para escribir un editorial sobre tema tan importante: “quién será el nuevo arzobispo”. Apoyamos a Monseñor Rivera y nos distanciamos críticamente del que sonaba como posible candidato: el obispo Oscar Arnulfo Romero. La elección, por cierto, le salió mal al Vaticano, y más tarde escribirías que “a Monseñor Romero no se le eligió para que fuera a ser lo que fue; se le eligió casi para lo contrario”.
Llegó la conversión de Monseñor y un hondo cambio en tu relación con él. Cuando en marzo de 1977 mataron a Rutilio, tú estabas en España, y desde Madrid el 9 de abril le escribiste una carta, que llegó a mis manos por casualidad muchos años después. La publicamos en Carta a las Iglesias marzo 2006.
“Tengo que expresarle, desde mi modesta condición de cristiano y sacerdote de su arquidiócesis, que me siento orgulloso de su actuación como pastor. Desde este lejano exilio quiero mostrarle mi admiración y respeto, porque he visto en la acción de Vd. el dedo de Dios. No puedo negar que su comportamiento ha superado todas mis expectativas y esto me ha producido una profunda alegría, que quiero comunicársela en este sábado de gloria”.
Ellacu, esta carta es uno de tus textos más bellos. Le hablas a Monseñor con total verdad, y te muestras a ti mismo en facetas desconocidas para quienes sólo te han conocido como profesor y rector. Después del asesinato de Rutilio le agradeces “su valentía y prudencia evangélicas frente a claras cobardías y prudencias mundanas”, el acierto de “oír a todos, pero decidiendo lo que parecía a ojos prudentes lo más arriesgado”. Te referías a la misa única, la supresión de las actividades en los colegios católicos, la promesa de Monseñor de no asistir a ningún acto oficial… Le felicitas: “usted ha hecho Iglesia y ha hecho unidad en la Iglesia”; la mayoría del clero, religiosos y religiosas se aglutinaron alrededor de Monseñor. Y se lo vuelves a desear al final: “si logra mantener la unidad de su presbiterio mediante su máxima fidelidad al evangelio de Jesús, todo será posible”.
En la carta aparece la dialéctica evangélica e ignaciana, recurrente en ti: usted “lo ha logrado no por los caminos del halago o del disimulo sino por el camino del evangelio: siendo fiel a él y siendo valiente con él”. “No ha podido entrar usted con mejor pie a hacer Iglesia”. Yo también escribí que, aunque parecía que todo empezaba muy mal para Monseñor, toda empezaba muy bien. Y firmaste: “Este miembro de la arquidiócesis, que ahora se ve alejado contra toda su voluntad”.
Cuando regresaste en 1978 te pusiste, con entrega y devoción, al servicio de Monseñor. Escribiste para la YSAX, la radio del arzobispado, una larga serie de comentarios a su tercera carta pastoral, “La Iglesia y las organizaciones políticas populares”. Le ayudaste a redactar la parte central sobre las idolatrías en la cuarta carta pastoral, “La Iglesia en la actual situación del país”. En sus últimas semanas estuviste con él en la conferencia de prensa después de la homilía dominical, y te daba la palabra cuando le preguntaban sobre la situación política. Con él estuviste la víspera de su asesinato, después de aquella homilía irrepetible: “En nombre de Dios, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”. Y en el funeral cargaste el féretro. Se te ve en la foto con Walter Guerra, Jesús Delgado y Juan Spain.
Lo que hiciste por Monseñor no fue simplemente uno más de tus muchos servicios al país. Tampoco lo pensaste como servicio estratégico, dada la inmensa influencia de Monseñor. Monseñor Romero llegó a ser para ti alguien muy especial, distinto a como lo había sido Rahner o Zubiri. Se metió dentro de ti, y tocó tus fibras más hondas. Esa sensación la tuve desde el principio. Y se me quedó grabada para siempre en tu homilía en la misa de funeral que tuvimos en la UCA. En ella dijiste: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”.
Muchas veces he citado estas palabras, Ellacu. Son muy tuyas por la precisión del lenguaje y por el peso del concepto. Conociéndote, estabas diciendo verdad. Y una verdad teo-logal: por este El Salvador, masacrado y esperanzado,, taimado y valiente, cruel y generoso, se sintió el paso del misterio. El paso de Dios. Por eso Monseñor Romero se convirtió para ti en referente de Dios, y en principio y fundamento de tu teología. Lo voy a recordar brevemente.
Comencemos con la eclesio-logía. El “pueblo de Dios” no era un tema cualquiera, y menos cuando el Vaticano II ya estaba en declive y volvía a resurgir la jerarcología. Sobre él escribiste un artículo sistemático en 1983, pero antes, en 1981, habías escrito “El verdadero pueblo de Dios, según Monseñor Romero”. No tratabas de analizar las ideas de algún importante teólogo, sino de ir al fondo del problema desde la fuente que tenías más a mano y que te parecía la más fructífera.
Cuatro características mencionaste del verdadero pueblo de Dios: 1. La opción preferencial por los pobres, 2. La encarnación histórica de las luchas del pueblo por la justicia y la liberación, 3. La introducción de la levadura cristiana en las luchas por la justicia, 4. La persecución por causa del reino de Dios en la lucha por la justicia. No toda la novedad provenía de Monseñor, pero la más novedosa, por así decirlo, las tres últimas características, de él provenían. Al menos Monseñor Romero te hizo profundizar en ellas.
Monseñor te puso en la pista de “la Iglesia de los pobres”, la que ni siquiera en el Concilio tuvo éxito, a pesar de los deseos de Juan XXIII, el cardenal Lercaro y algunos pocos obispos. Y ciertamente te inspiró para hablar del martirio, realidad fundante para la Iglesia, como la cruz de Jesús. Varias veces citaste unas palabras escandalosas de Monseñor Romero: “Me alegro, hermanos, de que la Iglesia sea perseguida. Es la verdadera Iglesia de Cristo. Sería muy triste que en un país donde se está asesinando tan horrorosamente no hubiese sacerdotes asesinados. Son la señal de una Iglesia encarnada”. Mejor y más profundamente que con muchos conceptos Monseñor define a la Iglesia desde dos relaciones esenciales: con el destino de Cristo y con el destino del pueblo. Alguien, con buena intención, cuestionó una vez que Monseñor Romero corriera tantos riesgos, aun de su vida. Pero tú le contestaste: “eso es lo que tiene que hacer”. Y eso es lo que tú también hiciste con tu vida. La eclesiología no era un conjunto de conceptos prendidos de la realidad con alfileres, sino surgidos de ella.
En cristo-logía coincidiste con Monseñor en muchas cosas. Sólo voy a recordar una, para mí la más decisiva hoy, ciertamente en el tercero mundo, pero también en el primero: ver a Cristo en el pueblo crucificado, considerar a éste como la continuación del siervo de Jahvé. Son hoy los centenares y miles de millones de pobres, hambrientos, oprimidos, dados muerte violentamente, masacrados, inocentes e indefensos, desconocidos en vida y en muerte. Con ellos he comenzado esta carta al recordar a Julia Elba y Celina.
En 1978, en preparación para Puebla, escribiste “El pueblo crucificado. Ensayo de soteriología histórica”, en el que analizas la realidad de los pobres y víctimas como el siervo sufriente de Jahvé. En 1981, en tu segundo exilio de Madrid escribiste “El pueblo crucificado como ‘el’ signo de los tiempos”. En el primer texto recalcas su carácter salvífico. En el segundo, su carácter de revelación.
Monseñor Romero dijo en 1977 en Aguilares a los campesinos perseguidos y asesinados: “Ustedes son el divino Traspasado”. Y en una homilía de 1978 mostró su alegría porque los estudiosos del Antiguo Testamento no sabían decir si el siervo, del que habla Isaías es “todo un pueblo” o es “Cristo que viene a liberarles”.
No sé decir “quién copió a quién” o si ocurrió como con Leibnitz y Newton que descubrieron los fundamentos del cálculo infinitesimal con independencia el uno del otro. Lo que si me parece cierto es que ustedes tuvieron la misma asombrosa intuición de equipar la humanidad sufriente con el crucificado y el siervo de Jahvé. Y por lo que yo sé, sólo ustedes dos. No aparece en encíclicas ni concilios. Tampoco, normalmente, en las teologías. Y muertos ustedes, parece que no hay vigor ni rigor para hablar así de un mundo hoy está evidentemente crucificado.
Y una cosa más. En tu segundo exilio escribiste otro breve texto al que diste mucha importancia: “Por qué muere Jesús y por qué lo matan”. El título es más que muestra de ingenio. Se trata de esclarecer el sentido transcendente de esa muerte y sus causas históricas. En teología se pueden encontrar reflexiones afines, pero no así, ciertamente no con esa radicalidad, en textos oficiales de la Iglesia. Para lo primero hay que tener presente ante todo el designio de Dios. Para lo segundo hay que tener en cuenta la historicidad radical de la vida de Jesús: defensor de aquellos a quienes ofenden los poderosos. Por esa razón Jesús denunció el poder, entró en conflicto con él, perdió y fue crucificado. Esto, tan evidente, suele ser oficialmente silenciado -incluso en Aparecida, un buen documento por otros capítulos.
No lo silenció Monseñor Romero. En la misa funeral de uno de los sacerdotes asesinados dijo lapidariamente: “se mata a quien estorba”. Y los que estorbaban no eran demonios o poderes transcendentes, sino oligarcas, militares, cuerpos de seguridad, escuadrones de la muerte. Así se entiende el “por qué mataron a Jesús”, como tú preguntabas.
Termino con la teo-logía, con Dios y con tu fe. En la primera carta te escribí que tu fe en Dios no pudo ser ingenua. En 1969 hablaste en Madrid de las dudas de fe que Rahner llevaba con elegancia -y entendí que algo semejante decías de ti mismo. Creo que luchaste con Dios como Jacob, en aquellos años recios para la fe. Y a tus 47 años “se te apareció” Monseñor Romero -y uso el término “aparecer”, opthe, conscientemente, para expresar lo que en ello hubo de inesperado, destanteador, cuestionante y bienaventurado. De esto sólo se puede hablar con temor y temblor, pero pienso que en contacto con Monseñor tuviste una experiencia nueva de la realidad última, de Dios. Y creo que se notó en tu hablar sobre Dios.
He escrito que para Jesús Dios es “Padre” en quien se puede descansar, y que el Padre sigue siendo “Dios” quien no deja descansar. En Monseñor Romero, en su compasión hacia los sufrientes, su denuncia para defenderlos, el amor sin componendas viste al Dios que es “Padre” de los pobres. En su conversión, su adentrarse en lo desconocido y no controlable, en su caminar sin apoyos institucionales eclesiásticos, en su mantenerse firme llevase a donde llevase el camino viste al Padre que sigue siendo “Dios”. Y quizás en Monseñor viste también que, a pesar de todo, el compromiso es más real que el nihilismo, el gozo más real que la tristeza, la esperanza más real más que el absurdo. Así interpreto sus sencillas palabras: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”. En ellas asoma la utopía
Termino. No era la primera vez que te encontrabas con alguien que iba a influir importantemente en tu vida, como bien lo analiza Rodolfo Cardenal. Sin embargo, encontrarte con monseñor Romero significó algo distinto. Y eso distinto radica en que te encontraste con la profecía, la entrega, la bondad de Monseñor, pero sobre todo con su fe, lo que configura toda la persona. Por eso nunca te consideraste “colega” de Monseñor. Nunca te escuché, siendo tú de talante crítico, una crítica a Monseñor. Y en tu nombre y en el de la UCA, dijiste que “Monseñor Romero ya se nos había adelantado”. E insististe: “No hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el ejecutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco”. Lo decías con total sinceridad.
“Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo”, escribiste. Y Monseñor te habló de lo que en Dios hay de “más acá”. Pero también te habló de lo que en Dios hay de inefable, de misterio bienaventurado, de lo que en Dios hay de “más allá”. “Ni el hombre ni la historia se bastan a sí mismos. Por eso [Monseñor] no dejaba de llamar a la transcendencia. En casi todas sus homilías salía este tema: la palabra de Dios, la acción de Dios rompiendo los límites de lo humano”. Monseñor Romero vino a ser como el rostro de Dios en nuestro mundo.
Ellacu, termino esta carta con las palabras con las que tú terminaste tu último escrito de teología. Son para los que no te conocieron, para todos los que te conocimos y especialmente para que ayuden a que la Iglesia retome su rumbo:
“La negación profética de una Iglesia como el cielo viejo de una civilización de la riqueza y del imperio y la afir mación utópica de una Iglesia como el cielo nuevo de una civilización de la pobreza es un reclamo irrecusable de los signos de los tiempos y de la dinámica soteriológica de la fe cristiana historizada en hombres nuevos, que siguen anunciando firmemente, aunque siempre a oscuras, un futuro siempre mayor, porque más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).


domingo, 25 de octubre de 2009

ATRÉVETE A PENSAR

José María Castillo

Cada día veo con más claridad que una de las cosas más difíciles y más arriesgadas, que hay en la vida, es la libertad de pensar. Pensar sin miedo, teniendo el coraje de soltar las amarras y las seguridades que nos proporcionan las “autoridades doctrinales”, con sus “verdades incuestionables”, sus “dogmas”, sus “obediencias” y sus “absolutos”, por muy absolutos que nos digan que son. Que nadie se asuste al leer estas cosas. No es mi intención fundar la asociación de “relativistas sin fronteras”. Lo que quiero dejar claro aquí es que la condición indispensable para que haya progreso, en todas las ciencias, en los saberes más diversos, incluidos los saberes religiosos, para dejar de ser meros repetidores de lo que otros dijeron en el pasado, la “conditio sine que non” es superar el miedo a pensar lo que quizás nadie antes se atrevió a pensar. El día que Copérnico tuvo la audacia de pensar que, a lo mejor, no era el sol el que daba vueltas alrededor de la tierra, sino que la cosa era al revés, ese día empezó a ser viable que, unos años más tarde, Galileo planteara ese mismo asunto, no ya como una mera hipótesis, sino como la tesis que revolucionó la ciencia (y sus seguridades) para siempre. Desde que, en 1962, Thomas S. Kuhn publicó “La estructura de las revoluciones científicas”, quedó claro que la ciencia no avanza por mera acumulación de datos y de información. La ciencia avanza cuando un “paradigma”, que hasta un momento dado se ha considerado válido, deja de serlo. A partir de ese momento, un nuevo “paradigma” sustituye al anterior. Pero, es claro, para que esto ocurra es enteramente necesario que haya personas que se atreven a poner en cuestión lo que, quizá durante siglos se ha dado como seguro, y tengan la audacia de pensar que las cosas pueden ser de otra manera. Kuhn afirma que, en el campo de la ciencia, esto ha ocurrido durante siglos. Porque “la ciencia normal suprime frecuentemente innovaciones fundamentales, debido a que resultan necesariamente subversivas para sus compromisos básicos”.

Pues bien, si esto ha sido así quizás toda la vida, ahora nos encontramos en una situación nueva que, a mi manera de ver, puede resultar tan prometedora como destructiva. La nueva revolución científica y tecnológica, que entraña la informática, representa un avance que pocos podían imaginar. Y sin embargo, eso también es un peligro. Internet nos proporciona arsenales de datos y de información que nadie puede abarcar. Pero tan cierto como eso es que Internet dispensa a mucha gente de pensar. Es más fácil “cortar” y “pegar”. O sea, resulta más sencillo y más cómodo hacer propio y repetir lo que otros han pensado. Por eso, entre otras cosas, el mundo entero se va cubriendo más y más con ese inmenso manto oscuro al que ahora llaman el “pensamiento único”. Todos nos creemos ingenuamente libres, cuando en realidad es ahora cuando estamos más controlados que nunca. Herbert Marcuse lo dijo ya en los años sesenta del siglo pasado: “El totalitarismo no es solamente una uniformidad política terrorista, es también una uniformidad económico-técnica no terrorista que funciona manipulando las necesidades en nombre de un falso interés general”. Nos han metido en la cabeza que, en economía, no hay otra salida que restablecer y mejorar (o sea hacer más fuerte) el “sistema capitalista” (y la economía de mercado) que está destruyendo el planeta y causando millones de muertos cada año. Nos han convencido de que, en política, el Estado de derecho se edifica sobre la “democracia representativa”, que de hecho consiste en que cada cuatro años depositamos nuestra libertad de decidir en manos de los intereses de un partido político al que defendemos con uñas y dientes incluso cuando nos roba descaradamente. Y para rematar la faena, nos han dicho, por activa y por pasiva, que quienes van diciendo por ahí que “otro mundo es posible” son gente peligrosa y utópica, que, más tarde o más temprano, terminan siendo los “anti-sistema”, los “violentos”, a los que hay que mirar con recelo o con desprecio.

Y mientras tanto, la religión con la cabeza mirando hacia atrás. Insistiendo, ante sus fieles, en que lo más necesario, en estos tiempos de pecado y secularismo, esta religión que se queda más sola cada día, no tiene otra ocurrencia que someter el pensamiento a los “guardianes de la tradición”. Porque sólo ellos tienen acceso al “significado exacto” de los textos, que nos dan, ya pensado, lo que tenemos que pensar. Es la forma más estúpida y más eficaz de anular a las personas, ofreciéndoles una autocomplacencia y una falsa seguridad, que tranquiliza a los ingenuos y los incautos, a cambio de hipotecar el propio pensamiento. Y todo esto, en nombre de un Dios, que, para mantener intacta su excelsa dignidad, necesita fieles sumisos que renuncien a pensar. Como es lógico, una religión así, se autocondena a la propia destrucción. T. S. Kuhn, refiriéndose al progreso de la ciencia, dice que “el descubrimiento (de nuevas verdades científicas) comienza con la percepción de la anomalía; o sea, con el reconocimiento de que en cierto modo se han violado las expectativas”. Esto es exactamente lo que está ocurriendo ahora con lo de Dios y lo de la religión. Cuando la gente percibe en ella más anomalías y cuando son ya demasiados los que se sienten defraudados o, lo que es peor, enteramente desinteresados, a los hombres de la religión no se les ocurre otra cosa que seguir mirando atrás, empeñados en reconstruir un pasado que ya fracasó. ¿Es que antes, y sólo antes, se sabía con precisión quién es Dios y lo que le gusta a Dios? ¡Por favor! A ver cuándo nos atrevemos a pensar.


viernes, 23 de octubre de 2009

¿FUE JESUS CÉLIBE?

 José Arregi
¿Fue Jesús célibe? Empezaré por decir que la cuestión no me parece importante. O, mejor, que no me parece que la cuestión sea importante por sí misma, sino por el significado que queramos darle, por los intereses que se implican, por las emociones que nos provoca.

Si Jesús fue célibe o estuvo casado o tuvo pareja es una pregunta histórica que sólo la historia y sus métodos pueden responder. El creyente como tal no tiene nada que decir al respecto: no es la fe la que permite establecer o desmentir hechos históricos. No es mi afición al Athletic la que decide si ganó o perdió el domingo pasado. No es mi amor a Jesús el que determina si fue concebido sin varón o con varón, o si su amado cuerpo desapareció del sepulcro sin que nadie se lo llevara de allí, o si después de su muerte María de Magdala, la amiga, volvió a abrazarlo.

El mismo criterio se aplica en el caso que me ocupa: a uno le encantaría que Jesús hubiese compartido su vida y su cuerpo con una compañera (o un compañero); a otro le horroriza la mera hipótesis y no puede ni siquiera imaginar un Jesús con pareja. Pero ni el uno ni el otro tienen nada que decir sobre el hecho histórico en cuanto tal. Y has de preguntarte, y he de preguntarme: ¿Qué interés me mueve cuando me pregunto por el celibato de Jesús? Lo que ocurre, simplemente, es que nuestro conocimiento está lleno de prejuicios y deseos, y querríamos que los hechos los confirmaran. Somos inseguros como una hoja de álamo que el otoño desprende, y necesitamos un suelo firme mira cuán libremente, cuán suavemente, se cierne la hoja del álamo mientras cae, y aprende de ella. Pero los hechos históricos son lo que son; son resistentes como la tierra en que se posa la hoja, o tan poco resistentes como el aire en que se mece. Sin embargo, a la hoja le da lo mismo, y su indiferencia es el secreto de su belleza, y el secreto de nuestra sabiduría.
¿Qué nos dice, pues, la historia acerca del celibato de Jesús? Todo parece indicar dicen los exégetas histórico-críticos que Jesús fue célibe, o al menos no tuvo una pareja estable. En efecto, sería muy extraño que no se nos hubiera transmitido ninguna noticia sobre su mujer, si la tuvo, ni sobre sus hijos, si los tuvo, ni sobre su pareja masculina, si la hubiera tenido (¿y por qué te escandalizas de esta mera conjetura infundada? Sé libre como la hoja caediza del álamo). Bien es verdad que, en textos cristianos del s. I y II, se repite que María era la “compañera” de Jesús y que Jesús “la amaba más que a los demás discípulos” e incluso que “la besaba en la boca”. Pero dicen los entendidos que son expresiones metafóricas usuales en los escritos gnósticos y no constituyen ninguna prueba de que Jesús y María fuesen pareja, pasajera o estable. Y así será, si así fue, y seguramente fue así.
Ahora bien, más allá del hecho histórico, si me preguntas sobre el celibato de Jesús, te respondo: “¡Qué más me da!” No, no es que yo esté libre de “intereses” en esta cuestión, pero me gustaría que me diera igual si Jesús tuvo mujer o no la tuvo, si tuvo compañera o no la tuvo, si tuvo compañero o no lo tuvo. No me da igual el que Jesús haya dicho o no haya dicho algo muy parecido a “¡Bienaventurados vosotros, los pobres, porque Dios está a vuestro favor!”, o “Al que te golpea en una mejilla, preséntale la otra”, o “Misericordia quiero, y no religión”, o “Yo no te condeno, vete en paz”. Ahí y en otras cosas semejantes se juega lo verdadero de Jesús, ahí se juega su divinidad, al igual que la tuya. No me importa si Jesús tuvo relaciones sexuales, ni con quién. Pero me importa que, de haberlas tenido, hubieran sido abrazos profundamente carnales y profundamente divinos, y pienso que, si las tuvo, así fueron. Y me importa que si Jesús, ocasionalmente o siempre ¿qué más da?, renunció a tener relaciones sexuales, no fue porque pensara que Dios prefiera el celibato a las relaciones sexuales, o que la continencia acerca más a Dios, o que quien se da corporalmente al compañero/a no puede darse enteramente a Dios.
¿Por qué, entonces, Jesús fue célibe, si lo fue y mientras lo fue? Porque vio que ésa era la mejor opción para él, simplemente, por unas razones que no tienen por qué valer para otros. Era la mejor manera para él de darse y de ser libre. La mejor para él, no la mejor en sí, quede esto claro. Y hay un dato revelador: aun cuando, como es probable, Jesús haya sido célibe, nunca recomendó el celibato, cosa que sí hizo Pablo y tantos después hasta hoy, con razones casi siempre más que dudosas.
Y aquí seguimos, obsesionados y obstinados con nuestra pobre sexualidad, más temblorosa que la hoja del álamo. Es una gran pena que nos hayamos ensañado tanto con ella, y hayamos hecho sufrir tanto a los cuerpos y a las almas, como si los cuerpos y las almas no tuvieran ya bastantes sufrimientos. Es una pena que hayamos condenado tanto en los templos y en las calles, en vez de pronunciar una palabra de consuelo, en vez de tender una mano amiga a tantos cuerpos encallados, a tantas almas náufragas en las aguas turbulentas de la sexualidad. Es una gran pena que la apertura en cuestiones relativas al sexo y al género (ordenación de mujeres, matrimonios homosexuales…) sea la razón principal por la que muchos anglicanos quieren abandonar su iglesia y piden ser acogidos en la iglesia católica romana. Y es una pena que la iglesia católica romana, con tal de ganárselos, se muestre dispuesta incluso a replantear el celibato de los sacerdotes, pero solamente en el caso de los anglicanos disidentes.
Es triste pensar que, si el acto sexual no estuviera acompañado de placer intenso, sí, pero tan inseguro y tan indigente y tan efímero, el celibato nunca hubiese sido elevado a rango espiritual y teológico superior. ¿Pero cómo imaginar a un Dios enemigo de ese placer? ¿Cómo imaginar a un Dios sin placer? ¿Cómo imaginar a un Jesús sin placeres, sin el placer de la mesa, el placer de la palabra, el placer de la mirada, el placer de la caricia? Y ¿y qué más da si gustó o no gustó el placer sexual, cuando es el amor el que, de una manera u otra, da a la vida su máximo placer y su máxima libertad?
¡Que el amor te dé paz y te haga libre!
    Para orar
    “Te amo con dos amores: uno de pasión
    y otro del cual Tú solo eres digno.
    El amor de pasión consiste
    en ocuparme con el recuerdo de Ti
    excluyendo cualquier otra cosa.
    El amor del cual Tú sólo eres digno es
    que Tú apartes el velo de modo que yo te vea.
    No es para mí la alabanza en este amor o en aquel,
    sino para Ti la alabanza tanto en éste como en aquél”
    (Rabi’a, mística y poeta sufí iraní, del s. VIII)

martes, 20 de octubre de 2009

ROMA ABRE LAS PUERTAS A LOS ANGLICANOS QUE RENIEGAN DE LOS GAYS Y MUJERES OBISPOS




W.Openheimer - Mónica Andrade, en El Pais
El Papa Benedicto XVI ha decidido crear una nueva estructura para acoger a quizás cientos de miles de tradicionalistas que reniegan de la visión progresista de la Iglesia Anglicana respecto a la homosexualidad y al papel de las mujeres en la Iglesia. Por primera vez desde la Reforma que separó a católicos y protestantes en el siglo XVI, el Papa ha puesto las bases para que comunidades enteras de anglicanos puedan ser admitidos en la Iglesia Católica sin que tengan que renunciar a su propia liturgia.
Eso significa que Roma aceptará en su seno a sacerdotes casados, aunque los obispos anglicanos que se acojan a la nueva congregación no serán reconocidos como obispos y los sacerdotes que entren en ella solteros no podrán casarse posteriormente. Hasta ahora, los anglicanos que renegaban de las posiciones progresistas de su Iglesia no tenían más alternativa que aceptarlas, combatirlas desde dentro o convertirse enteramente al catolicismo.
La primera consecuencia que puede esperarse de este histórico anuncio es un fuerte debilitamiento del número de fieles anglicanos, que ahora suman unos 77 millones en todo el mundo, y especialmente de sacerdotes. La segunda es que se abre el camino para que la Iglesia Anglicana apruebe la ordenación de mujeres obispos sin ningún tipo de cortapisas, convirtiéndose así en polo de atracción de aquellos cristianos que creen que su fe no está reñida con la igualdad entre hombres y mujeres y que reniegan de la obsesiva agresividad de los tradicionalistas hacia los homosexuales. Es decir, la Iglesia Anglicana puede perder peso, pero puede ganar en coherencia interna y alejar el fantasma del cisma.
Otra consecuencia puede ser un mayor equilibrio entre anglicanos y católicos en Reino Unido, donde se estima que hay unos 25 millones de anglicanos y cinco millones de católicos. La nueva estructura creada por Roma abre las puertas en particular a los llamados anglo-católicos, una corriente del anglicanismo que se siente más cerca de la liturgia católica que de la protestante y que nunca ha acabado de digerir la ordenación de mujeres sacerdotes, no digamos ya la de mujeres obispos.
La nueva estructura ha sido presentada en Roma por el cardenal estadounidense William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una rueda de prensa en la que ha explicado que la iniciativa "responde a numerosas peticiones por parte de clérigos y fieles anglicanos procedentes de distintas partes del mundo que quieren entrar en plena comunión con Roma".
Para plasmar su apertura a los tradicionalistas anglicanos, el Papa Benedicto XVI se ha inclinado por elaborar una Constitución Apostólica, decreto de máximo rango y un hecho excepcional en la Iglesia, que prevé la creación de prelaturas personales como la que actualmente ostenta el Opus Dei. De este modo, las comunidades anglicanas que decidan entrar en la Iglesia Católica dependerán de un obispo particular y no del obispo que les correspondería territorialmente en función de la diócesis en la que residen.
El cardenal Levada ha defendido que la Constitución Apostólica representa "una respuesta razonable y necesaria a un fenómeno global y ofrece un único modelo canónico para la Iglesia universal adaptable a diversas situaciones locales". Pero ha descartado que se vaya a extender a comunidades como la de San Pío X, que agrupa a seguidores del integrismo católico representado por Marcel Lefebvre. "No hay ninguna relación entre la apertura hacia los anglicanos y el próximo inicio del coloquio con los lefebvrianos", previsto para el 26 de octubre, ha dicho.
En paralelo a la comparecencia de Levada en Roma se ha celebrado una rueda de prensa conjunta en Londres del arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, y el primado católico de Inglaterra y Gales y arzobispo de Westminster, Vincent Nichols. Algunos han visto un símbolo de los nuevos tiempos en el hecho de que el encuentro tuviera lugar en territorio de Nichols.
Los dos líderes eclesiásticos han emitido una nota conjunta en la que aseguran que la iniciativa "pone fin a un periodo de incertidumbre para aquellos grupos que han alimentado esperanzas de nuevas vías para abrazar la unidad con la Iglesia Católica". Pero algunos analistas subrayan que la nueva estructura significa de hecho el final del acercamiento entre la Iglesia Católica y la Anglicana.
Rowan Williams, un progresista que se ha ganado las críticas de los dos sectores del anglicanismo por sus intentos de contentar a unos sin agraviar a los otros, se ha esforzado por restar importancia al anuncio del Vaticano, que, a su juicio, "no tiene un impacto negativo en las relaciones de la comunión [anglicana] como un todo con la Iglesia Católica". "No es un acto de agresión, no es una declaración de no confianza. Es ", ha asegurado.

No obstante, el arzobispo de Canterbury no ha podido ocultar su enfado por el hecho de que el Vaticano no sólo no le consultó sobre sus intenciones, sino que se limitó a comunicarle sus planes hace tan solo "un par de semanas", según ha admitido Williams con la cara roja de contrariedad.

¿TODAVÍA TIENE FUTURO EL INDIVIDUALISMO?


koinonia


En Estados Unidos hay una crisis más profunda que la económica-financiera. Es la crisis del estilo de sociedad que se formó desde que fuera constituida por los «padres fundadores». Es una sociedad profundamente individualista, consecuencia directa del tipo de capitalismo que se implantó allí. La exaltación del individualismo adquirió forma de credo en un monumento delante del majestuoso Rockfeller Center en Nueva York, en el cual se puede leer el acto de fe de John D. Rockfeller Jr: «Creo en el supremo valor del individuo y en su derecho a la vida, a la libertad y a perseguir su felicidad». En un fino análisis contenido en su clásico libro La democracia en América (1835), el magistrado francés Charles de Tocqueville (1805-1859) señaló el individualismo como la marca registrada de la nueva sociedad que nacía. El individualismo se mantuvo triunfante, pero tuvo que aceptar límites debido a la conquista de los derechos sociales de los trabajadores y especialmente al surgimiento del socialismo, que contraponía otro credo, el de los valores sociales. Pero con el derrocamiento del socialismo estatal, el individualismo volvió a tener vía libre bajo el presidente Reagan, hasta el punto de imponerse en todo el mundo en forma de neoliberalismo político.Contra Barack Obama, que intenta un proyecto con claras connotaciones sociales, como la salud para todos los estadounidenses y medidas colectivas para limitar la emisión de gases de efecto invernadero, el individualismo resurge con furor. Le acusan de socialista y comunista y, en facebook, en Internet, hasta no se excluye su eventual asesinato si llegara a suprimir los planes individuales de salud. Y eso que su plan de salud no es tan radical, pues, tributario todavía del individualismo tradicional, excluye de él a todos los emigrantes, que son millones.
La palabra «nosotros» es una de las más desprestigiadas de la sociedad estadounidense. Lo denuncia el respetado columnista del New York Times Thomas L. Friedman en un excelente artículo: «Nuestros líderes, hasta el presidente, no consiguen pronunciar la palabra ‘nosotros’ sin que les produzca risa. No hay más ‘nosotros’ en la política estadounidense, en una época en que ‘nosotros’ tenemos enormes problemas, -la recesión, el sistema de salud, los cambios climáticos y las guerras en Iraq y en Afganistán- con los que sólo vamos poder lidiar si la palabra ‘nosotros’ tiene una connotación colectiva» (JB 01/10/09).
Sucede que, por falta de un contrato social mundial, Estados Unidos se presenta como la potencia dominante, que prácticamente decide los destinos de la humanidad. Su arraigado individualismo proyectado al mundo se muestra absolutamente inadecuado para señalar un rumbo al ‘nosotros’ humano. Ese individualismo ya no tiene futuro.
Se hace cada vez más urgente un gobierno global que sustituya el unilateralismo monocéntrico. O desplazamos el eje del ‘yo’ (mi economía, mi fuerza militar, mi futuro) hacia ‘nosotros’ (nuestro sistema de producción nuestra política y nuestro futuro común) o difícilmente evitaremos una tragedia, no sólo individual sino colectiva. Independientemente de ser socialistas o no, lo social y lo planetario deben orientar el destino común de la humanidad.
Pero, ¿por qué ese individualismo tan arraigado? Porque está fundado en un dato real del proceso evolutivo y antropogénico, pero asumido de forma reduccionista. Los cosmólogos nos aseguran que hay dos tendencias en todos los seres, especialmente en los seres vivos: la de autoafirmación (yo) y la de integración en un todo mayor (nosotros). Por la autoafirmación cada ser defiende su existencia; si no, desaparece. Pero por otro lado, nunca está sólo, está siempre enredado en un tejido de relaciones que lo integra y le facilita la supervivencia.
Las dos tendencias coexisten, juntas construyen cada ser y sustentan la biodiversidad. Excluyendo una de ellas surgen patologías. El ‘yo’ sin el ‘nosotros’ lleva al individualismo y al capitalismo como su expresión económica. El ‘nosotros’ sin el ‘yo’ desemboca en el socialismo estatal y en el colectivismo económico. El equilibrio entre el ‘yo’ y el ‘nosotros’ se encuentra en la democracia participativa que articula ambos polos. Ella acoge al individuo (yo) y lo ve siempre insertado en una sociedad mayor (nosotros), como ciudadano.
Hoy necesitamos una hiperdemocracia que valore a cada ser y a cada persona y garantice la sostenibilidad de lo colectivo que es la geosociedad naciente.


sábado, 17 de octubre de 2009

DE TU HERMANO FRANCISCO



 Tu hermano Francisco: ¡Salud y paz!
            Fui y sigo siendo un pobrecillo, y esto me infunde confianza para dirigirme a ti, seas quien seas, estés donde estés. No tengo nada que enseñarte, nada que mandarte, nada que pedirte. Sólo quiero contarte, como pobrecillo que soy, lo que a mí me pasó, y decirte que Dios te bendice como a mí, que soy el último y el más pequeño. Yo era inculto, pero amaba el mundo, y sentía un inmenso cariño por todos los seres. Creo que por eso me gustaba escribir cartas. Una vez, incluso, escribí a todos los hombres y mujeres del mundo, aunque no tenía su dirección, simplemente porque pensaba en todos y quería decirles que siempre podemos sentirnos consolados y confiar a pesar de todo, porque Dios es gracia, Dios es humildad, Dios es paz, y está con nosotros en lo bueno y en lo malo. Hoy también querría escribiros a todos, como pobrecillo que soy, y deciros que es posible crear con lo que tenemos otro futuro mejor, otro mundo diferente, otra iglesia distinta, y que es bueno esperar, pues la esperanza despierta lo mejor y nos hace creadores.
Cada uno debemos sentirnos contentos de ser hijos de nuestra tierra y de nuestro tiempo, y agradecidos de nuestra hermana Madre Tierra, que es bella y buena en todos sus lugares. Tú también eres tierra santa y bella, y todos somos hermanas, hermanos, y debemos cuidarnos como una madre cuida a sus hijos. Yo nací en Asís en 1182, con un maravilloso valle allí abajo, cubierto de luz nueva y de colores diferentes durante todo el año. El lugar donde vives, monte o valle, no es menos bello. Míralo y verás.
En mi tiempo, un nuevo mundo necesario estaba naciendo en Europa. La sociedad medieval llegaba su fin: los señores feudales con su castillos y sus caballeros estaban cada vez más lejos y solos, las ciudades crecían, sus gentes anhelaban libertad y saber; por desgracia, también anhelaban riquezas, sobre todo riquezas, aunque esto no era tan nuevo. Se creaban universidades, el conocimiento iba saliendo fuera de los monasterios. Muchos soñaban una nueva sociedad. Muchos soñaban una nueva Iglesia.
Yo también tuve un sueño: un mundo sin señores y vasallos, donde todos los hombres y mujeres y todas las criaturas fuesen hermanas, hermanos; una Iglesia que no estuviera ni aliada con el emperador ni en guerra contra él, como yo conocí; una Iglesia sin riqueza ni poder, una Iglesia donde nadie estuviera por encima de nadie; hoy casi diría "una iglesia sin clérigos ni laicos", corrigiendo aquel excesivo clericalismo que mi tiempo inculcó y yo me lo creí.
Un día, a las afueras de Asís, me encontré con un leproso y lo besé, y lo que antes me era amargo se me hizo dulce. Un día, me encontré con un mendigo de tantos que había, y me avergoncé de mí mismo y de todas mis telas y del comercio de mi padre. Un día, en la pobrecilla ermita semiabandonada de San Damián sentí que Jesús me hablaba dulcemente de reparar la iglesia. Un día, en la catedral de San Rufino, escuché durante la misa las palabras de Jesús: "No llevéis ni oro ni plata, ni dinero en el bolsillo, ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias ni cayado. Y allí donde vayáis, decid a todos: La paz con vosotros". Y me sentí muy feliz y me dije: "Esto es lo que quiero vivir".
            Y lo dejé todo, porque lo había encontrado todo. No quise tener nada en propiedad, y ésa fue mi manera de protestar contra aquella peligrosa codicia en aumento, que luego llamaron "capitalismo". Un día me encontré con un hermano que me dijo: "Vengo de tu celda". Me dolió tanto esa expresión -"tu celda"-, que ya no volví a dormir en ella.
      Yo no sabía de Pastoral Vocacional ni nunca la hice, pero una gran oleada de hombres y mujeres quisieron vivir como yo, porque soñaban lo mismo. (Pero la Iglesia no permitió a las hermanas vivir su sueño al igual que a los hermanos, y fueron encerradas entre muros y verjas, y les hicieron "monjas". Todavía me da pena). Mis frailes celebran este año, según dicen, el Octavo Centenario de la fundación de la Orden franciscana, pero bien saben ellos que yo no quise fundar ninguna Orden, ni escribir ninguna Regla. Solamente quise que fuéramos hermanos con el Evangelio de Jesús como única Regla y forma de vida. Y quise que fuéramos libres como Jesús y su Espíritu.
Fui feliz, y creo que eso es lo que me permitió hacer el bien que pude hacer. Y creo que fui feliz porque no tuve enemigos, pero no sé cómo llegué a ello. Sólo sé que no tengo en ello ningún mérito. Yo dije en mi Testamento y lo sigo diciendo: "Dios lo hizo". Pero si me preguntáis por qué Dios no lo hace en todos, entonces no sé qué deciros. En aquella época pensábamos que Dios obraba en unos sí y en otros no, según Él quisiera, pero comprendo muy bien que hoy no podáis hablar de Dios así. Creo que yo tampoco podría hoy hablar de Dios de esa manera, porque si algo me pareció y me sigue pareciendo cierto es que Dios habla, ama y actúa todo cuanto puede en todos los corazones y en todas las cosas. Procurad decirlo vosotros a vuestra manera, para que se seáis más felices y podáis hacer todo el bien que podéis.
Así pues, fui feliz, sí, aunque tampoco esto me lo explico muy bien. Me dolían muchas cosas en mi cuerpo y en mi alma. Me dolía, sobre todo, ver que mis frailes, de repente tan numerosos e importantes en todas partes, construían grandes casas de piedra y se procuraban privilegios en la Curia romana. Pronto me volví un extraño para ellos, pero nunca pude juzgar ni condenar a nadie. (Y -¡cómo son las cosas de la historia!- hoy me duele ver que mis benditos frailes venden aquellos grandes monasterios de ayer y engrosan sus cuentas bancarias de hoy, mientras se desviven haciendo Pastoral Vocacional para atraer a nuevos hermanos para no sé qué mañana. Pero tampoco quiero juzgarles a ellos, porque nunca me tuve ni me tengo por mejor que nadie). Me dolían mucho el hígado y el bazo. El estómago me atormentaba y me sangraba a menudo. Padecía fuertes accesos de fiebre que me dejaban postrado. Los ojos -¡oh, mis pobres ojos!- no podían soportar la luz -¡oh, la luz!-, y me dolían terriblemente de día y de noche (contraje la enfermedad en mi viaje a Egipto, pero mereció la pena; había ido allí en la terrible V Cruzada -yo quería ser contracruzado, pero iba con los cruzados- a hablar con el sultán, y éste me recibió, y conversamos amigablemente como hermanos y yo le pedí perdón por las guerras que les hacíamos en nombre de Dios, y hoy volvería a hacerlo más que nunca). No es extraño, pues, que me hubieran atribuido los "estigmas" o llagas de Jesús en mis manos y en mi costado (¿quién no lleva en sus manos y en su costado las llagas de Jesús?). Pero fui feliz, y no cambiaría nada de lo que fue. Veía tanta belleza y bondad en todos los corazones y en todas las criaturas, que en todo percibía a Dios, y Dios me llenaba del todo. Y así, aunque todo me dolía y aunque muchas veces la noche y la tristeza invadían mi alma, un día, poco antes de morir a mis 44 años, me brotó del alma y de los labios -no me lo explico- el Cántico del Hermano Sol y de todas las criaturas.
Han pasado muchos años, y en el mundo sigue habiendo muchas cosas terribles. Los tiempos son difíciles, como lo fue también mi tiempo, como lo fueron siempre todos los tiempos. Como hermano vuestro pobrecillo que soy, os digo como mejor puedo: Vuestro mundo es el mío, y yo también sigo queriendo pasar mi cielo haciendo bien en la tierra. Los hombres y las mujeres de hoy y todas las criaturas, cuyo nombre propio quisiera conocer, están llenos de belleza y de gracia, y llevan dentro un hermoso sueño -es Dios que sueña- y ese sueño merece la pena.
Os bendigo cuanto puedo. Francisco, vuestro hermano menor.

José Arregi

PD: No eran violetas las flores otoñales, sino "azafrán silvestre". Siento haber equivocado su nombre propio, tan bonito como ellas.

Para orar (sin pedir nada)

Tú eres el bien, el todo bien, el sumo bien,
Señor Dios vivo y verdadero.
Tú eres el amor, la caridad;
tú eres la sabiduría, tú eres la humildad, tú eres la paciencia,
tú eres la belleza, tú eres la mansedumbre;
tú eres la seguridad, tú eres el descanso, tú eres el gozo,
tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres la justicia,
tú eres la templanza, tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción.
Tú eres la belleza, tú eres la mansedumbre, tú eres el protector,
tú eres nuestro custodio y defensor; tú eres el refrigerio.
Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra fe, tú eres nuestra caridad,
Tú eres toda nuestra dulzura, tú eres nuestra vida eterna.

("Alabanzas al Dios altísimo" escritas por Francisco de Asís para consolar a Fray León).